¿A qué huele él? A una mezcla de guamas, mamoncillos y carambolos; paisajes, ríos, humanidad…al padre que llega después de tanto viajar: “nosotros presentíamos, olíamos que él iba a llegar sin ni siquiera verlo en la puerta, su aroma anticipaba su llegada y sabíamos que nos traía muchas frutas”, así, con la naturalidad de quien recuerda su niñez, describe Rosalba López cómo era el regreso al hogar de Memo, el maquinista, tras haber estado dos meses de estación en estación.
Guillermo Arturo López Molina, nació el 6 de abril de 1925 en Camilo C, corregimiento del municipio de Amagá, tres meses después de que un ‘voraz incendio arrasara el municipio dePuerto Berrío’ (enero 14); y tres meses antes de que el presidente Pedro Nel Ospina inaugurara ‘el ferrocarril de Puerto Wilches en Sabana de Torres, y días después el de Tolima-Huila-Caquetá’ (julio 22); según cuentan los archivos de la Revista Credencial Historia, el siglo XX colombiano.
‘El niño consentido’ del campesino Misael López, llegó al mundo cinco años antes de que fuera inaugurado el Ferrocarril de Antioquia, y 70 años antes de que el Metro cruzara a Medellín.
En la adolescencia le siguió los pasos a su padre en la finca y aprendió a tirar azadón, a trabajar la tierra ganándose dos centavos, sin imaginar que algunos años más tarde, desde una cabina, vería los sembrados a lo lejos. Desde ese tiempo ya el amor revoloteaba por sus tardes, pero solo Teresa era la dueña de su corazón.
El encanto por ella le nació desde la escuela, y de jóvenes se hicieron buenos amigos. Sin embargo, su historia de amor solo empezaría cuando él la vio ‘ajuarada’* y de su boca escuchó: “¡Memo me voy a casar”! y él como resignado sólo atinó a decir “ah vea, yo me alegro mucho”, sin saber cómo robársela al destino, al fulano rico que tenía finca, ganado y hasta anillo le había regalado. (El ajuar era el conjunto de ropa, muebles y joyas que llevaba la mujer a su nueva casa cuando se casaba en esa época).
Teresa fue sabia y sus palabras más que una confesión fueron una advertencia para Guillermo Arturo López, ante lo cual él hizo gala de ese espíritu de avispado que cree es connatural a su ser: “vea Teresa si usted echa a su novio yo echo a mi novia, y nos casamos”, ella, sorprendida le preguntó: “¿es en serio Guillermo? Vea que usted es muy enamorado”, y más tardó Teresa en pronunciar la última sílaba, que Memo en estar al frente de la temida doña Emilia, su casi suegra, para pedir su mano.
“¿La mano? Como se le ocurre, no ve que ella ya está comprometida”, respondió la mamá iracunda, pero ya nada podría separarlos, habían tomado una decisión: “mamá yo a Memo lo quiero y por eso me voy a casar con él”. Y así fue, el 7 de abril de 1948 se casaron. Y tras el matrimonio, llegó otro amor a la vida de memo, a los pocos meses un amigo le contó que estaban buscando gente para trabajar en el tren y la idea le sonó mucho. Entonces le consultó a su papá y este por la tarde apareció con una carta de recomendación del directorio conservador de Amagá “¡Es que mi papá era muy conservador y la política antes como ahora, ayudaba mucho!”.
Su viaje en el Ferrocarril de Antioquia empezó como trabajador de sostenimiento de la línea, luego como frenero y fogonero, tiempo después como caporal hasta que lo ascendieron a maquinista: “esa máquina no la manejaba cualquiera y yo siempre fui muy ágil. La primera responsabilidad que tuve duró seis meses con destino a Puerto Berrío. El horario era hasta ordeñar el ojo. En ese tiempo uno se ganaba dos pesos con 40 centavos, que cuando eso era mucha plata”.
Y es que con una familia de 14 hijos -más tres por fuera del matrimonio- a Memo le tenía que rendir el pago: “cuando me tocaba trabajar hacia Medellín uno amanecía en hoteles, entonces yo guardaba la plata en las patas de la cama para que no me la robaran. Teresa, mi esposa, manejaba la plata del hogar y todo lo que necesitaran mis padres porque yo fui el único hijo que no los abandonó”. Su hija Rosalba asegura que nunca fueron ricos pero siempre tuvieron todo lo que necesitaron para vivir y ser felices “mi papá siempre ha sido muy cariñoso y respetuoso, y algo que yo destaco de él ¡Nunca trató mal a mi mamá!”.
Amagá, Cisneros, Puerto Berrío, La Pintada y Bolombo, son las estaciones que más menciona Memo y es que a sus 91 años muchos recuerdos se han ido diluyendo, eso sí, no olvida aquellos fragmentos donde está presente su amada Teresa: “cuando hacíamos parada en Bolombolo la señora me llevaba el almuerzo hasta allá porque le quedaba cerquita de la casa. Ella siempre fue una muchacha muy bonita”. Teresa partió hace algunos años, en su mesita de noche posa la foto de los dos.
También recuerda a su amigo Jesús María Restrepo apodado ‘Gaseoso’, a él el sueño le jugó una mala pasada “el muchacho seguro cansado porque era un trayecto muy largo se durmió y entonces lo echaron. Era muy buena persona”, afirma Memo.
En 1963 Guillermo Arturo López Molina y su familia dejaron el Suroeste para radicarse en Medellín. Llegaron a la comuna 9 a un barrio que se encontraba en plena construcción: Loreto, llamado así en honor a la virgen de origen español; precisamente la parroquia también lleva el mismo nombre. “Mi papá hizo parte de la Junta de Acción Comunal y mis hermanos y yo hicimos ventas para conseguir recursos para el barrio”, cuenta Rosalba López. En abril se cumplieron 70 años de su fundación.
En el 70 Memo salió jubilado, aún vital con sus 1,73 metros de estatura y una salud envidiable, dejó en la carrilera la velocidad, el viento, las historias del tren, para escuchar desde un mostrador las historias de los habitantes de Loreto mientras se toman un buen tinto: “yo puse una tienda, vendía de todo y nunca dejé a nadie con alguna necesidad. Las hijas mías se reían porque prácticamente yo regalaba el tinto”.
En 1995 conoció el Metro, se subió y le dijo a un nieto: “vea yo prácticamente trabajé en una máquina así (risas)”. En el Tranvía de Ayacucho no ha podido viajar pero sí anhela subirse de nuevo a un tren, al de cercanías que según la Gobernación de Antioquia, estaría recorriendo de nuevo el Suroeste en el 2019.
Foto: César López (Nieto de Memo)
Hoy con los achaques normales de su edad y una diabetes que le restringe disfrutar de todos los dulces propios de diciembre, conserva ese espíritu de avispado que ha tenido desde niño y que hoy le permite contarle a sus 25 nietos y 19 biznietos las añoranzas del Ferrocarril.
*Memo falleció el 17 de agosto de 2017.