De la serie investigativa: Historias que enseñan
Mi nombre es María Licinia Rivera Peña, nací en el municipio de Amagá, Antioquia el 24 de febrero de 1943, hija de Jesús María Rivera González y la señora Inés Peña Zapata.
Estudié en el colegio El Rosario que quedaba donde hoy es la Plaza de Mercado de la localidad, éramos 18 compañeras y solo yo terminé cuarto de bachillerato animada por la profesora Dilma Cordallo, quien nos decía cómo hacer material didáctico en cartulina por medio del abecedario para enseñar a los niños a leer, escribir y trabajar en el campo.
En esa época validé primero, segundo, tercero y cuarto en la Normal Rural de Señoritas de Amagá, allí me hacían exámenes de las materias y así fui aprobando hasta graduarme como maestra rural, título que conservé desde mi graduación hasta mi retiro forzoso a mis 65 años.
La rectora de la Normal era la señorita Estella Calle Viveros. Yo ya había iniciado mis labores desde el 12 de septiembre de 1958. Recuerdo a doña María Alicia Vanegas de Orozco, la mamá de Francisco Orozco (Pacho), también maestra, ella me prestó un vestido, unos tacones y un bolso para ir a la Gobernación vieja, hoy Palacio de la Cultura, ubicado en pleno centro de la Ciudad de la Eterna Primavera, Medellín.
Fui nombrada para una escuela en una vereda del municipio de Valparaíso, Antioquia, allí duré muy poco, pues la escuela se clausuró, y pasé a la zona urbana, tenía el horario de 8 a. m. a 11 a .m. y de 1 p.m. a 4 p.m., luego pasé al municipio de San Vicente Ferrer en la vereda Chaparral, cerca al municipio de Guarne ubicado en el Oriente antiqueño, seguidamente pasé al municipio de Anzá, perteneciente al Occidente del departamento en la vereda La Higuita, luego pasé al municipio de Titiribí en las veredas Los Micos y El Porvenir y en el corregimiento La Albania y la zona urbana de Titiribí, también estuve en La Estación, Angelópolis y en El Cedro perteneciente al municipio de Amagá.
Recorrí el Suroeste del departamento de Antioquia, estuve en La Cámara en la Escuela Abelardo Ochoa y en la vereda San Miguel de Ciudad Bolívar, y el mayor tiempo, 26 años los laboré en mi oficio de ser maestra en el centro poblado La Clarita del municipio de Amagá en la escuela Luis Eduardo Ochoa, hoy sede del colegio Pascual Correa Flórez del centro poblado Minas de Amagá.
Me desempeñé como maestra durante 50 años transitando por gran parte de la geografía del Suroeste, Oriente y Occidente antiqueños, por caminos a lomo de mula, con comunidades humildes pero grandes de corazón, al sonar de los cánticos en los amaneceres de la bella y soleada cultura paisa.
En esa época era fácil uno trasladase de escuela en escuela, además, realicé diferentes cursos vacacionales y aprendí metodologías de enseñanza que me sirvieron para el trabajo cotidiano con los niños de diferentes lugares.
Exigente y de carácter, terminé en el cuarto grado en el escalafón docente Decreto 2277/78, orgullosa de haber ejercido el magisterio. Durante la mayoría de años fui maestra de los niños más pequeños, los que cursaban primero y segundo elemental, del ciclo de primaria. La enseñanza de la lectura y la escritura fueron mi gran fortaleza, además de las básicas: sumar, restar, multiplicar y dividir, como inculcar valores de respeto, fraternidad, unión, responsabilidad, la instrucción cívica con los próceres de la independencia, el catecismo.
Me tocaron años de evaluación memorística, tradicional pero con muy buenos resultados, además la tecnología educativa, con aprendizajes orientados en causa y efecto, estímulo respuesta, el amor por lo nuestro en el área de Ciencias Sociales, y el cuidado de nuestra Pacha Mama, el planeta que habitamos La Tierra.
Califiqué con números y con letras, por semestres y trimestres, con vacaciones largas en junio y en diciembre y con la Semana Santa entera, sin pagar los sábados. Me tocó evaluar por objetivos a largo, mediano y corto plazo, con la renovación curricular enmarcada en la evaluación cualitativa con la integración de las áreas, con tableros negros y verdes de madera, movedizos y de cemento, con la radio, la grabadora y el televisor, con rondas y juegos, con bancas, pupitres unipersonales y bipersonales, en casonas viejas veredales, por caminos de herradura y las carreteras pedregosas viajando en las chivas del pueblo, con luchas duras defendiendo y reclamando nuestros derechos, de salud y por salarios dignos y por el respeto a la vida, por la reivindicación de la labor del maestro, como líder de las comunidades, y ante todo amando mi profesión de maestra, que sigo siendo porque considero que he sido muy buena maestra, madre y compañera.
Recuerdo el sonido de la campana para entrar a clase, la oración de la mañana, el bullicio de los niños en los descansos y la alegría que siempre conservo a pesar de mis años, también mi labor de acompañante en la formación de maestros como maestra consejera.
Doy gracias a Dios por haberme permitido ser y seguir siendo maestra, recibí mi carta de
retiro forzoso el 25 de febrero de 2008, en la actualidad vivo con mis hijos disfrutando de lo que un día sembré como maestra rural -que siempre he sido-, recogiendo la cosecha de la satisfacción del deber cumplido en pro del mejoramiento de la calidad de vida de las comunidades campesinas menos favorecidas y de la calidad de la educación de nuestros niños y niñas a lo largo y ancho de nuestra patria Colombia, y como dice la canción “maestros de verdad, de tiza y borrador, que enseñan con pasión y amor”.
Investigación del maestro Daniel de Jesús Granados Rivera
Formador de Formadores Institución Educativa Escuela Normal Superior Amagá