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Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

Frente a la puerta ancha y robusta estaba contando los pesos para pagar. Es un paraje de una calle sinuosa y solitaria, cinematográfico, digno de un cuento de terror. La cita espiritista estaba programada para las 5 de la tarde… Media hora y nada, parado ahí, a mi suerte, renegando por la falta de modales. Básicamente, una forma descortés de comenzar la invocación. ¡Diiing doooong!, ¡Ding dong! apretando el timbre con el dedo acusador. ¿Me abren o qué…? ¡Por fin! Entré a una habitación fría, puertas crujientes, tejados quejumbrosos, gatos vigilantes y desarrapados, velas por doquier encima del chifonier, mesa, taburete y tocador. Me ofrecieron café; no lo recibí. Todo mal, descortesía se paga con descortesía. Me anunciaron que el personaje de la invocación era de alto perfil; además, había que desempolvarlo. “Aquellos espíritus bicentenarios son muy reacios a aparecer, no les da la gana”, dijo la espiritista, a soto voce. Ella estaba desde la noche anterior bregando para tener contacto con él, pero le contestaba un tal Facundo. Estoy preparado, vamos a llamar a Emiro, Emiro Kastos, un infructuoso ensayo. Intentemos con Juan de Dios Restrepo. “¡Aló!” —contestó un barbudo decimonónico—. La sesión espiritista duró hasta la madrugada.

Emiro es un cálido personaje de vocabulario ácido, sagaz y bien hilado. Tiene el ceño adusto amparado en su agudo ojo seleccionador de mineros. Yo le conté de Amagá; era mi mayor objetivo de convocatoria extracorpórea. Él quería hablar de ripio de carbón, oro y dinamita. Y cómo iba el embeleco del ferrocarril. Yo le comenté de los “pepitos y las notoriedades del pueblo”; incluso la casa donde nació era un bailadero y campo de batalla nocturno. Y que el nieto de su acérrimo contradictor Mariano Ospina Rodríguez está orondo en la biblioteca municipal, vaciado en un busto de bronce. Una calle, la plaza, una escuela, una biblioteca son epónimos, llevan su nombre en honor a un muerto notorio. Pero, dije, ¿para qué nombres alusivos y conmemorativos si no existe un concurso de relatos Emiro Kastos, un centro cultural Emiro Kastos, una casa museo Emiro Kastos, un verdadero sentido histórico a la memoria y obra del paisano? Emiro se ríe… “Amagá era un árido caserío cuando nací; ahora es un barbecho, consumido por su avaricia”. Decidimos conversar sobre su estudio literario y la ponderación de su obra como precursora de otras tradiciones en el espectro antioqueño. El tiempo se despeñó en los primeros albores del día. Hoy, sí, hoy, 202 años empolvado bajo el blasón de la desmemoria.

Aniversario capicúa, 23 de agosto de 2025.

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