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Reflexiones de un antioqueño de alpargatas

Cada cierto tiempo a los antioqueños se nos alborota el bicho del regionalismo. El detonante puede ser cualquier cosa: que Bogotá es excesivamente centralista; que no nos gusta el gobierno de turno; que algún poeta despistado dictaminó que los antioqueños somos una raza superior; que no hay duda alguna de que el mismísimo Dios es antioqueño. ¡Qué sería del mundo – decimos entre suspiros – si el Altísimo no hubiera creado a los antioqueños! La conclusión lógica ya se sabe cuál es: ¡Antioquia tiene que ser una república independiente! No necesitamos de los demás colombianos para hacer de nuestro departamento una pujante nación, mucho menos de esos cachacos estirados que deciden desde Bogotá nuestro destino.

Si bien es cierto que los antioqueños tenemos razones válidas para sentirnos orgullosos de lo que somos y tenemos, también es cierto que los santandereanos, los tolimenses, los cundinamarqueses, los costeños y los chocoanos, para citar solo algunas de las tantas regiones de Colombia, tienen todas las razones del mundo para sentirse igualmente orgullosos de su tierra. Pretender utilizar las fortalezas, las ventajas y los apegos afectivos locales para convertirlos en un motivo para despedazar a Colombia es, más que una muestra de amor por la parte de la tierra en la que nacimos y crecimos, un acto suicida de una estupidez inexplicable, que terminaría por acabar con cualquier país.

Para cerrarle la puerta a esas veleidades hay muchos remedios, pero uno en particular es especialmente eficaz, además de ser muy barato. Se llama leer sobre nuestra historia. Una dosis de lectura periódica, atenta, con mente abierta y libre de prejuicios limitantes y estúpidos, ayudará, en primer lugar, a entender el porqué de la Colombia que tenemos hoy en día (por qué somos lo que somos) y, en segundo lugar, a comprender y evaluar, tanto los aciertos (que también los hay) como los inexplicables errores que cometieron los fundadores de la Nación, para aprender de esos hechos históricos, si es que lo que nos anima es el deseo sincero de hacer de Colombia un buen vividero.

Señalemos uno de esos errores: la incapacidad de los líderes fundadores para consolidar el proyecto de S. Bolívar llamado la Gran Colombia, que era la unión de Venezuela, Colombia y Ecuador. Sucedió que, a los líderes de ese momento, los encargados de diseñar la nación que había surgido de la guerra de independencia, les interesó más tener sus propios países como una finca particular, que crear una gran nación, así que este ambicioso proyecto duró escasamente 10 años. Una lástima, porque la Gran Colombia habría sido, con un área geográfica total superior a los 2.300.000 kilómetros cuadrados, el país más grande de América Latina después de Brasil y Argentina, sin hablar de su posición estratégica como la vía de comunicación técnicamente más viable ente los océanos Atlántico y Pacífico. ¡Todo un regalo de la naturaleza desperdiciado! En comparación, las 13 colonias de Inglaterra en América del Norte, que, para el momento de su independencia, sumaban aproximadamente unos 877.000 kilómetros cuadrados — ¡un área inferior a la de Venezuela de hoy! — en lugar de dividirse y que cada quien hubiera tomado su colonia y hubiera armado rancho aparte, se unieron y con ello pusieron en marcha lo que llegó a ser los Estados Unidos de América: la primera potencia económica del mundo. ¿Que cómo fue que los gringos lograron semejante objetivo? Muy fácil: haciendo todo lo contrario de lo que hicieron nuestros próceres. Por fortuna para ellos (para los norteamericanos), no había allí en esos momentos antioqueños proponiendo convertir a cada ex colonia en una republiquita independiente.

El segundo de los grandes errores de nuestros antepasados del que deberíamos también haber aprendido ya, fue su incapacidad para diseñar desde el principio un sistema de gobierno con un adecuado equilibrio entre centralismo y federalismo. Todo el siglo XIX nos la pasamos dando tumbos entre uno y otro de estos dos modelos, hasta la Constitución de 1991. Esa incapacidad para lograr grandes acuerdos estratégicos de largo alcance que le permitieran a la Nación avanzar hacia la consolidación de una sociedad desarrollada e integrada sigue hoy pasándonos una costosísima cuenta de cobro.

Y para complementar el remedio gratis contra el bicho del separatismo, les recomiendo leer también la parte de la Carta Constitucional en lo que a la conformación del territorio nacional hace referencia. Allí, en sus artículos 306 y 307, los interesados en hacer de Antioquia y sus departamentos limítrofes una región con un proyecto de desarrollo económico integrado encontrarán las herramientas constitucionales para hacerlo, sin que para ello se tengan que tirar (con perdón por la expresión coloquial) nuestra integridad geográfica. En otras palabras, nuestra amada Antioquia, en unión con otros departamentos, se puede convertir en lo que la Constitución llama “… regiones administrativas y de planificación, con personería jurídica y patrimonio propio…” (Art. 306). De esta manera y, a modo de ejemplo, Antioquia, Chocó, Córdoba, Caldas, Risaralda y Quindío (para citar solo las regiones más cercana y afines con nuestro departamento) podrían, si tuvieran las ganas y la voluntad política para ello, convertirse en una región administrativa de planificación con personería jurídica y patrimonio propio (una especie de super departamento, si se me permite la figura), en torno a uno o varios proyectos de desarrollo económico definidos, todo lo ambiciosos que se quisiera.

Creo que, si nos concentramos alrededor de ideas como las expuestas en estas sencillas reflexiones, podríamos hacer de Colombia una nación madura y desarrollada, en lugar de desgastarnos en convertir a cada rincón de nuestra nación en una caricatura de minúscula república independiente.

Mapa del departamento de Antioquia. Gráfica disponible en Google:

https://es.m.wikipedia.org/wiki/Archivo:Mapa_de_Antioquia_(subregiones).svg

Lea también: Cautivas de la libertad – Parte 2


Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio)
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