EDITORIAL de la edición #210
“Familia”, “te adoro”, “love” …
Basta una hoja, unos colores y una mano pequeña para recordarnos que la familia -en todas sus formas- es el primer territorio que habitamos. Aunque las familias han cambiado de tamaño, forma y dinámicas, deberían ser siempre el lugar donde aprendemos a nombrar el mundo y a confiar.
Este mes, en EL SUROESTE, celebramos la niñez como una fuerza que nos recuerda lo esencial: el amor. Nos asombramos con niñas como María Antonia, en Palermo, Támesis: inteligente, luminosa, llena de dones. Tiene una sabiduría temprana para conversar y le gusta estudiar, declamar poemas, tocar el violín, reciclar, ir a la iglesia y cuidar a su hermana.
La filósofa María Teresa Ayllón dice que la familia es un colectivo territorial: un espacio donde se aprende a vivir, a convivir, a soñar. No importa su forma ni su tamaño, sino los vínculos que la sostienen. Allí se ensayan las primeras palabras, los primeros afectos, los primeros cuidados. Allí se forma el mundo interior que cada niña y niño llevará consigo.
Cuidar a las niñas y niños también es una responsabilidad política. No basta con quererlos mucho: hay que garantizarles condiciones reales para crecer con dignidad. Eso implica pensar en el acceso a la salud, a la educación, al arte, a espacios seguros donde puedan jugar, soñar y equivocarse sin miedo. Implica que el Estado esté presente -no sólo en celebraciones-, y que las decisiones que se toman desde las instituciones tengan como horizonte el bienestar de las infancias, especialmente en las zonas rurales, donde la distancia y el olvido a veces pesan más que el amor de casa. Cuidar a la niñez también es un acto colectivo y debe ocupar un lugar central en la agenda pública.
En nuestra región, las niñas y niños aún hacen dibujos con dedicatorias a mano. Hay niñas como María Antonia, que enseñan a otras con un violín sin cuerda y declaman poemas para recordar a quienes no conocieron. Hay familias que, como ella dice, “son imparables”.
Pero no pueden solas. El cuidado no puede ser sólo una tarea del hogar. En lo que va de 2025, el Suroeste antioqueño ha registrado más de 90 homicidios -una cifra que ya supera a la del Valle de Aburrá-, muchos de ellos en zonas rurales y vinculados a disputas entre estructuras criminales. Esta violencia, que se impone sobre cafetales, caminos y veredas, no es un hecho aislado: es una amenaza directa a la infancia. Porque cuando un territorio se llena de miedo; se instala el silencio, la desconfianza y una violencia que se hereda.
Cuidarlos no es sólo protegerlos en casa: es defender su derecho a crecer en paz. Es exigir que el cuidado también se convierta en política pública, en inversión real, en presencia del Estado donde más se necesita.
Con todos los colores queremos que las niñas y niños del Suroeste dibujen la vida. Porque con todos los colores imaginan el mundo.