Por Luis Aníbal Parra Bolívar
Agricultor -estudiante de filosofía y psicología
Corresponsal en Salgar
Era lunes. El calendario anunciaba la llegada del 18 de mayo. Colombia recordaba que 365 días atrás en el municipio de Fundación, Magdalena, las llamas consumieron por completo un bus, con 33 pequeños a bordo, calcinándolos a ellos y sumiéndonos a todos en el dolor. La fecha no era de ningún modo la más favorable en la historia nacional. Pero una nueva página de consternación se vislumbraba en aquella fatídica madrugada.
La ilusión de celebrar el día de las madres congregó a varios de los hogares de Salgar, aquel domingo 17; la celebración se prolongó en algunos sectores hasta la madrugada, el clima familiar lo ameritaba a pesar de la constante lluvia. Otros, más ajenos a la festividad, descansaban en sus lechos con la certeza de que iniciarían una nueva semana de labores en los diferentes oficios que desempeñaban. Ambos escenarios, diversos por naturaleza, se tornaron tan iguales cuando el reloj marcaba aproximadamente las dos y media de la mañana, que casi parecían confundirse, o de hecho, eso fue lo que sucedió.
Y es que desde el anterior sábado, en lo más alto del Cerro Plateado, la montaña se había derrumbado a causa de las lloviznas prolongadas por esos días, cayendo toneladas de árboles, rocas, tierra y todo lo imaginable en una geografía como aquella; la quebrada La Liboriana, sin ser el único afluente que nace en la zona, recibió semejante carga sobre sus aguas, y no tuvo más opción que represarse, para luego transformarse en avalancha. Pero dejemos esto a los geólogos, lo explicarán mejor.
Más abajo estaba lo que en realidad importa: la gente, los humanos, nuestros paisanos… Las aguas pronto se limpiaron; las rocas encontraron su lugar o la dinamita les ayudó a hacerlo; el bosque, aunque erosionado, se reforestará algún día. Pero aquellas personas, esos hombres y mujeres que durmiendo o bailando les sorprendió la muerte, nadie logrará sustituirles.
Antes de que se insinuara el sol, pues de hecho se negó a salir aquella mañana, el “Rinconcito de oro del Suroeste” se asemejaba a un panal destruido sobre el cual hormigueaban socorristas, policías, militares, periodistas y curiosos, en busca de cuerpos inertes en medio del nefasto lodo. Radio, prensa y televisión trataban de acercarse a la realidad, para llenar los noticieros; mientras los salgareños, mudos de estupor, usaban herramientas, procurando aumentar la cifra de hallazgos.
Cerca de La Margarita, el corregimiento más afectado, un pequeño le decía a la profesoraClaudia Jaramillo, mientras ella bañaba a su madre herida: “No siga llorando profe, no es tiempo de llorar, es tiempo de actuar”.
La misma docente nos contaba el pasado jueves 29 de abril, las múltiples experiencias personales que le correspondieron hace un año. Fue casi revivir el drama, mientras caminábamos desde el centro poblado del corregimiento, hacia el caserío de Escuela Vieja. “No sabíamos que nos queríamos, hasta que nos vimos en esa situación”, decía mientras nos señalaba el lugar donde alguna vez vivieron familias simpáticas, cuyos miembros más jóvenes pasaron por las aulas donde Claudia Patricia les compartía sus vastos conocimientos.
El improvisado puente de cinco guaduas y una sola cuerda fue utilizado por ella en múltiples ocasiones, en su afán de socorrer a sus vecinos que lograron sobrevivir; también cuando la llamaron a trabajar de nuevo, pese al estado anímico natural de quien vivió la tragedia en carne propia porque “en la Margarita son una sola familia, con distintos apellidos”, como lo dice ella.
Desde el jueves 21 de mayo, aparece otra realidad para un pueblo enlutado que se negaba a renunciar a su espíritu emprendedor. Llegaba la hora de sepultar los cuerpos; el astro rey, acompañó por fin el silencio de los sepelios colectivos. El alto gobierno se hizo presente y la solidaridad de todo el mundo no se hizo esperar. Ahora se empezaba a hablar de “la reconstrucción de Salgar”.
A diferencia de Armero y Chinchiná, Gramalote, La Gabriela, entre otros escenarios de desastres naturales en el pasado de nuestro país; el corregimiento La Margarita, y en general los lugares más afectados por la tragedia en nuestro municipio, observaron con mayor prontitud, la intervención a la infraestructura, destruida por completo al paso de la avenida torrencial. La atención humanitaria fue tan excesiva, que varios indolentes se aprovecharon para sacar provecho del dolor ajeno.
Paulatinamente, los medios de comunicación se marchaban de este epicentro noticioso; los organismos de socorro empezaban a renunciar a las remotas posibilidades de encontrar algún cuerpo más; quienes ya habían sepultado sus familiares iniciaban la elaboración de su duelo; pero para algunos el drama se tornaba aún más complejo: 97 cuerpos ya se habían encontrado, pero ¿Dónde estaban los demás?, y es que otros 16 todavía son objeto de este rudo interrogante.
Hoy, un año después, el panorama genera un sabor agridulce. A pesar del incumplimiento en los plazos para la entrega de viviendas, puentes y otras estructuras, puede vislumbrarse un avance significativo, garantía de que se tendrán. Sin embargo, existen situaciones más coyunturales de las cuales, poco o nada se habla: Y es que cada vez que aparece una nube oscura en el cielo salgareño anunciando lluvia, la quebrada La Liboriana arrastra piedras a su paso, o simplemente se habla del tema.
Las lágrimas aparecen en los rostros de don Jorge Aníbal Durán, un abuelo que asentó sus raíces en La Margarita, y de Mariana Ortiz, una pequeña de 11 años, estudiante de sexto grado, que sueña con ser pediatra o policía a pesar del recuerdo doloroso de la muerte de sus dos mejores amigas. El temor de que algo así vuelva a ocurrir sigue latente en la inmensa mayoría de los habitantes de aquella funesta ribera. Así lo confirma el comerciante Elkin Velásquez.
El trabajo social realizado por las diferentes instituciones a lo largo de estos doce meses posteriores al desastre natural es invaluable. La comunidad se muestra supremamente agradecida con los psicólogos, trabajadores sociales, clérigos, y todos los que de algún modo hemos prestado nuestros oídos para escuchar una historia escrita con sangre. Las voces de aliento recibidas pueden mitigar el dolor de las heridas emocionales, pero nunca borrarán sus cicatrices.
Y como si aún no fuera suficiente, la misma naturaleza se encarga de recordarnos que su fuerza es implacable y su capacidad de destrucción es ilimitada: Desde la tarde del sábado 16 de abril de 2016, los noticieros nos mostraban cómo un terremoto destruyó la costa occidental del Ecuador. Las escenas de angustia y los heroicos rescates nos trasladaron de inmediato al recuerdo de cómo estuvo Salgar 11 meses atrás.
En las últimas semanas, el Fenómeno de El Niño redujo su impacto y aparecieron de nuevo las lluvias, de forma paralela el Dapard, junto con la Defensa Civil, el Cuerpo de Bomberos Voluntarios, el Hospital San José, la Policía Nacional y las demás organizaciones, organizaron un simulacro de evacuación en la zona de influencia de la quebrada La Liboriana, incluida el área urbana del municipio.
El balance en términos generales fue positivo, sin embargo, tal experimento puso de relieve algunos lunares que a su vez dejan ver la vulnerabilidad del sector: una de las alarmas falló, y eso angustia bastante a la gente de La Margarita; además, las posibles rutas de evacuación para el centro educativo están demarcadas justo por la calle donde se apreciaba hace un año el lodo, las piedras y los palos arrastrados por la avalancha, “necesitamos una salida de emergencia por la parte de atrás”, afirma con razón la profesora Jaramillo, quien a la vez dice que con el ejercicio se lastimaron muchos sentimientos.
La niña Mariana nos manifiesta una gran verdad: nada volverá a ser como antes después de la tragedia, pero eso no es excusa para dejar de soñar. La memoria de quienes partieron nos acompañará por siempre, pero la vida continúa, es en este momento cuando los salgareños sentimos que se puede volver a empezar. Nuestro pueblo se pone de pie, para decirle al mundo que aquí hay vida a pesar del arrasador paso de la muerte.
Foto: Cortesía Gobernación de Antioquia