Un jueves a las 5:20 de la tarde caminan hacia un árbol aún con sus uniformes escolares. No se hablan; él voltea a mirar atrás para ver que ella sigue ahí. Camina uno detrás del otro porque el puente amarillo tiene un andén tan estrecho que entre buses y camiones no dejan espacio para andar de la mano.
El puente atraviesa el río Cauca y vibra a causa de los carros. Ella sonríe mientras mira el agua porque el movimiento la hace sentir como si estuviese en un barco flotando por el caudal crecido.
Terminan de cruzar el puente; él la toma de la mano y la guía por las escalas que descienden a la orilla del río. Saltan sobre escombros de cemento y piedras como niños jugando. Entre risas, caminan hacia su destino; el hogar de las garzas blancas; su árbol, su nido. Se sientan juntos debajo de sus ramas y esperan el atardecer. Mientras llegan más garzas ella propone el reto: contemos cuántas vemos desde aquí. Ella iba en 20 y él en 23. Pero qué sentido tiene, ellas son paisaje, ellos son paisaje.
El cielo ahora es naranja, rojo y amarillo. El calor se mezcla con el viento que mueve al agua; y en brazos de él, ella busca mantenerse tibia. Él la abraza. Ella lo besa.
Llega la noche y las garzas despiden al sol. Algunas se quedan, otras se van. Pero qué sentido tiene, ellas son paisaje, ellos son paisaje.