La paz en Colombia, un reto de alta política

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Colombia, como muchos países de América Latina es una nación diversa, de regiones y multicultural, donde se construyen imaginarios colectivos arraigados a las tradiciones y formas de vida, que en muchos casos se desarrollan comunidades, en medio de las más precarias condiciones de bienestar, sin poder brindar a los habitantes de un territorio, las condiciones adecuadas para vida digna.

Lo anterior generó un caldo de cultivo para que grupos armados al margen de la institucionalidad, pretendieran reemplazar el Estado y querer ser unos falsos salvadores de las causas populares, sustentando con sus ideas la lucha armada contra los gobiernos de turno y en muchas ocasiones contra el mismo pueblo que supuestamente defendían. Fueron tiempos dolorosos, de una lucha cincuentenaria que degeneró por las tentaciones económicas del lucrativo negocio del narcotráfico y del terrorismo como muestra de poderío militar y de acciones desestabilizadoras.  Todo señalaba que la luchade ideales sucumbía frente a la tentación del poder y el enriquecimiento de las cúpulas o jefes que se autodenominaban como líderes ideológicos, y quienes adoctrinaban jóvenes y niños para mantener una guerra que cada vez más, carecía de sentido y apoyo popular y solo contabilizaba víctimas fatales, que se sumaban a una estela incontable de huérfanos y dolientes que llenaban de grandes heridas a todo un país.

La Paz…la tan anhelada paz, se tornó el discurso político de los que la defendían basados en la negociación y la salida pacífica al conflicto, pero también de los que consideraban que el fortalecimiento del Estado y las acciones legítimas de la fuerza pública, disminuyeran y apabullaran militarmente a unos grupos irregulares que doblegaran sus acciones y se reintegraran a la vida civil por la presión y voluntad política de los gobernantes.

Lo anterior ha marcado la agenda en la elección en los últimos 5 períodos presidenciales y seguro no será la excepción del próximo; por la polarización de los sectores políticos, sociales y económicos frente a la concepción de los mecanismos para lograr la paz.

Hemos vivido en el presente reciente, una negociación y diálogos con los grupos armados ilegales, liderada por el gobierno actual, donde tristemente parece desgastado el significadoy simbolismo de la paz, por las controversias y discusiones de los mecanismos y herramientas para lograrla, unos de acuerdo y otros objetando la manera y el modo para lograrla…unos dispuesto a ceder y sacrificar y otros más pensado en el sometimiento y rendición de los actores del conflicto.

Los diálogos llegan a un aparente feliz término y ponen a consideración del pueblo colombiano la refrendación de los acuerdos, que por un leve margen deciden no avalar y no legitimar lo que parecería ser solo un asunto de trámite ya que frente a la paz no había oposición… ¿El pueblo colombiano no quiere la paz?  Esa era la pregunta que el resto del planeta murmuraba.

Sin duda las reflexiones y análisis no dieron espera, una negociación reprobada sería sinónimo  de que la sociedad colombiana esperaba un nivel de justicia mayor a la negociada e internacionalmente aceptada, un proceso que debía renegociarse y avanzar en la construcción de una paz que representara a más actores sociales y tuviera un consenso mayor, allí se avanzó pero no se lograron todos los acuerdo de las partes y sin marcha atrás, el Congreso de la República por petición del gobierno, convalida y le da estatus de legalidad a un nuevo acuerdo que aún no suma todas las posiciones sociales y políticas.

¿Será posible que avancemos en un verdadero proceso de reconciliación…más que de paz, el cual sigue dividendo y no uniendo a los colombianos? ¿Será posible que aceptemos unos acuerdos que seguro no son perfectos? ¿Será posible definir y acordar lo fundamental para el fortalecimiento de una patria herida por una lucha armada sin sentido?  Sin duda estamos frente a retos de alta política que deben ser enfrentados por un gobierno que al parecer aún no se conecta lo suficiente con el pueblo, según lo que se puede interpretar en las calles, los medios y los sondeos de opinión.

La etapa del posconflicto se vislumbra en el horizonte, donde se consolidan los procesos de reconciliación desde las regiones, desde la autonomía territorial, pero con territorios organizados y ordenados, como estamos planteando bajo el uso de mecanismos de la asociatividad territorial y creando la primer Provincia de Administración y Planificación en el país, bajo principios definidos en la Ley de ordenamiento territorial de Colombia y avanzado en un modelo de desarrollo que otros países de América Latina han implementado y que – seguramente- permitirá procesos de equidad en el desarrollo de las regiones y basar su progreso frente a las potencialidades de sus territorios y lograr así mayores niveles de calidad de vida y mejores condiciones de bienestar y necesidades básicas insatisfechas.

La implementación de los acuerdos es un camino que aún está por construir, donde la sociedad civil sigue expectante y deberá legitimar la opinión pública y sentir que lo negociado no fue en desmedro de la institucionalidad y el orden constitucional. Esperemos que la comunidad internacional sea garante de una sólida voluntad de los actores armados en el cumplimiento de lo pactado y que la polarización sea atenuada por el real interés sobre lo fundamental en la construcción de un estado incluyente y participativo.

El ejercicio de la política debe ser entendida como gran herramienta de sumar voluntades, de construcción de políticas públicas de desarrollo y de cimentación de la gobernanza, como esa relación legítima entre el gobernador y el gobernante, que permita que se vislumbre un horizonte real de una reconciliación social estable y duradera.

Como gran reto, queda servido sobre la mesa, como las regiones de Colombia bajo un nuevo modelo de desarrollo territorial, la dirigencia y la comunidad internacional, le demuestra a América Latina y al mundo, que las sociedades son de largo plazo y necesitan modelos de desarrollo sostenible, donde las luchas armadas ya no generan las grandes trasformaciones y los nuevos entornos globales en clave de defensa, más invitan a una consolidación de la alta política para enfrentar y superar los grandes retos que el futuro nos impone.

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