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Edición 193

Precisamente fue Álbaro de J. Valencia Cano, nuestro padre y fundador, el que nos enseñó esto con su pronta partida. Han pasado 7 años ya, y una vez más el 3 de febrero conmemoramos su existencia desde el plano terrenal.

Durante estos años sin él acumulamos un montón de dolor. Dicho ahora fue inevitable pasar por la tristeza, la de verdad-verdad, la del alma, la del desgarramiento. No fue fácil el desprendimiento ni cargar durante tanto tiempo con la sostenida obsesión por saber más allá de la muerte, de su repentina muerte. Sin embargo, nuestro ánimo ha vuelto a florecer, el renacimiento espiritual se está produciendo justo ahora, y con él el avivamiento de nuestra razón de ser.

Los mensajes llegan con más claridad y potencia, las explicaciones ahora resultan básicas, no por adolecer de simpleza, sino por ser fundamentales para seguir la vida y disfrutar de la magia: estar VIVOS.

La magia de estar vivos siempre ha estado ahí. ¿Por qué la sentimos más ahora? ¿Qué ha sucedido específicamente para conectarnos de nuevo con ella, es decir, con nosotros mismos? Ha vuelto el asombro y la alegría, pero ¿Qué fue lo que hizo que volvieran?

No esperaremos llegar a viejos para ver cómo ocurre la magia

Antes de intentar una respuesta, es preciso que sepan amigos lectores que esta reflexión personal la compartimos con ustedes tal como la sentimos, es decir, con las palabras más próximas a la vivencia. Y lo hacemos porque entendemos que también para eso existe un medio de comunicación escrito; para alentarnos a escribir la memoria, compartirla sin ambages y volverla colectiva. Y entonces, ahora compartimos estas memorias de alguna forma con todos los que con amor hemos habitado esta tierra, la del Suroeste antioqueño. Porque también lo cotidiano, lo personal, eso que cada uno no olvida, puede y hasta debería llegar a hacer parte de la consciencia colectiva. Quizás, también sea esta una forma de aliviarnos del dolor.

Volviendo a las preguntas, ahora, en nuestra memoria, parece alumbrar una pronta respuesta, una que tiene que ver con el paso del tiempo. Después del dolor llega el consuelo, inunda el alma y hace espacio para seguir la vida con más calma, con más sabiduría, sin prisa y sin dejar de movernos. Una respuesta que no es nada del otro mundo, nada de lo que cualquiera pudiera quejarse de no estar avisado.

Pero otra cosa es vivirlo, no distinguir el dolor del mismo paso del tiempo. Cuando duele así, todo cambia. Y esto no es una consigna, no es una verdad absoluta, pero sí la misma vivencia de quien ha padecido de cerca lo que produce la muerte.

¡LA VIDA FLORECE!

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