Por: Felipe Morales Área de Comunicaciones Alcaldía de Betulia
A finales del siglo XIX, a las afueras de un caserío existió el primer cementerio de Betulia, ubicado en una colina con un camino estrecho y resbaladizo, tanto que era incluso de valientes llevar el duelo, pues tenían que atravesar un extenso y caudaloso río que crecía en invierno.
La docente Flor Amparo García, describe que:
Los difuntos eran sepultados en la tierra y les colocaban las iniciales del nombre en una cruz de madera, las cuales se divisaban desde el pueblo.
Cuentan algunos labriegos que en la zona han encontrado pequeños restos olvidados en la tierra que aún es fértil.
Manuel Antonio Urrego Pérez, un abuelo betuliano de 89 años, asegura que recuerda un cementerio ubicado a las afueras del casco urbano, en una vereda que se llama San Mateo:
…por eso espantan por allá, yo podría jurar mijo que dejaron algunas almas por esas tierras.
Dada la odisea que implicaba llevar a los difuntos al cementerio, la comunidad preocupada y afligida empezó a solicitar otro lugar más accesible, y fue a principios del año 1910 que lograron encontrar un terreno más llano y cercano al casco urbano; allí se trazaron cuatro zonas en forma de cruz: una para niñas, otro para niños, para mujeres adultas y una para hombres adultos, también se construyó un osario común y cada bóveda tenía un valor de doscientos pesos.
…Era muy difícil cuando se moría algún pobre, nadie lo conocía ni querían ayudar a enterrarlo, en cambio fallecía un rico y todo el pueblo quería cargarlo.
Afirma entre risas don Manuel. Además, se utilizaba en cada bóveda una cruz hecha por veinte pesos en cemento por el mismo sepulturero.
En la memoria lúcida de algunos habitantes, se encuentran recuerdos sobre el cortejo fúnebre que bajaba por el sector Nariño hasta el Colón “para finalmente ingresar al cementerio por una reja de hierro ubicada en un extremo” , cerrada y abastecida por una maleza y un silencio abrumador.
En la época de violencia las almas negadas fueron interminables, según don Manuel se veían mucho, las familias por vergüenza y pena rechazaban a sus familiares cuando éstos se convertían en malhechores:
…podían ser ricos y conocidos, pero hacían un acto de vandalismo y su muerte no sería recordada.
En el año 1966 el señor Tulio Díaz obsequió El Cristo de la Agonía, cuyo valor en ese tiempo fue de tres mil pesos; los señores Isaac Arango y Eugenio Arango, dieron los dos Ángeles del Silencio y el del Juicio Final, por un valor cada uno de mil quinientos pesos, donados especialmente para el fervor de la comunidad.
La memoria está en cada lápida del camposanto, la invitación a cada uno de ustedes es a conocer el cementerio de este bello terruño y sentir un poco de escalofrío en el mes de noviembre cuando el animero sale todos los días a eso de la medianoche pidiendo los ‘Padre Nuestros’, por un alma en pena.