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Por Laura Franco Salazar

El cuerpo lo sentía agotado, extraño, “como una zozobra, como Diosito avisándome”, me contó doña Olga recordando el día en que tuvo los primeros síntomas que le avisaron la urgencia real de lo que pasaba en su cuerpo.

La camisa de la pijama blanca, con la que se había acostado a dormir, amaneció al otro día manchada en el lado izquierdo con algo que parecía un óxido negro.

Se había levantado para calentarle una ‘aguapanela’ a su esposo. Cuando entró al baño y vio lo que pasaba se alzó la pijama y se revisó el seno izquierdo. “Había un gotereo así, renegrido. Con un susto horrible yo pensé: ¡Ay, Diosito, no me diga más!”.

Le llevó la ‘aguapanela’ a su esposo y regresó al baño.

−Amá, ¿qué le pasó? ¿Usted por qué se está bañando? −le preguntó desde afuera la Nana, su hija menor.
−Tengo un dolor de estómago impresionante, un cólico muy duro, yo me voy pal Hospital −fue lo que le alcanzó a decir doña Olga con miedo y desespero.

No quiso que nadie la acompañara, “yo no quería asustarlos”, recuerda.

Ya en la ESE Hospital Gabriel Peláez Montoya, del municipio de Jardín, doña Olga le mostró la pijama al médico. “Quítese la ropita, la vamos a examinar” −le dijo él, y concluida la revisión, le preguntó:

−Yo la veo muy asustada, ¿Usted es fuerte?
−Sí, yo tengo que ser fuerte porque usted me va a decir la verdad. Lo que yo estoy pensando, usted me lo va a decir.
−Esto parece un cáncer −le dijo finalmente.

En el hospital del municipio conocían la historia de doña Olga: le habían sacado la matriz por unas sospechas de cáncer −que terminaron por no cumplirse−, le habían hecho un seguimiento constante de su seno derecho −hacía más de 10 años− por unos quistes, y actualmente su esposo tenía cáncer de pulmón y había decidido no hacerse ningún tratamiento.

El viaje hacia Medellín

Lo mejor era irse de inmediato para Medellín, según el médico, a realizarse los exámenes. Él le preguntó que cómo estaba de dinero y ella le contestó: “no tengo mucho, pero la plata se consigue”.

Su otra hija Maritza −que trabaja en otra ciudad− le envió como pudo el dinero. “A ella sí le conté de una, le dije que tenía ese problema, ella se puso a llorar, pero la patrona le dijo: mándele la plata ya a su mamá, nosotros se la prestamos”, cuenta doña Olga.

En el viaje hasta Medellín, que dura tres horas aproximadamente, trató de tranquilizarse, de pensar cosas bonitas, como ella misma lo dice. “Nosotros nacimos, no sabemos hasta cuándo vamos a estar ni qué ciclo de vida tenemos. Yo voy a luchar porque para eso está la ciencia y me puedo recuperar”, pensó y recordó a sus hijos, “me animé pensando en ellos y dije que yo me iba a aliviar por mis hijos”, recuerda.

En Medellín le hicieron una serie de exámenes, entre ellos una gelatografía. “Me dijeron, esto te va a doler. Porque le meten a uno un alambrito por el pezón, especializado, delgadito. Eso es hasta muy bonito, yo porque perdí esas imágenes, pero es hermoso ese examen”, expresa.

Revisando los resultados, el médico en Medellín, le dijo que debía operarla. Ella decidió hacerlo de manera particular, porque sabía que por el Sisbén podría tardarse mucho más la autorización. “Yo le agradezco mucho al doctor Salvador”, dice, porque cuando le dijo la noticia de que debía operarla le dijo que pensara solo en ella, que aún estaba joven, muy linda, muy guapa y que se notaba que era una muy buena mamá.

Hasta ese momento, doña Olga no le había contado a su esposo la situación. Pero cuando supo que debían operarla, se lo dijo. Él se preocupó mucho, sin embargo, le aseguró que él iba a cuidar a los muchachos −2 hijas mujeres y 4 hijos hombres que aún vivían en Jardín−, “como yo no me voy a dejar hacer nada, yo los cuido”, le dijo.

Luego de la cirugía

Después de esta cirugía −hace seis años− el médico le dictaminó que la patología había salido buena, que quizá tendrían que hacerle radioterapia o quimio para terminar con lo que pudiese haber quedado del cáncer, pero “yo estaba feliz, ya me sentía alivida”, recuerda doña Olga.

Sin embargo, al día siguiente recibió otra llamada en su casa.

Madre, ¿usted qué está haciendo? ¿Está paradita, sentadita? ¿Qué está haciendo? −le preguntó el doctor al otro lado de la línea.
−Estoy haciendo unos destinitos, ¿por qué?
−Se me sienta, que necesito hablar con usted.

Doña Olga se sentó a escuchar y sin que el doctor dijese algo todavía, empezó a sentir que algo le subía por el cuerpo, el miedo quizá, y pensó “Diosito, fortalézcame, que no me dé lo que me dio cuando me enteré la primera vez”.

−Madre, no te podemos hacer radio ni quimio, el examen salió malo, yo tenía duda y no fue en vano. Usted tiene una invasión profunda muy grande.

Había pasado menos de un mes desde la cirugía. “Yo le dije, no me diga más, doctor, y empecé a llorar. Pero él me dijo: yo te voy a ayudar mucho, harta fuerza porque una persona con cáncer se puede recuperar, por su esposo no se preocupe, por sus hijos no se preocupe, piense en usted”.

Lloró alto y fuerte, se preguntaba qué iba a hacer, no le importaba hablar sola y duro, porque la noticia la recibió así, estando sola. Cuando la Nana llegó del trabajo, la pudo abrazar, le contó todo. “Yo es que me estoy enloqueciendo, Diosito, si usted está conmigo”, pensó doña Olga.

Al poco tiempo de programada la segunda cirugía, su esposo murió. Debió enfrentar el duelo y su segundo procedimiento quirúrgico de manera casi simultánea.

El Sisbén corrió con todos los gastos: 16 millones 800 mil pesos costó la segunda cirugía que también fue todo un éxito, incluso con la reconstrucción de la mama.

Aún hoy, Medellín es una ciudad recurrente para doña Olga, allá tuvo que quedarse dos meses en recuperación luego de la segunda cirugía, y ahora debe viajar casi cada mes para los chequeos de control y rutina.

Siempre le había gustado la cocina, trabajar en restaurantes, pero ya no puede hacerlo, “a pesar del cáncer yo podía trabajar, ahora ya no puedo porque tengo unos dolores: fibromalgia, me dijo el doctor”.

Varios de sus hijos ya son profesionales y encontraron estabilidad fuera del pueblo, son ellos los que la reciben cada que tiene quedarse en Medellín. La visitan constantemente en Jardín y han tratado de cumplirle todos sus sueños. “Ya viajé en avión, conocí el mar y voy a conocer México. Yo estoy aquí por mí y por mis hijos, yo los quiero mucho. A mis santos, a los doctores y a mis hijos”.

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