Por Jaime Andrés Henao Vocero Jericoanos con Visión
Desde hace años, en Jericó, hay personas que se sienten con derecho a hacer lo que quieran: cerrar caminos como si fueran suyos, revisar mochilas como si fueran autoridad, señalar a otros como enemigos por pensar distinto. A veces lo hacen con cámaras en la mano, buscando intimidar. Otras veces con palabras agresivas, con miradas cargadas de odio, con bloqueos disfrazados de activismo. Y lo más grave es que muchos nos acostumbramos a callar.
Durante mucho tiempo, preferimos no meternos. Por miedo. Por cansancio. Porque nadie quería exponerse. Se fue instalando, poco a poco, una cultura del silencio. Como si fuera normal que ciertos sectores se creyeran con licencia para agredir, para vigilar, para imponer. Como si el abuso fuera parte del paisaje.
Pero ya no. Hoy, 50 personas -ciudadanos, campesinos, jóvenes, mujeres, trabajadores, turistas- dijeron basta. Y lo hacen de frente, con valentía, y dentro del marco de la ley. Denunciamos penalmente a 11 personas por hechos concretos, reales y documentados: retenciones ilegales, amenazas, hostigamientos, bloqueos y agresiones.
Y ahora, como respuesta, hay quienes acusan de criminalizar la protesta. Pero no hay nada más alejado de la verdad. Esto no es persecución. Es consecuencia. Porque la democracia no se defiende sólo con discursos. También se defiende haciendo valer la ley cuando se rompe. Y eso fue lo que hicimos. No señalamos ideas. Señalamos hechos.
A nadie lo están acusando por pensar diferente. Las denuncias no son por tener una opinión. Son por actos que cruzaron límites que no se pueden tolerar en ningún contexto, mucho menos en un pueblo que quiere vivir en paz.
La justicia no se puede tergiversar. No se puede disfrazar el miedo de activismo, ni la violencia de legítima defensa. En Jericó todos tenemos derecho a vivir sin temor. A trabajar, a opinar, a movernos libremente. Las 50 personas que presentaron estas denuncias no quieren venganza, piden respeto. Quieren garantías. Quieren que lo que se vivió no vuelva a repetirse.
El miedo no puede ser rutina. Y levantar la voz ante el abuso no es criminalizar: es dignidad, es justicia y, sobre todo, es una forma de cuidar a Jericó.
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