Por Nicolás Antonio Vásquez López Cronista
Estaba en el suelo moribunda. Un pirata llegó en la noche y la hirió de muerte. ¿Cuántos pasos hay hasta la muerte? ¡Taz! ¡Taz! ¡Taz! Pregunta inopinada, troyana, malqueriente, ¡abajo! Un golpe de finitud. ¡Sanseacabó! Y se deja venir la música de montaña, aguardentosa, la banda sonora de mi vida: “Cuando compres mi cajón, que sea de buena madera”. El corazón afloja palpitante los ardides de la nostalgia. Cada uno escribe en las hojas del cuaderno de la vida, bajo libre albedrío, su testamento. Algunos han escrito novelas, cuentos, poemas, ensayos, crónicas… En la biblioteca de la vida, las páginas vacías también cuentan. Bajo el sol vespertino, el asfalto emana un vaho distorsionado, los colores de las casas paliduchos, las matas mustias, los animales azogados. Sediento… la sesuda cabeza creyó que moría. Y me mandó a contar los pasos; la desgraciada no sabe que en el país del Corazón de Jesús la gente se muere y no se da cuenta, razón suficiente para seguir viviendo.
Bajo por las escalinatas de la finca El Pajarito. Allí estaba casi fantasmal la moteada gata, brincando del pasamanos de madera al tejado bermejo. Dicen que los animales presienten la muerte; naderías, la muerte nos pide por tramos, poco a poco, a veces, de sopetón. La vida descama vestiduras, arranca máscaras y truca creencias. La única consecuencia de la muerte es la vida de los otros, los vivos. La traición de la muerte es su bien sabida ecuanimidad. El pirata, un gato bravucón del vecindario, dejó malherida a la gata. La guadaña mortífera modificó su cuchilla por zarpas retráctiles y filosos incisivos. La muerte es camaleónica; se convierte en verdugo. Juez y parte. La encontraron en un cuarto resoplando, maullando el dolor, una imagen patética. Llamaron al veterinario; lograron vencer la muerte. La gata cosida con aguja curva sigue en acrobacias tercas por el tejado. Los animales no le temen a la muerte. Me dicen que la muerte la ha pedido ya seis veces.
Pelusa, 5 de julio de 2025.
