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Por Mónica Jaramillo Ríos
Montañeros Viajes y Aventuras

La programación de las Fiestas de la Rosa fuera de un puente festivo ha despertado críticas en Jardín. Pero más allá de la coyuntura comercial, este debate revela una pregunta más profunda: ¿para quién se diseña la vida en los pueblos turísticos?

La decisión de programar las Fiestas de la Rosa en Jardín durante un fin de semana no festivo y al mismo tiempo que la Feria de las Flores ha dividido opiniones entre comerciantes y empresarios del turismo. Mientras algunos argumentan que se está desaprovechando una oportunidad económica, otros -como quien escribe- creemos que este debate va más allá de la fecha; nos enfrenta a preguntas fundamentales: ¿qué tipo de pueblo queremos ser? ¿Qué lugar tienen nuestra comunidad en las decisiones sobre el territorio y el tipo de turismo es el que deseamos recibir?

Más allá de mi papel como empresaria del turismo, hoy escribo como habitante de este territorio. Como parte de una comunidad que, aunque siempre ha recibido con los con los brazos abiertos a quienes nos visitan, también observa cómo nuestra vida, celebraciones y costumbres se han ido adaptando cada día más al turismo que a la vida cotidiana del pueblo. Jardín ha ganado notoriedad por su belleza, sí, pero sobre todo por su cultura viva. Esa que no se puede encasillar en un itinerario turístico, ni capturar en una foto para redes sociales.

La fiesta como acto de identidad de los pueblos

Las fiestas de un pueblo no son sólo cifras en los libros contables o en las agendas turísticas. Son tradiciones profundamente simbólicas, una excusa para vernos las caras, para bailar entre amigos y también con desconocidos, para recordar que somos más que simples anfitriones. No podemos reducir su significado a la ocupación hotelera o al número de visitantes que llegan. Celebrar sin estar atados a los calendarios del turismo es también una forma de resistencia por parte de las comunidades. Es un recordatorio de que este sigue siendo un pueblo habitado por personas con arraigo, no un escenario programado desde afuera.

Por eso, que las fiestas se celebren en una fecha donde los jardineños sean los protagonistas y no el turismo, no debería sorprendernos. Debería hacernos reflexionar. Porque si toda gira en torno al calendario turístico, si los tiempos, escenarios y formas de celebrar se ajustan sólo a lo que demanda el visitante y el turista, ¿qué nos queda a quienes vivimos en los pueblos?

No se trata de estar en contra del turismo, sino de cuidar la casa común

En Jardín, como en muchos destinos turísticos, los ritmos de la vida diaria están siendo moldeados por las lógicas del mercado. El riesgo es que la vida del pueblo sea desplazada por la puesta en escena del “pueblo bonito”. Por eso, defender que haya fiestas pensadas para la comunidad no es ir en contra del turismo: es proteger la esencia del territorio. Esa que no se ve en la foto, pero que el visitante siente cuando se toma un tinto en el parque, cuando camina por las calles, cuando habla con un jardineño. Cuidar nuestros espacios no es estar en contra del turismo, es establecer límites.

En Jardín y en cualquier lugar del mundo no todos los espacios de un pueblo tienen que estar al servicio y disfrute del visitante que muchas veces sólo viene a consumir, no a comprender las dinámicas del lugar que visita. Hay un equilibrio que necesitamos recuperar: el turismo sostenible no se construye solo con normas, sino con respeto mutuo. Y ese respeto comienza por reconocer que hay celebraciones que deben mantenerse como espacios íntimos del territorio. Y que, si el visitante quiere vivirlas, debe hacerlo desde el respeto.

Jardín no es Medellín (y eso está bien)

Sin duda, coincidir con la Feria de las Flores no es una mala jugada. Hay un público que no busca el bullicio ni los conciertos masivos, sino una celebración más íntima, con música en la plaza, comida tradicional y conexión humana. Jardín puede -y debería- posicionarse como una alternativa cultural con su propia identidad. Un destino que se disfruta sin afán y respeto.

Del reclamo a la propuesta

Como sector tenemos la opción de resistir o de construir. Yo propongo lo segundo: poner nuestras capacidades al servicio de la comunidad. Diseñar rutas culturales que se integren a las fiestas, dar visibilidad a artistas y productores de bienes y servicios locales, y contribuir a la difusión. Que estas fiestas sean también una expresión de lo que podemos ofrecer cuando trabajamos con respeto hacia lo local. En resumen; cada decisión como esta define qué tipo de turismo queremos. Si Jardín seguirá siendo un pueblo con la esencia de un pueblo y celebraciones propias, o si se convertirá en un cascaron para una postal bonita sin un contenido real para sus habitantes; pero tampoco para quienes hoy lo visitan.

El turismo que construye es aquel que se integra, que no impone; el que celebra junto a la comunidad, no a costa de ella. Ese es el tipo de turismo que necesitamos seguir defendiendo. Y estas fiestas, tal vez, son la oportunidad perfecta para empezar a hacerlo de verdad.

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