Por Cristian Abad Restrepo
Doctor en Geografía
Lo que hemos visto en los últimos días en los países de la región latinoamericana ha sido el principio de algo nuevo que no sabemos qué es, pero sin duda nos acercamos hacia algo realmente (des)conocido en términos de abrir el futuro más allá del capitalismo y de la modernidad.
Algo que ahora es necesario construir entre todas y todos, por cuenta de un virus que en algún momento fue local, que en la actualidad tiene alcance planetario y que para muchos más parece una irrealidad ante sus certezas y certidumbres.
El virus al que nos enfrentamos tiene su fuerza y su poder, no solamente por la capacidad de contagio entre personas de diferentes edades y de diversas latitudes, o porque manda a dormir a cientos y miles de personas, sino porque tiene su caldo de cultivo en sociedades marcadas por el “desarrollo desigual” como las nuestras.
Si las cifras de los países desarrollados nos escandalizan, imaginar lo que podría hacer el virus en los países subdesarrollados nos pone los pelos de punta.
Las mejores medidas tomadas por los gobiernos de la región consisten en que los pueblos tienen que irse para su casa, porque los focos de contagio del virus son los espacios públicos. En efecto, cierto sector de la población no hace oposición porque de antemano sabe que tiene los ahorros y las condiciones materiales para financiar su aislamiento.
Igual, siempre han estado aislados del pueblo, porque de eso dependen sus privilegios, sus distinciones sociales y capitales simbólicos, o como dice Santiago Castro-Gómez: sus insignias. No se hacen el mayor problema en decirle al pueblo: váyanse y quédense en la casa, porque ustedes son la amenaza.
Ahora bien, el grueso de la población realmente existente obtiene su sobrevivencia del espacio público, porque de este salen las mínimas rentas para poder alimentarse. Es decir, la fuerza de trabajo, que serían sus manos y sus cuerpos, resultan inútiles en condiciones de aislamiento. A esto le llamamos: humanos expropiados de su dignidad.
En ese sentido, el escenario de reproducción del virus está en este grueso de la población que sobrevive del contacto día a día y por donde circula el virus.
Contacto y contagio tienen clase social. Así, el enemigo a combatir es el contacto más que el contagio, porque resulta siendo riesgoso para toda la humanidad, en especial para la clase pudiente que tiene mucho que perder, porque el pobre arruinado ya lo ha perdido todo.
Sabemos que la única herramienta o técnica de control social es el “aislamiento desigual”. A este tipo de confinamiento hay que ponerle apellido. El aislamiento del privilegiado es el reflejo del contagio desigual.
Es desigual porque a la minoría le resulta fácil, es irrisorio y ha estado acostumbrada. Tienen los alimentos, continúan percibiendo las rentas financieras o bancarias, logísticas, industriales y manufactureras, además del acceso ilimitado a los medios digitales de entretenimiento y plataformas.
Es decir, distantes del pobre arruinado, humillado, despreciado y acabado que tiene que sortear entre quedarse en la casa, obedecer y no comer, o salir, establecer contacto y morir por un patógeno traído por aquellos que históricamente han transferido miseria y pobreza.
Las cosas no pueden seguir igual
Todo lo anterior tiene una consecuencia inevitable y ya conclusiva: el estado de las cosas no puede seguir siendo igual. Dicho de otra forma, no podemos volver a la normalidad de los acontecimientos desiguales presentados previos al contagio masivo y tener la idea de que no ha pasado nada como nos lo quiere hacer ver la burguesía regional.
Tenemos como única opción acelerar el cambio de las reglas políticas y económicas para profundizar la democracia ecológica (Shiva, 2003), el acceso a la tierra y al rediseño de nuestros sistemas políticos.
La clase trabajadora, los independientes, los despojados, los sin tierra, los campesinos, los racializados, las mujeres que sienten el peso del aislamiento porque tiene que soportar al marido igual de despojado, los migrantes con conciencia, entre otros, están midiendo el sistema, están viendo palmariamente las contradicciones y las ambivalencias sentidas y vividas de un “desarrollo desigual” visible en este trágico momento histórico para su humanidad.
En cuestión de meses el virus seguramente pasará, pero nos dejará una gran enseñanza que seguro desencadenará en importantes transiciones energéticas, epistémicas y políticas.
Desde ya pronostico cuáles serían tales transiciones si es que queremos ponernos a la altura de nuestro tiempo civilizatorio para evitar el colapso de la vida orquestado por el capital.
Las cinco grandes transformaciones
Estas cinco transformaciones vienen siendo construidas desde hace décadas por los pueblos, pensadores militantes y activistas, movimientos sociales y funcionarios públicos que anhelan una fisura en los sistemas políticos, economistas ecológicos y ecólogos políticos, geógrafos críticos y cientos de actores que trabajan por la autonomía de los territorios, la revalorización de los saberes comunales y una vuelta al territorio.
Esto nos indica que ya tenemos elementos producidos por diversos movimientos para hacer esa transición. Las intento resumir de forma general.
- La primera transformación es la toma de autoconciencia del padecimiento actual.
Un aislamiento que se realiza con hambre y que a su vez transparenta el sistema capitalista como lo que siempre fue: un sistema inhumano y anti-vida. El mayor virus al que nos enfrentamos no es el patógeno transmitido de un animal al ser humano, sino el capital que desea controlar todo tipo de contacto. El gran virus que ha desatado otros por la “gran transformación” de los sistemas de vida es el capital.
Vemos con mayor claridad que el aislamiento es otro modo de realización del capital y no la parálisis de la economía como nos quieren hacer ver. En ese proceso de aislamiento se adaptan las fuerzas de la expropiación. Por eso decimos que el aislamiento no implica una auto-conciencia porque las condiciones materiales de padecerlo son desiguales, o sea, son clasistas. Solo quien sufre las consecuencias de la desigualdad tiene acceso a ese espacio reflexivo de la importancia del contacto como condición de posibilidad para su sobrevivencia. Solo la vida se realiza por medio del contacto.
Después de esto tenemos que potenciar esa capacidad de intercambiar no solamente productos, sino saberes, experiencias, conocimientos, transferencias de palabras, metodologías y sentimientos. Intercambiar el pensamiento crítico como nunca antes. Es en ese contacto donde están las energías vitales de los grandes movimientos y de las convergencias regionales. Este punto es fundamental porque implica una intensificación de las relaciones entre pueblos oprimidos para cambiar el sistema de muerte que nos ha llevado a esta crisis.
2. La segunda transformación tiene que ver con pensarnos las relaciones entre el ser humano y la Naturaleza.
Si seguimos bajo la subjetividad moderna que sustentan las relaciones de dominio y explotación (Marx, 2011) sobre las fuentes de vida, resulta insostenible en sí. La secuela de esto es el desequilibrio de la terra-mater. Dicho de otra forma, el virus es un problema ambiental creado por una cultura ampliamente destructiva que no sabe cuidar su casa, se relaciona de manera explotativa con otras formas de vida y desafía las leyes básicas de reproducción de la Naturaleza.
Es la cultura moderna la responsable de transformar la base material y viviente de la tierra en dinero y/o en mercancía, que tiene como proyecto infinito el proceso de devoramiento de todo lo que se mueva, de todo lo que circule y de todo lo que implique contacto.
Nos enfrentamos a virus desconocidos, sin una memoria cultural de la transformación genética de los ecosistemas. Teniendo memoria sería imposible la acumulación y la circulación del capital. Sería difícil que se sostenga la burguesía que decide por todas y todos, cuando por criterio histórico sabemos que es insostenible por sí misma, pues todos sus actos conducen a la muerte.
Por eso, el capital necesita borrarla. Este momento histórico quedará como un hecho anecdótico, si le dejamos al capital que decida sobre nuestro futuro, pero sobre todo de nuestro pasado ambiental. Si regresamos a la normalidad moderna, perdimos la oportunidad de profundizar la construcción de otro mundo posible.
3. Una tercera transformación es el fortalecimiento de los sistemas de derechos de la salud, de la educación… por tanto: la desprivatización de los derechos fundamentales.
Una ampliación del Estado, ya no de bienestar moderno, sino con otro contenido de lo que llamamos Estado, que sería el fortalecimiento de las nacionalidades y de las autonomías territoriales.
Es fundamental avanzar hacia otro paradigma del Estado unidimensional y unitario hacia un Estado plurinacional-postcapitalista. Esto implica la realización de asambleas constituyentes y reformas al contrato social, que básicamente es un contrato basado en la explotación, en la colonización y que beneficia solo a un sector de la población.
Ejemplo de ello es la ampliación de los sistemas precarios de salud, de la educación, de la contaminación de los ríos, del represamiento del desarrollo de comunidades y la explosión de la conflictividad socioambiental en la región.
Las constituciones políticas son contratos coloniales y extractivistas. Necesitamos avanzar hacia constituciones postnacionales, postcapitalistas, postextractivistas que serían plurinacionales, economías de escala comunitaria-alimentaria y de una extracción sensata y/o socialmente necesaria (Gudynas, 2011).
4. La cuarta transformación está relacionada con la anterior, pero la separamos para darle un mayor alcance, tiene que ver con el acceso a la tierra.
Esto implica una reforma agraria sin precedentes históricos en todos los países.
El capitalismo ha logrado avanzar sobre todos los territorios porque saca a la gente de sus fuentes primarias de energía, los despoja hacia las ciudades y es ahí donde nos hemos vuelto vulnerables, frágiles y débiles en términos de que ya no somos dueños de las fuentes de vida para comer.
El mayor riesgo no es el virus en tanto virus, sino la mezcla explosiva entre el virus y las condiciones de pobreza y falta de alimentos. Sabemos que un buen sistema inmune depende del acceso que se tenga a nutrientes, vitaminas y calorías.
Esto lograría que los pueblos vuelvan a tener el control con sus manos de los alimentos, de la producción y comercialización, con un fuerte componente en la agroecología y sistemas agroalimentarios comunitarios apoyados por la tecnología agrícola.
Ahora bien, lo anterior implicaría un retorno a la tierra, donde solo se realiza la condición humana.
En las ciudades no hay condición de reproducción, sino es a costa de socavar la tierra de otros. Por eso insistimos en la necesidad de sacar de nuestras mentes y corazones el paradigma de la ciudad como el espacio más desarrollado, el que genera más bienestar.
Por historia sabemos que la ciudad es el espacio por excelencia del capital y no de la vida, pero que se hace pasar como espacio de vida, destruyendo y bloqueando las formas-otras de existencia en plena relación con la tierra para hacerlas inviables. El virus ataca donde todos los seres humanos están expropiados, o sea juntos. Por eso el espacio del capital siempre será viral.
5. Un quinto fundamento, nos referencia la caída de los grandes mitos del neoliberalismo, de la modernidad y de todo aquello que en apariencia se le llama certeza, como el crecimiento infinito de la economía con el supuesto derrame de beneficios para todas y todos.
El virus demuestra que no es así. La disminución del Estado ha socavado los derechos humanos. Ahora tenemos un Estado mínimo en condiciones extremas que nos hace pensar que ese no es el camino para la mayoría de la población que es socia y parte de un Estado.
Ese Estado mínimo responde a las necesidades de las burguesías retrógradas para que no interfieran en sus negocios. Por eso el virus es tan mortal, inmoral y selectivo. En principio afecta a los que viajan, lo importan, transfieren la amenaza y se hace masivo. Ejemplo de ello es la discusión de priorizar la atención médica. El Estado mínimo consiste en dejar morir, no en dejar vivir.
En ese sentido, se necesita de un Estado fuerte en materia de derechos humanos, en sus garantías y en sus cumplimientos. Después de esto no puede seguir el mismo Estado tal cual como está, no podemos volver a la normalidad si esta se entiende como las condiciones presentadas antes del virus.
El virus lo que refleja es la vulnerabilidad a la que estamos expuestos, en parte el modelo económico capitalista-racial-colonial tiene la responsabilidad al producir las “geografías de desarrollo desigual” (Smith, 2006) y el Estado por estar a su disposición.
Ahora de lo que se trata es de crear un Estado, pero para la vida, -esa es la quinta transformación- gestionar la muerte en términos dignos y de reproducir todo aquello que permita la felicidad, tranquilidad y solidaridad de sus asociados, o sea el pueblo en tanto pueblo.
La minoría solo ha servido para declarar la guerra. Ya es tiempo de un Estado plurinacional a disposición de la paz construida con los pueblos, y no la paz capitalista extractivista que solamente tiene como intensión profundizar el desarrollo desigual.
Con estos aspectos mínimos podemos abrir el futuro hacia múltiples trayectos para superar esta crisis ambivalente que nos trae la modernidad. En tiempos el postvirus es urgente un rediseño de las políticas de apropiación material con la tierra y para la vida.
Será un nuevo periodo donde se abrirán más luchas y defensas por el territorio contra el espacio del capital-viral que ha creado la modernidad. Esa es la perspectiva hacia donde debemos ir y surcar para la felicidad de todas y todos. Por eso insistimos en que la lucha contra el virus es una lucha contra la opresión y avasallamiento de la burguesía.
Cristian Abad Restrepo, Doctor en Geografía.