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Por: María Fernanda Sierra 
@mafeperonocabal

Ninguna idea es tan aterradora como la de pensar que muere el amor de mi vida.

Hace un tiempo que ronda por mi cabeza la idea de que te vas para siempre.

Que me enfrento a una tediosa soledad en la que no puedo encontrarte.

En la que busco de manera desesperada el silbido de mi padre al arriar las vacas, el olor a leche fresca a las 5:00 de la mañana antes de ir al colegio, el desayuno de mamá cuando llego de caminar la montaña, la risa de mis tías en la terraza del parque mientras hablan de todo y nada al mismo tiempo, la brisa del cafetal en la mañana después de una noche de lluvia, las noches estrelladas con las amigas en las que soñamos a cambiar el mundo o el paisaje azul de las montañas imponentes por las que salía el sol a abrazarme y a arrancarme la tristeza como un quitapesares.

Lo busco y no encuentro nada que se le parezca por más que la cosmética de la arquitectura quiera venderme una copia. No hay pintura que alcance para simular el arrullo del rio o el silencio impuesto por imponencia de la montaña.

Hace un tiempo que pienso en la horrible idea de perderte y se me viene de pronto a la cabeza un luto colectivo que se instala en el cuerpo a vivir para siempre.
Entiendo allí, que quiero vivir en vos para siempre, que quiero compartirte con todos los que amo. Que la mejor manera de amarte es honrarte y acariciarte mediante el ritual del cuidado que hace que prevalezcas. Que uno defiende a quien ama y a quien le enseñó a vivir la vida.

Que yo te defiendo Jericó, amor de mi vida.

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