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Por Eliana Hernández Pérez
elianahernandez.culturarte@gmail.com
@elianarte_

El arte prehispánico tiene una gran importancia, pero para comprenderlo y realizar un análisis iconológico adecuado de sus obras, es fundamental considerar el contexto sociocultural en el que fueron creadas. En la actualidad, muchas de estas piezas han perdido su funcionalidad original y han pasado a formar parte de colecciones en museos de Colombia y el mundo.

Las culturas prehispánicas eran totemistas e idólatras, pero esta cosmovisión no surgió al azar, sino como una respuesta a preguntas fundamentales sobre su origen, su propósito en el mundo y su destino. Estas mismas inquietudes siguen vigentes en la contemporaneidad, abordándose tanto desde la ciencia como desde la espiritualidad. Además, continúan siendo temas recurrentes en las aulas escolares, en las universidades y en nuestras conversaciones cotidianas.

Este primer capítulo de la novela Malinche, escrita por Jane Lewis Brant, nos regala un relato de la historia de esta extraordinaria mujer, y al mismo tiempo nos da una cátedra sobre la forma de vida en un tiempo y espacio completamente desconocido para nosotros. Estas 29 páginas nos transportan en un viaje extraordinario al pasado, permitiéndonos comprender e imaginar la esencia de aquellos espacios habitados por antiguas poblaciones. Aún hoy, muchas de sus costumbres y creencias siguen siendo un enigma, despertando nuestra curiosidad y admiración.

Ixchel: La diosa maya de la Luna (2022), de Carlos Eduardo. Publicado en Topyucatan.

No deseo resumir la historia de Malinche (que significa gran montaña del Norte, coronada de nieve), lo que busco es resaltar esas costumbres y conocimientos de Paynala y otras tribus mexicanas que son allí mencionadas. Una de estas costumbres era ese hermoso ritual que desde niñas debían vivir las mujeres de las tribus. Ixchel era la diosa luna, según la historia, una deidad a la que se invocaba para acompañar a las niñas hasta que se convirtieran en mujeres; se le invocaba cuando estaban recién nacidas y les colgaban un cinturón de piel de serpiente, al que le ataba una concha de oro, que representaba la pureza, y con esta se cubría el órgano genital de las niñas. Cuando llegaban a su edad adulta, mujeres y hombres, asistían al ritual del emku. A las mujeres les retiraban este símbolo de pureza y lo ofrecían al sumo sacerdote. “En un espacio cercado con guirnaldas, al pie de la pirámide de los dioses, el sumo sacerdote rociaba con agua sagrada a los iniciados y les declaraba inocentes y aptos para asumir las responsabilidades de los adultos” (Lewis, p.23).

La esclavitud existía, y no siempre era resultado de guerras; en algunos casos, las propias tribus vendían a personas de su comunidad. Era común revender esclavos, como lo hacían los pochtecas en la capital azteca, lo que demuestra la existencia de redes de comunicación entre poblaciones distantes. Esta interacción explica por qué en los hallazgos arqueológicos se encuentran objetos de algunas comunidades en territorios ocupados por otras. Era común, no en Paynala, pero sí en otras comunidades del Norte, que se realizara la práctica del sacrificio humano, en algunos lugares extraían su corazón con un cuchillo de piedra y en otros ahogaban a las personas.

Kukulkán: Serpiente emplumada de la cultura maya (2020), de Milene Sousa. Publicado en Arte & Sintonía.

Leí sobre una figura antropomorfa: un pijante de oro en forma de serpiente enroscada con rostro humano y una pluma inclinada hacia atrás en la cabeza. Esta pieza fue adquirida por el padre de Malinche tras intercambiarla por algodón. Al investigar un poco más, descubrí que el pijante es una especie de dije para collares, pero de un tamaño mayor. Esta figura no era meramente ornamental; representaba a Kukulkán, la gran serpiente emplumada, una deidad heredada de los mayas. Según la creencia, Kukulkán tomó forma humana con la apariencia de un hombre blanco, alto, de barba negra, que llegó del lejano Oriente cruzando el mar. Su misión era enseñar nuevas formas de vida y persuadir a la gente para que abandonara los sacrificios humanos. Esta historia tiene una similitud con la de Jesús, quien también trajo un mensaje de amor y compasión con la promesa de volver. Este paralelismo nos muestra cómo una misma deidad puede ser conocida con distintos nombres y relaciones según la cultura.

Para Ato, una de las esclavas de Malinche y su familia, Kukulkán era en realidad la representación de Quetzalcóatl. Algo similar ocurre con las religiones actuales: en Colombia adoramos a Jesús, José, María y el Espíritu Santo, mientras que en otras partes del mundo estos mismos principios espirituales se presentan bajo diferentes nombres y formas, pero con historias que, en esencia, no dejan de ser parecidas.

Esta conexión entre diferentes mitos y creencias nos invita a reflexionar sobre la manera en que las civilizaciones han buscado respuestas a las grandes incógnitas de la existencia. Nos demuestra que, más allá de las diferencias culturales, hay una necesidad compartida de entender el origen, el propósito y el destino de la humanidad. A lo largo del tiempo, las sociedades han creado relatos, dioses y símbolos para dar sentido a lo desconocido, buscando una guía que les permita explicar su lugar en el mundo. Estas historias, aunque con nombres y formas distintas, reflejan un mismo anhelo de trascendencia y conexión con lo divino, evidenciando que la espiritualidad es un hilo común que une a todos los pueblos a través de la historia. Nos recuerda que, sin importar la época o la cultura, el ser humano ha hurgado en lo místico en busca de respuestas, de esperanza y de una comprensión más profunda de su propia existencia.

Algo muy curioso de la historia y que cambió mi perspectiva frente a la llegada de los españoles a América, es que su descripción física era muy parecida a la del dios Kukulkán, características físicas que hicieron que estas poblaciones a su llegada, dudaran en todo momento, si se trataba de dioses o humanos, manteniendo la guardia baja, hasta que ya era demasiado tarde y ocurrió lo que sabemos. Pero los españoles no eran los únicos que buscaban invadir, robar, saquear e imponerse frente a otras poblaciones. Sin embargo, los españoles no fueron los únicos que buscaron invadir, saquear e imponerse sobre otros pueblos, como nos lo demuestra la historia. Los aztecas, por ejemplo, también intentaban expandir su dominio invadiendo territorios vecinos. Aunque no imponían sus creencias, sí saqueaban, atemorizaban y mataban con el fin de consolidar su poder y aumentar sus riquezas. Curiosamente, este patrón se ha repetido en la historia de Colombia, donde hemos vivido situaciones similares con grupos guerrilleros, paramilitares, el narcotráfico, las extorsiones conocidas como ‘vacunas’ e incluso con ciertas decisiones del propio gobierno.

Otro aspecto revelador de este relato es el idioma. Solemos imaginar que estas civilizaciones hablaban exclusivamente su lengua nativa, pero la necesidad de comunicarse con los aztecas para negociar de manera más efectiva llevó a algunos miembros de estas tribus a aprender su idioma. Así, muchos de ellos se volvieron bilingües, demostrando que la adaptación y la comunicación han sido herramientas clave para la supervivencia y el intercambio cultural a lo largo de la historia.

Me causó curiosidad cómo, desde tiempos tan lejanos, las mujeres han sido relegadas a un segundo plano. Siempre ha existido un sistema patriarcal tan marcado que, en muchos casos, las propias mujeres podían llegar a ser más patriarcales que los mismos hombres. A lo largo de la historia, esta lucha por la equidad entre hombres y mujeres ha estado presente, enfrentándose a estructuras profundamente arraigadas en la sociedad.

En el relato, hay un momento en el que Malinche menciona que su madre estaba confeccionando un tapiz de plumas muy grande, en el que representaba a Ciacoatl, la diosa que hacía crecer a los niños. Para Malinche, era extraño que la dadora del milagro del nacimiento tuviera una apariencia tan tenebrosa. Este detalle me llevó a reflexionar sobre cómo, a lo largo de la historia, muchas representaciones de lo sagrado, incluso de lo más bello, han sido plasmadas con rasgos que nos resultan inquietantes o grotescos. Tal vez esto se deba a que lo desconocido, aquello a lo que no estamos acostumbrados, nos provoca una sensación de extrañeza que confundimos con fealdad.

Otro aspecto interesante del relato es la conexión con la historia del diluvio universal, narrada en la Biblia, específicamente en el capítulo 7 del Génesis. Malinche cuenta que hubo un gran diluvio que inundó todo el mundo y destruyó todo a su paso. Sin embargo, Tezpi logró salvarse al construir una enorme embarcación en la que cargó plantas y animales, un paralelismo evidente con el relato de Noé.

Además, el texto nos revela aspectos fascinantes sobre la medicina en esta cultura. El ahmen era conocido como sacerdote curandero y realizaba algunas de sus sanaciones con humo de tabaco, alas de mariposa pulverizadas y cenizas de plumas de oro colorado. Sin embargo, no era el único con conocimientos médicos, ya que en esta sociedad se creía en el poder sanador de las plantas, muchas veces consideradas más efectivas que otros métodos. Me sorprendió leer sobre el uso de animales pulverizados en sus curaciones, pero si lo pienso bien, no es algo tan ajeno a nuestras prácticas actuales. Hoy en día, consumimos hueso pulverizado o hervimos huesos de vaca para extraer su colágeno, con el objetivo de mantener nuestra juventud o recuperar proteínas y minerales esenciales.

Toda la historia de Malinche me hace reflexionar sobre cómo la esclavitud sigue vigente en nuestros días. Lo que ella vivió no es muy distinto a la trata de personas que marca nuestra realidad actual. Muchas personas siguen siendo vendidas por sus propios familiares, sometidas a atrocidades inimaginables. Sin embargo, al igual que Malinche, muchas de ellas se aferran a su identidad y mantienen la esperanza de regresar a casa. Esa fe en que hay algo o alguien que las espera es lo que les da la fuerza para soportar todo lo que deben vivir y sentir. La historia de Malinche, entonces, no es solo un relato del pasado, sino un reflejo de las luchas que aún persisten en el presente.

Foto principal: La Malinche (El sueño de la Malinche) (1939), de Antonio Ruiz. 
Publicado en Facebook Malba.

Referencia bibliográfica

Brandt, J. L. (1982). Malinche (pp. 7-57). Círculo de Lectores. 
Reseña publicada en Periódico El Suroeste (2025).
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