Vivir en un rincón de la provincia antioqueña resulta un privilegio envidiable para cualquier persona: la biodiversidad, el caudal de los ríos, el calor humano de sus gentes, la majestuosidad de la arquitectura colonial en los pueblos, entre muchos otros factores que hacen de este Suroeste la versión material de la utopía paradisíaca. Sin embargo, no todo parece color rosa. Es inevitable percibir la devastación de las montañas; la contaminación, menos desconocida al olfato que antes; la realidad del cambio climático con sus correspondientes fenómenos de El Niño y La Niña en la plenitud de su impacto; y lo que es más grave, un sinnúmero de epidemias, virus y toda suerte de enfermedades, cada vez con mayor violencia al manifestarse.
Resulta supremamente lamentable que no sean los factores externos la causa real de la presente catástrofe ambiental. No es extraño ver cómo en las corrientes de agua, otrora potables y cristalinas, flotan empaques de alimentos, desechos sanitarios, residuos industriales, solo por mencionar algunos; las famosas quemas controladas, las mismas que terminan saliéndose de las manos a quienes las provocan, son otro detonante para que hoy, el cielo de esta región se oculte tras la intensa nube de humo maloliente, mientras las tierras, antes fértiles y productivas, se transforman en aridez desoladora; todo esto, sin contar aun el daño implacable que se genera en nuestros campos con el uso desmedido de agroinsumos químicos, justificados por el deseo de reducir costos de producción, amén de intereses capitalistas.
En la actualidad, las pérdidas de vidas humanas; antes un tema reservado a la cruda violencia o a las catástrofes registradas por los medios en lugares distantes, casi se equiparan en los municipios de esta zona antioqueña: los socavones de Angelópolis y Amagá, junto con la quebrada Liboriana en Salgar, son algunos de los escenarios que no nos dejan mentir a la hora de cifrar el impacto de la impetuosa naturaleza.
Mas ya no queda tiempo para detenerse a buscar culpables. Se precisa, con urgencia, una inmediata toma de conciencia en cada uno de los habitantes del Suroeste. Se requieren acciones concretas antes que críticas a las autoridades. El calentamiento global, la inminente llegada del racionamiento energético, el amenazante deterioro en las cuencas de agua apta para el consumo y la incursión de nuevos virus mortales; son el diagnóstico real del enfermizo panorama del paraíso terrenal en el cual vivimos.
Aquí sobran las ideologías; corrientes políticas, sociales y religiosas; la edad no importa, el sexo tampoco: es necesario que nos unamos para cuidar nuestra casa común. El día es hoy, los agentes del cambio: tú y yo.