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Edición 193

La clave es el efecto lluvia

Elisa Guerra, educadora, escritora, investigadora y oradora mexicana, reconocida en 2015 como la mejor educadora en América Latina y el Caribe con el Premio Alas-BID, estuvo en Jericó, en el marco del Hay Festival 2023 conversando sobre la educación en el mundo y cómo establecer nuevos sistemas que garanticen una oferta de calidad, gratuita y universal.

Hablamos con ella sobre las posibilidades de mejorar e innovar la educación en los contextos rurales.

¿Cuál es el reto de la educación en la ruralidad?

La educación tiene muchos retos y quizá los retos son todavía más fuertes y particulares en el contexto rural, pero también hay fortalezas que a veces no miramos o que no queremos mirar. Pensamos en las dificultades principalmente de acceso, de infraestructura, pensamos en la capacitación de los docentes, en todo lo que hace falta, pero no nos fijamos en muchos otros saberes que existen en lo rural y que son difíciles de encontrar en las ciudades.

Frecuentemente se puede encontrar en la ruralidad un fuerte sentido comunitario, y de esas fortalezas, de los saberes cercanos a la naturaleza podemos sacar parte de las fuerzas necesarias para reformar la educación.

Elisa Guerra asemeja la educación a una cascada, que viene de los altos mandos educativos y que va cayendo a los mandos intermedios y luego en los mandos inferiores, llegando a los directores de escuela y luego a los docentes, y así va todo cayendo, pero en sistemas como los de México (que pueden ser muy similares a los de Colombia), donde todo sucede en las ciudades y a la periferia, al contexto rural llega muy poco, la cascada apenas salpica unas cuantas gotas.

La clave está en pensar la mejora educativa como un efecto lluvia, en lugar de que llegue de lo alto y cae; nace de la tierra, se evapora, se convierte en nubes y luego cae y nos moja a todos, de esta manera, puede haber innovación en cualquier contexto, no necesariamente tiene que ser en la ciudad o en los grandes mandos de educación, un maestro en un aula rural, puede lograr un impacto importante.

Cambiar e innovar requiere de mucho esfuerzo, pero se puede lograr, “si es un docente que tiene este empuje, esta pasión por enseñar, hay mucho que se puede lograr, el verdadero cambio educativo viene desde el docente en las aulas y sube e inspira a los demás”, afirma Elisa Guerra, agregando que hay “echar mano” de las familias y las comunidades porque en los contextos rurales muchas veces todos se conocen y colaboran entre sí, entonces toda la comunidad se puede convertir en una comunidad educadora y el trabajo es un trabajo compartido.

 ¿Cuáles son los actores clave para superar el reto?

“En principio los padres, son los principales educadores de sus propios hijos estén conscientes de ello o no, lo quieran o no los van a influenciar, para bien o para mal, el papel de ellos es ineludible, inevitable, incuestionable”.

Sin embargo, la educación no recae exclusivamente en los padres o en los educadores, la labor educativa es monumental y debe tener en cuenta a los alumnos que suelen convertirse sólo en actores pasivos a quienes se les dice qué tienen que aprender, cómo y cuándo aprenderlo.

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Elisa Guerra cita el Informe Faure de la Unesco publicado en los años 70, que hace mención de la comunidad o la ciudad educadora, que puede ser ciudad o pueblo o vereda: «se necesita de un pueblo entero para criar un niño», proverbio africano.

Los padres solos no pueden, los docentes solos no pueden, se necesita de la comunidad completa, porque los niños y niñas viven en la comunidad. Uno de los grandes errores es querer segregar la educación exclusivamente a la escuela que se entiende como este recinto sagrado al que nadie entra, más que los docentes y los niños; la escuela se convierte en una burbuja dentro de la comunidad y los niños están aprendiendo en un ambiente descontextualizado de su propia realidad.

“Habría que encontrar de qué manera podemos organizar experiencias pedagógicas, experiencias de aprendizaje, fuera de la escuela, en los parques, en las plazas, en los museos, en la tiendita de la esquina, en los centros de trabajo, todo habitante de una comunidad es potencialmente un educador lo quiera o no, esté consciente de ello o no”.

¿Qué rol debe cumplir el docente?

“Lo podemos abordar desde muchas miradas, de entrada, los maestros tienen muchos sombreros que se ponen, decir que es nada más una persona que transmite conocimiento, que toma el conocimiento y se lo pasa a los niños, creo que es una barbaridad, es una reducción barbajana del rol del docente”.

Los docentes y la educación en sí necesitan inspirar a los niños, niñas y a los jóvenes para ser altamente capaces y al mismo tiempo profundamente humanos, esto tiene dos componentes; el componente cognitivo y el componente de la convivencia, cuando un docente no conoce a los estudiantes, no se acerca a ellos, no tiene relaciones cálidas y estrechas con ellos, es muy difícil tocar la mente del niño, es necesario entrar primero a través del corazón. El docente es hasta cierto punto un amigo pero es también un mentor, un maestro en todo el sentido de la palabra, es alguien que inspira confianza y aprecio.

Los chicos no solo deberían tener acceso a adquirir conocimiento sino a crear conocimiento nuevo, y en ese sentido se ve al docente como el maestro artesano con el que los aprendices aprenden haciendo, como el carpintero que tiene sus aprendices de carpintero, y enseña con el ejemplo.

Educar desde el respeto en todos los contextos

Elisa Guerra plantea que la única forma de enseñar es a través del respeto, enseñar sin violencia debería ser la única manera de enseñar, violentar al niño, o a cualquier persona en aras de la educación es una contradicción de los términos.

“El aprendizaje es la aventura más emocionante que existe y naturalmente es un proceso gozoso, cuando le metemos violencia a la ecuación le estamos robando al aprendizaje el gozo y los niños comienzan a asociar el aprender con un proceso espantoso”.

Aprender no es una obligación, sino un derecho de vida, una gran aventura que puede durar toda la vida.

Por Mariana Salas Valencia
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