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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Basada en una de las peores masacres de la historia de Colombia 

Título:                   El día que llovió sangre

Autor:                  Andrés London

Género:               Novela

Editorial:              Calixta Editores

Edición:                Primera

Hacía muchos años no sentía tanta repulsión, espanto y, ¡sí, dolor! ante ese personaje siniestro que, siendo niño, tanto me atormentó: la Muerte. Especialmente cuando ésta es el resultado del odio, la intolerancia y la estupidez humanas. ¿Por qué los colombianos no hemos podido, a lo largo de nuestra historia, encontrar, para resolver nuestros grandes problemas sociales, un camino distinto al de la violencia? ¿Por qué el ansia de riquezas, de dinero fácil y el disfrute de la fugaz vanidad humana es cada vez más un fin en sí mismo para cuya consecución es válida cualquier arbitrariedad, incluida la muerte de quienes se convierten en el estorbo de los poderosos? ¿Por qué la violencia, con todo aquello de lo que está rodeada en términos de corrupción, politiquería, odio y cobardía, termina siempre ensañándose contra los más indefensos y vulnerables? ¿Por qué tantos colombianos del pueblo terminan dejándose utilizar estúpidamente, como masa maleable de carne de cañón, por parte de siniestros personajes que produce a diario nuestra insensata sociedad, entre políticos, narcotraficantes y hasta individuos que se escudan en una ideología para justificar el uso violento de las armas? No tengo las respuestas a éstas y otras preguntas que me atormentan, pero sí sé que no dejaré de seguir buscándolas, porque en alguna parte de la condición humana, en algún rincón de la conciencia de la sociedad colombiana, éstas deben estar escondidas y, mientras tenga alguna posibilidad de vida, lo seguiré haciendo.

Estos planteamientos que me hago hoy, como tantas veces lo he hecho a lo largo de mi existencia, desde aquel triste día en el que mi compañero de escuela fue asesinado, surgen como resultado de la lectura de la novela “El día que llovió sangre”, escrita por Andrés London. Debo confesar que, sobre los hechos de la masacre de Segovia, acaecida el 11 de noviembre de 1988, hubo mucha información a través de todos los medios de comunicación, pero, como sucede casi siempre con todo tipo de masacres, incluidas otras como las del Aro (paramilitares, octubre de 1997, Ituango), La Machuca (municipio de Segovia, ELN, octubre del mismo año ¡en el mismo municipio de Segovia!), y Bojayá (Farc, mayo de 2002), para solo mencionar estos tres terribles casos, pronto dejan de ser noticia de última hora y, con el paso de los días, estas dolorosas realidades pasan a ser cosas de una historia prácticamente olvidada, excepto para sus víctimas. Pero en esta ocasión, el libro aquí citado me llevó, de una forma casi brutal, a vivir y a tratar de entender lo que debieron ser aquellos monstruosos momentos para los habitantes de este pueblo que, en la novela, quedan retratados de manera tan trágica en los personajes de los niños protagonistas: Francisco W. Gómez, muerto en la masacre, y   Dina Luz Lozano, cuyo padre fue también una de las víctimas en esa fatídica noche.

Se podría pensar que, por tratarse de una novela, en los hechos narrados por Andrés London hay mucho de imaginación y, tal vez, hasta de tergiversación. Pensando en ello y buscando contrastar esta información con otras fuentes, he buscado, a través de los medios de información disponibles hoy en día para cualquiera que lo quiera hacer, documentos y noticias de la época, y me he encontrado con que los acontecimientos expuestos no solamente concuerdan con la realidad, sino que el libro mismo termina quedándose corto en su descripción. Es, en mi opinión, un caso en el que la realidad supera con mucho a la ficción, incluida la extraña premonición que sobre esos hechos de muerte venía teniendo Francisco y que quedó plasmada en un dibujo hecho en su cuaderno de clases. ¿Qué misteriosos impulsos llevaron a este niño a plasmar en su cuaderno, con una precisión casi fotográfica, sus pesadillas sobre los acontecimientos que habrían de suceder ese 11 de noviembre?

Pero, sin lugar a duda alguna, la parte fundamental de lo que está en juego en este escenario y que es fácil deducir del contenido del libro, son esas dos caras de una misma moneda que aparecen nítidamente aquí reflejadas:

Por una parte, el drama de un partido apenas en ciernes que encarna una visión política satanizada por el Sistema y que, si bien lleva sobre sus hombros el estigma de provenir de un grupo armado rebelde que, en medio de su accionar, ha cometido errores lamentables y, en muchos aspectos, ha terminado paradójicamente por convertirse en victimario de quienes, se supone,  son el objeto de su lucha, busca ahora un espacio político para someter sus ideas al voto popular: la Unión Patriótica, personalizada para Segovia en su alcaldesa Rita Ivonne Tobón.

Por otra parte, un “Sistema” incapaz de tener una ruta que le permita al país resolver sus grandes problemas estructurales, representado en este caso concreto por un Estado cobarde y acorralado; una clase política corrupta, entregada a toda suerte de prácticas politiqueras; unas fuerzas armadas cómplices e indignas y una clase empresarial (no todos los empresarios, hay que decirlo también) para la que finalmente lo que importa son los beneficios económicos. Para estos actores el paramilitarismo, verdaderos ejércitos privados de asesinos despiadados, resultó ser la herramienta perfecta para el trabajo sucio — denigrante e inhumano — con el que aspiran a quitarse de encima todo aquello que huela a cambio y ponga en riesgo sus intereses.

El contraste entre las dos caras de esta misma realidad no puede haber sido más increíble y desigual: una mujer valiente y prácticamente inerme — ¿qué podían hacer unos pocos escoltas con armas cortas frente a un grupo de matones armados de metralletas, fusiles y granadas? — capaz de resistir la guerra psicológica que se le montó desde el momento en el que su liderazgo en el pueblo se hizo evidente; capaz de escapársele a los matones que buscaban su muerte para, luego de la masacre, tener el carácter de mirar de frente a unos indignos oficiales del ejército y la policía y reclamarles por su evidente complicidad y cobardía y que, pese al acoso del andamiaje armado de los politiqueros, liderados por el señor César Pérez, para ese entonces presidente de la Cámara de Representantes, con toda la maquinaria del poder del Estado a su favor, jamás se doblegó.

Concluyo con estas palabras tomadas del texto de esta inquietante novela: “(Los dolientes de la masacre de Segovia) aún siguen esperando ese día en el que puedan despertar; un día en el que todo un pueblo no tenga que llorar 46 veces” (Pág. 270).

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Por Rubén Darío González Zapata
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Corregimiento Alfonso López 
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