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Por Nicolás Antonio Vásquez López
Cronista

Ven, niño, ¡ven!, ¡ven! No me dejes aquí, angustiado, doblando la esquina, comiendo buñuelos, tocando maracas. El niño acostado en su cuna de paja; el mundo se le vino encima: su disparate, su frenesí, su mercadeo, todo, nada se le escapa, niño, pequeño yeso infantil. Infanticidio, ¡maten al niño!, ¡maten al rey! No queremos niños de papel maché. Ayer parecía empezar diciembre, el mes más bullicioso del calendario colombiano; qué va, aquí todos los meses se hace bulla, porque sí, ¿y por qué no? Gana un equipo de fútbol, fiesta; elevan un globo de pliegos de papel china, fiesta; matan un caudillo político, fiesta. Candela, purguen la fiesta con el abrasador elemento, el fuego purificador. Empiecen con los pesebres del parque, tugurios, tinglados, cobertizos hechos a la ligera. Cobijados con capas negras, impermeables, para resguardar al niño de papel maché. Al frente, bajen cuidadosamente las escalinatas centrales. Robusta, casi terminada la plaza de mercado y las cosas siguen así: mercado en la plaza. El sello burocrático en rojo, aplazada. Barrios de Amagá no concursen en certámenes de pesebres. El parque ganó. ¡Exagero! Yo nuevamente exagero. Nada de lo que se dice cierto me cupo en verdad.

Las casitas juntas, apeñuscadas, atascadas en la inmensidad urbana. Ay, mi niño, niño mío, nos dejaron sin monte, nos dejaron sin río. El buey y la ternera esperando el alumbramiento, querido bendito. Asís, en Asís nació San Francisco, el santo italiano que se inventó el PESEBRE y de paso las maquetas que muy bien simularon después Medellín y Río de Janeiro. Barriadas de pesebres, figuras de carne y hueso buscando niños inocentes. Ahí estabas en el mostrador, seco, apacible, impoluto, sin rastro de pecado, niño Jesús, hijo de María, salvador inmortal. Me parece diciembre la temporada de la superficialidad; todo sale al exterior, parafernalia decembrina: brillos, guirnaldas, adornos, el gordo Santa, lucecitas de colores; contrario a las casas, se quedan vacías, el interior antes lleno de cosas, ahora hueco, nada más que aire, polvo y gente entrecruzando suspiros. Se supone que diciembre es un mes feliz, pues para mí es triste. ¿Por qué triste? No sé, quizás el triste sea yo. No endosen tristezas a las bienaventuranzas del mercado; diciembre es un mes para ser feliz: ¿o no, mi niño? Que no escuchen en la casa que usted en la calle dice no gustarle diciembre; habrase visto, lo dejan sin aguinaldo. Enchuspado el niño, bendita desnudez, profanada por el frío plástico. “Ya viene el niño, ya viene el rey”. Apenas el mes pestañea y este neonato promete milagros alucinantes. ¡No le crean! Basta de farsas. El niño se inclina, levanta la mano prodigiosa, atrapa la oveja esquiva, le abre las patas rígidas, la descarga suavemente sobre el prado de viruta pintada de verde; la oveja se sostiene tambaleante, ¡pum!, se vuelve a caer.  Y el niño vuelve, repite, el niño vuelve, repite y repite, y repite…

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