Comparta esta noticia
Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

Yo no tengo idea por qué la vida pesa a veces tanto y otras veces es liviana, suavecita. La mamporra del pensamiento me golpeó la cabeza con quisquillosas preguntas mientras me tomaba un juguito de naranja: unas sanas, otras insanas, unas pusilánimes, otras provocadoras, unas rotas, otras cosidas con cáñamo resistente, oís. Cómo, dónde, por qué, para qué, las fórmulas interrogativas de un buen investigador, sí, señor; la vida tiene cuadros aterradores llenos de cruda verdad y otros de extensos pastizales verdes llenos de dudosa tranquilidad. Ese juguito de naranja, ¿naranja ombligona?, ¡no!, naranja valencia, ¿española?, ¿como nuestra madre patria? Qué va, no, mijo, no llame madre a una usurpadora. El juguito me pone descaradamente a emitir conceptos ligeros sobre una mala madre. Manuel, deme otro juguito, sin cola granulada; así me gusta más. Manuel desnuda la naranja, la rebana por la mitad, ¡pum!, ah, no, ¡zas!, traspasó la naranja, dos casquetes chorreantes amarillo brillante llevándose el alma de la redonda cítrica. Olía a naranja recién cortada. Después las exprime en un artefacto empotrado en el carrito de latón inoxidable; las machuca y machuca en un automatismo hábil de oficio. Un oficio, me cuenta, hace ya una década. 

Manuel Sepulveda, madrugada en un desorden; una plaza patas arriba después de las borracheras nocturnas, un montoncito aquí, un montoncito allá y de montoncito en montoncito, de basurita en basurita, la plaza se llena, parece el basurero municipal. Nació en Titiribí, Antioquia, en el pueblo del Zancudo. Al dorado titi lo robaron, esquilmaron, se fueron dejándole la mula, sí, señor. Amagá acogió a Manuel hace treinta y dos años. Lo abrazó y lo hizo suyo. Un parasol verde Antioquia, domo de sombra para los clientes, soporta el temporal soleado. Vitafer, Vitacebrit y potenciadores sexuales de todos los tamaños y sabores exhibidos, mezcle, hágale sobrepoblemos el mundo que esto se va a acabar… sube el precio, señor: ¿quiere?. Hombre redondo como una naranja, amable de vocación, de risa amplia, guardapolvos blanco, trapo azul naval. En las graderías de la plaza de Amagá, tribuna de chisme; al lado, un aljibe de plástico traslúcido deja ver el agua para lavar implementos y manos. El bulto despanzurrado en la loza de la tribuna atiborrado de naranjas. Jarra va, jarra viene y el juguito atraviesa la garganta de los feligreses. —Manuel, ¿se da cuenta de su importante labor? —Sí, mi muchacho, atiendo bien a la gente. Manuel, usted merece un monumento. Los juguitos de Manuel son pretextos; Manuel es la redondez y dulzura de la naranja.

¡Vayan, beban todos de él!

Juguito, 4 de octubre de 2025.

Lectura recomendada 

Comentarios
Comparta esta noticia