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Un jueves a las 5:20 de la tarde caminan hacia un árbol aún con sus uniformes escolares. No se hablan; él voltea a mirar atrás para ver que ella sigue ahí. Camina uno detrás del otro porque el puente amarillo tiene un andén tan estrecho que entre buses y camiones no dejan espacio para andar de la mano.

El puente atraviesa el río Cauca y vibra a causa de los carros. Ella sonríe mientras mira el agua porque el movimiento la hace sentir como si estuviese en un barco flotando por el caudal crecido.

Foto: Jose Bedoya

Terminan de cruzar el puente; él la toma de la mano y la guía por las escalas que descienden a la orilla del río. Saltan sobre escombros de cemento y piedras como niños jugando. Entre risas, caminan hacia su destino; el hogar de las garzas blancas; su árbol, su nido. Se sientan juntos debajo de sus ramas y esperan el atardecer. Mientras llegan más garzas ella propone el reto: contemos cuántas vemos desde aquí. Ella iba en 20 y él en 23. Pero qué sentido tiene, ellas son paisaje, ellos son paisaje.

El cielo ahora es naranja, rojo y amarillo. El calor se mezcla con el viento que mueve al agua; y en brazos de él, ella busca mantenerse tibia. Él la abraza. Ella lo besa.

Llega la noche y las garzas despiden al sol. Algunas se quedan, otras se van. Pero qué sentido tiene, ellas son paisaje, ellos son paisaje.

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