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Mis años en San Gregorio: un futuro por construir 


Entrega 1

Por Rubén Darío González Z
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar

Hay en Ciudad Bolívar un corregimiento, que como muchos otros de Colombia, pasa con frecuencia desapercibido. Su nombre difícilmente aparecía en los mapas oficiales del país, y aún hoy, en los documentos de la Administración Municipal, en los de promoción turística del municipio, o en las páginas de Internet, rara vez aflora su nombre, y cuando lo hace es de una manera marginal.

Es el corregimiento de Alfonso López, familiarmente San Gregorio, ubicado a 25 kilómetros de la cabecera municipal, y cuyo reconocimiento oficial se llevó a cabo en el año 1935 mediante el Acuerdo No. 88. Su templo fue reconocido como Parroquia de San Pío X, el 9 de enero de 1956 por la Diócesis de Jericó, circunscripción eclesiástica a la cual pertenece.

Son varias las causas que pueden contribuir a esta especie de aislamiento; entre ellas, el estilo centralista que muchas administraciones municipales del país −incluida la de Ciudad Bolívar− terminan dándole a su diario acontecer social, con la consecuencia práctica de que lo único relevante en la vida diaria del pueblo es lo que sucede dentro del casco urbano o en su entorno inmediato. Lo demás es secundario, no recibe protagonismo o es sencillamente ignorado.

No obstante, este sistema de interacción poco dinámico, que predomina con frecuencia entre las pequeñas colectividades rurales y su cabecera municipal, no tiene que ser algo fatalmente inmodificable, es allí donde la iniciativa de las comunidades entra a jugar un papel determinante: cuando toman conciencia de su potencial y dejan de actuar pensando menos en sus limitaciones y más en sus posibilidades.

De hecho, el Alfonso López de hoy muestra un notable progreso: vías de acceso vehicular que lo comunican con el casco urbano de Ciudad Bolívar, con el municipio de Salgar, con la ciudad de Medellín y con otros municipios; electrificación, servicios públicos, educación, servicios básicos de salud y calles parcialmente adoquinadas, entre otras cosas, esto gracias, en gran medida, a la gestión constante de líderes y lideresas salidos de entre sus propios habitantes.

Y es que el recurso más valioso de cualquier lugar del mundo es su misma población, y este corregimiento lo posee de forma muy variada: juventud que está creciendo, adultos con experiencia en manejo de fincas cafeteras y de otros cultivos, empresarios, profesionales, artistas musicales y de la pintura que, aunque muchos de ellos no vivan dentro de la localidad, han mantenido con ella vínculos familiares, afectivos, económicos o profesionales.

Recursos estos que, puestos al servicio de proyectos creativos, con toda seguridad generarían en el futuro muy buenos resultados. Turismo, empresas agrícolas, mejoramiento de vivienda, deportes, arte, para señalar solo unos cuantos campos de acción. Son aspectos en los que hay seguramente enormes posibilidades.

Ahora bien, para que todo este potencial termine siendo efectivo y produzca los resultados estructuralmente transformadores para sus habitantes, se requiere de un elemento catalizador, que le dé, si lo podemos llamar así, la fuerza motivadora al trabajo de la comunidad dentro de una perspectiva de largo plazo. Y esto se responde con una pregunta: ¿cuál es el Alfonso López −el San Gregorio− que queremos construir, por ejemplo, para el año 2050?

Hay, sin embargo, un elemento que, con toda seguridad, aporta en gran medida una razón de ser al futuro que queremos construir: su pasado, paradójicamente. Y es que conocer el pasado no es solamente memorizar nombres, fechas, personajes interesantes o pintorescos, acontecimientos satisfactorios o dolorosos. No. Es algo que va mucho más allá de lo superficial, de lo anecdótico, de lo puramente sentimental. Es un esfuerzo consciente, reflexivo, alrededor de los hechos del pasado sobre los que, generalmente y sin pensar en ello, seguimos apoyándonos para ir tejiendo nuestro presente.

Vistas las cosas desde esta perspectiva, el tamaño de nuestra historia −la de Alfonso López− pasa a ser algo secundario, porque lo que cobra importancia real es su contenido y en ese contenido todo juega un rol significativo, por sencillo que parezca. La vida dura de nuestros fundadores, el esfuerzo de los agricultores, carpinteros y comerciantes por mantener activa la vida económica. El trabajo incansable del arriero por mantener surtidas las tiendas o llevar el café al pueblo. La labor de sacerdotes y otros líderes espirituales que se han esforzado por mantener vivos unos principios y unas costumbres religiosas.

La labor de inspectores de policía y de los mismos agentes. El trabajo de profesores que han formado las juventudes. Las mismas crisis de violencia que han sacudido la región. Todo ello hay que mirarlo desde una perspectiva de conjunto; a todos sus componentes hay que encontrarles sus relaciones de causalidad, la forma como han interactuado y cómo, de alguna manera, han contribuido a formar el genio y figura del sangregoriano de hoy. Un acontecer que hay que verlo no como cadenas que amarran al pasado, sino como una fuente de enseñanzas que se convierten en ladrillos con los que se construye el futuro.

Y es aquí donde entro yo. Soy Rubén Darío González Zapata, nacido en la vereda de La Lindaja, allá por el año de 1946, y fue allí donde pasaron los primeros 16 años de mi existencia. Luego de esa fase de mi vida estuve varios años en Medellín, para trasladarme finalmente a Bogotá, que fue la ciudad que me cogió, me dio un hogar, me ayudó a culminar mis estudios y donde me formé profesionalmente. Pese a ese distanciamiento físico, siempre he seguido vinculado afectivamente al San Gregorio de mi infancia.

Mi propósito al escribir estas líneas obedece a mi deseo de hacer un pequeño aporte a un proyecto que ojalá alguna vez sea una realidad: construir la memoria histórica de Alfonso López, una memoria que no quede detenida en algún momento del tiempo, sino que, por el contrario, siga siendo enriquecida con aportes de otras personas y actualizada por las nuevas generaciones.

Se trata de un relato sobre lo que fue mi existencia durante esos 16 años, vista no por el adulto que hoy escribe, sino por el niño y el adolescente que vivió personalmente esa experiencia. Para publicar este escrito, que se hará por entregas, y de las cuales ésta es la primera, he aceptado el ofrecimiento que, muy amablemente, me ha hecho el Periódico El Suroeste.

Por el espacio que me da El Suroeste, y por la amable acogida que le dispensen los lectores a mis escritos, les expreso mis sinceros agradecimientos.

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».


Por Rubén Darío González Z
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

 

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