Por Luz Gabriela Gómez Restrepo* Grupo Puentes, activista de la no-violencia
La conversación sigue siendo el espacio ideal para el entendimiento humano, porque nace del cultivo permanente de relaciones. La frecuencia en el contacto hace posible la construcción de acuerdos a partir del reconocimiento del otro. La oralidad es característica de la manera muy particular de entender nuestra cultura, por eso nuestros pueblos mantienen sus lazos sociales y afectivos a través de la conversación. Por lo tanto no tiene sentido olvidar ese rasgo esencial en el momento de construir proyectos sociales que nos congreguen y aporten a una cultura de paz. Es lo más natural, afectuoso y efectivo para buscar confianza y credibilidad. Lo evidente, lo más claro, lo concreto, se patentiza mejor en la comunicación cara a cara. Esas relaciones interpersonales nacidas en el conversar afianzan el sentido del nosotros y la pertenencia a una comunidad concreta.
No se trata ingenuamente de oponerse a la riqueza de los medios electrónicos, sino más bien de aprovecharlos y colocarlos en el lugar indicado, otorgándoles, junto a la comunicación directa e interpersonal, el valor, espacio y tiempo que se merecen para construir comunidades de aprendizaje interesadas en la paz y la reconciliación.
Sin individuos que dialoguen no existe la convivencia, porque el modo de vivir se define primordialmente por la red de conversaciones significativas que adelantemos para permitir el encuentro, la solidaridad y el cuidado individual y colectivo. La oralidad entonces es ideal para el progreso y la construcción colectiva de sentido. Se trata de reconocerla como la posibilidad ideal de representar, crear y transmitir los sueños y proyectos porque el lenguaje se amalgama con las emociones de manera más natural. La comunicación cara a cara gana en informalidad, es ágil, flexible, espontánea y muy creativa. Puede entenderse como el principio de la experiencia compartida, la común unión, el sentido del nosotros. Abre entendimientos para construir acuerdos y es la comunicación perfecta, la más interactiva para el cruce de múltiples miradas.
Lo simple, lo obvio, lo más cercano es lo que parece olvidarse: los seres humanos en juego dialógico. Es allí, en el conversar confiado, donde podemos intervenir de mejor manera para construir solidariamente espacios para el bien común y la paz duradera.
La conversación es el alambique de la convivencia porque poliniza, igual que las abejas, llevando vida de un lugar a otro, para mejorar nuestras cosechas personales y colectivas.
Por tanto, la posibilidad conversacional es uno de los más sencillos y potentes oficios de paz. El centro de gravedad gira alrededor de la palabra como constructora de la ética del cuidado a nosotros, a los otros y al entorno. Algo tan simple como recordar siempre que la vida se resuelve conversando y juntos, escuchándonos, alcanzamos un mayor nivel de sabiduría para resolver las adversidades y aprovechar las oportunidades.
*Periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana con Especialización en Ciencias de la Información de la Universidad de Navarra, España, y Especialista en Investigación de las Ciencias Sociales de la Universidad de Antioquia.