El respeto por la diferencia es la condición mínima que hace posible la vida en sociedad. Estamos hablando de la necesidad de hacer compatibles los particulares intereses de cada ser humano. Partamos de que comparando a cada individuo somos, en un sentido biológico, uno de los mamíferos más débiles. Es por ello que los seres humanos vivimos en sociedad, porque necesitamos de los otros para lograr el desarrollo de nuestras capacidades individuales.
Las diferencias que surgen entre los seres humanos son el resultado de las capacidades naturales de cada individuo y de su propia percepción del mundo en que vive, que lo lleva a calcular objetivos, a proveerse de los medios necesarios para alcanzarlos. Surge entonces con claridad que las diferencias referidas son un buen síntoma de la vida en sociedad y no algo que debamos evitar.
Así pues, si tenemos como cierto el ideal de que cada ser humano es un fin en sí mismo, si valoramos positivamente esta proclama que la da sentido a nuestra convivencia social, debemos afirmar que el respeto por las diferencias entre los seres humanos es condición fundamental de nuestra vida, tanto en el plano público, el que se constituye con las relaciones entre vecinos, paisanos, en suma entre ciudadanos; como en el plano privado, que se configura a partir de las relaciones familiares en la intimidad de nuestros hogares.
Sin embargo, es preciso advertir que no todas las diferencias que surgen entre los seres humanos son un buen síntoma de la vida en sociedad. Hay diferencias que llegan a radicalizarse y devienen en conflictos sumamente violentos, que afectan gravemente no solo la propia existenciasino también la de la sociedad; hasta el grado de convertirse en una seria amenaza de extinguirlo todo. Como sociedad colombiana tenemos una vasta memoria colectiva de ello, y a diario seguimos escribiendo nuestra historia a partir de las estadísticas de la guerra. Parece que hubiera calado en el ser de cada colombiano que somos violentos por naturaleza.
Frente a este delicado y complejo panorama social, quienes abrazamos la esperanza de vivir en un mundo mejor, menos violento, más humano, más pacífico, seguimos creyendo en la política, en que puede haber virtud en el ejercicio del poder cuando las decisiones se toman con responsabilidad y pensando en el bienestar de todos; creemos también que nuestras instituciones democráticas pueden mejorar si como ciudadanos nos esforzamos por ser más conscientes de nuestros derechos y deberes y del ejercicio responsable de los mismos; entendemos y estamos comprometidos con defender y afirmar los derechos de cada ser humano; mis familiares, mis vecinos, mis compañeros de trabajo, mis conciudadanos, con los que me une mi condición humana y la necesidad vital de subsistencia diaria.
Ciertamente somos diferentes y es inevitable que surjan conflictos, pero la solución no es la egoísta imposición por la fuerza del que se pretende más fuerte. La democracia, si la tomamos en serio, nos plantea un horizonte de posibilidades para hacer compatibles nuestras diferencias y solucionar los conflictos sin recurrir a la violencia. Por eso sentimos y pensamos que los acuerdos de paz son un importante y firme paso en este sentido.
Pero la tarea de alimentar y trabajar por la esperanza de vivir en un mundo mejor no acaba ahí. Violencias hay muchas, no solo la del conflicto armado o la delincuencia común… la historia nos cuenta que diariamente en cientos de miles de hogares colombianos, en especial las mujeres y los niños y niñas, son víctimas de la violencia. De los que tratan de resolver sus diferencias con los otros, a punta de golpes, de insultos, de la transgresión de las mínimas condiciones de humanidad del otro.
Nuestra sociedad es un reflejo del resultado agregado de cada uno de los hogares colombianos. La invitación es al cambio, a valorar y respetar las diferencias que surgen con el otro, a transformar el mundo desde la convivencia pacífica en casa, en la intimidad de cada familia. Este es nuestro horizonte regulativo, es decir, aquello a lo que aspiramos y el parámetro con el que medimos nuestro real grado de civilidad como sociedad. Es sano criticarnos, vernos reflexivamente y poder reconducir nuestro rumbo por caminos más sensatos, menos autodestructivos, más cercanos y tendientes a alcanzar el sano horizonte propuesto.