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Una vez más las largas sombras proyectadas por las verdes cordilleras del Citará, detrás de las cuales se esconde un sol moribundo, anuncian la llegada de la noche. Los trinos de mirlas y sinsontes han cesado y hasta los gallinazos, eternos planeadores de los cielos, se han ido a descansar. Las luces del pequeño pueblo de San Gregorio, las del cañón de La Lindaja más las de la cercana cuchilla de la Siberia, brotan lentamente como emergentes y estáticas luciérnagas que despiertan al llamado de las sombras. El escenario de este teatro de la vida está listo para una nueva sesión de reflexión política, cuyos protagonistas siguen siendo hasta ahora la mula Linda y el buey Sócrates. Sube el telón y … ¡entonces algo insólito sucede! Un extraño, pequeño y ruidoso actor, sin mediar permiso, entra a la escena y se apodera de la palabra:

Bueeeeenas tardes señores, seño, señora o señorita. Soy Rudacindo, el loro recién llegado de las lejanas tierras del Amazonas en donde fui instruido por los sabios maestros ancestrales sobre las ciencias ocultas de la política y los saberes necesarios para ser felices en esta vida pasajera.

Sin saber cómo, el escenario había cambiado radicalmente. Sócrates y Linda estaban tan confundidos que no sabían cómo reaccionar, así que no intervinieron. Atraídos por el ruido, todos los demás animales de la finca se congregan alrededor de este singular actor que llegó sin ser invitado. El loro continuó:

¿Es usted de los que andan por este mundo de Dios convencidos de que su forma de ver las cosas es la única correcta? ¿De esos que cuando ven un izquierdoso tienen que salir corriendo p’al cafetal? ¿De los que sienten que hablar con un azul es más difícil que entender intríngulis de los apellidos de los Buendía e Iguarán en Cien años de soledad? ¿O que encontrarse con un rojo es más peligroso que sentarse en un nido de avispas quitacalzones? ¿Es usted de los que cuando ven un ateo se les enfría la tibia, se les tuerce el recto y hasta el huesito de la alegría se les entristece? ¿De los que amanece con la piedra al hombro y no se aguanta ni la mirada pícara de la vecina de al lado porque al caudillo de sus amores le dijeron en las redes sociales que era más feo que el demonio de Tasmania? ¿O siente que una reunión con gamonales para una oferta de tamales y de tejas a cambio de votos es más ordinaria que una fiesta de primeras comuniones amenizada por la Nena Jiménez?

Nooooo hay problema amigo, amiga, compañero o compañera, porque yo les traigo la solución. La contra p´a prevenir la picadura de la culebra del fanatismo; las gotas para parar la verborrea politiquera y el remedio para curar los cursos que producen la ignorancia, el odio y la intolerancia.

P´a estar seguro o segura de que cuando vaya a dar su voto lo va a hacer a conciencia, tal como lo manda Dios, esta es la receta y no se la voy a cobrar, porque tampoco a mí me la cobraron los maestros de la selva. Primero, tómese un vermífugo antipromeserófico para matar y expulsar lombrices, gusanos, solitarias con mozo y demás parásitos mentales que se han adueñado de su cerebro hasta convertirlo en un zoológico al que solo entran prejuicios e ideas preconcebidas disfrazados de inofensivos mensajeros celestiales. Segundo, no trague entero los sancochos que le ofrecen los vendedores de ilusiones; antes de empezar a comer pregunte bien de qué están hechos, de dónde salieron los plátanos, las yucas y la carne y asegúrese de que quien los cocinó tiene las manos limpias; sobre todo, averigüe bien cuánto le va a costar lo comido. Tercero, tómese un frasco entero de jarabe mnemoacelerante, que es lo mismo que un acelerador de partículas de historia. Infórmese con cuidado y construya su propia opinión acerca de toda promesa que le hagan, de todo paraíso que le ofrezcan y de toda supuesta sirena de la que lo quieren enamorar o de todo imaginario demonio con cachos y con cola con el que lo quieren asustar. Ya con estos remedios aplicados y complementados con una buena dosis de valeriana, usted señor, seño, señora o señorita, está listo o lista p´a votar, no por el que le digan los dueños de las bodegas de internet sino por el que le diga su propio instinto. No le aseguro que con eso va a ganar su candidato, pero sí le puedo asegurar que quien va a ganar es su conciencia, porque le va a quedar limpia y livianita. Así me lo enseñaron los maestros de las ciencias políticas del Arcano.

Diciendo lo anterior, Rudacindo se despidió chillonamente. Dijo que tenía muchos otros grupos de animales a los que darles sus recetas de políticas. Sócrates y Linda todavía llenos de su asombro, entendieron que acababan de recibir una lección de política. Sin más, dieron por concluida la sesión y se fueron todos a dormir.  Las siluetas de los animales de la finca se reflejaban bajo los rayos leves de la luna que, en ese momento, aparecía en todo su esplendor.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar

 

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