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Desde hace mucho tiempo me he venido preguntando sobre el porqué del apelativo de Ciudad que se le antepuso al nombre de Bolívar, nuestro municipio, cuando este cumplió sus primeros cien años de fundación en 1961. Es de suponer que en la sustentación que se hizo ante la Asamblea de Antioquia para solicitar la asignación de este complemento están expuestos los argumentos en los que se fundamentó la petición en cuestión, pero no creo que valga la pena hacer toda una gestión burocrática para obtener el permiso de indagar en los archivos de la Asamblea de aquel año y desenterrar esa información. Al fin y al cabo, el nombre ya lleva más de sesenta años en uso y a nadie, seguramente, se le va a ocurrir gestionar un nuevo cambio. Tenía, sin embargo, la esperanza de que en la parte considerativa de la Ordenanza No. 19 de 1961, que es el documento en el que consta la adjudicación de este nombre por parte de la Asamblea, existiera al menos una somera alusión a las razones que llevaron al ente legislativo a tomar esa decisión; pero, de malas, ni una sola palabra al respecto, aparte de señalar que, mediante esa providencia, la Asamblea “se asocia” al centenario del municipio, para añadir luego en la parte resolutiva que mediante tal ordenanza “… se le rinde tributo de admiración y gratitud a los gestores de dicha municipalidad”, y ordenar, sin más, que, en lo sucesivo, el nombre de Bolívar será Ciudad Bolívar. (Arts. 1 y 2). Eso fue todo.

Me he vuelto a interesar, sin embargo, en este tema a propósito del capítulo El nombre de Bolívar, escrito por Luis Guillermo Martínez Vélez, y que aparece en el libro Con la mirada en el porvenir, cuyo lanzamiento, como se sabe, se llevó a cabo el pasado 17 de agosto en la sede de la Cámara del Comercio. En este capítulo que, al igual que otros similares del citado libro, es de gran interés para quienes deseen conocer a fondo los orígenes de nuestro pueblo, a hombros de una contextualización histórica de la evolución política del país, el autor lo conduce a uno hasta llegar a lo que es el punto central del contenido de su escrito: el nombre de Bolívar. Y la conclusión no puede ser más clara: este nombre es casi que una consecuencia necesaria de la cercana relación que los ancestros tuvieron, durante los primeros esbozos de la naciente Gran Colombia y la Constitución de Cúcuta, a través de ese personaje tan interesante llamado José Manuel Restrepo (y los demás Restrepo consecutivos), con el mismísimo Libertador: Simón Bolívar. Algo que, por otro lado, explica también José Daniel Trujillo Arcila en el capítulo Antecedentes familiares de los primeros Trujillos y Restrepos llegados a Quebradona, en este mismo libro.

El mensaje de Martínez Vélez finalmente es que el nombre de Bolívar es algo que va mucho más allá de un mero sentimiento patriótico de los fundadores; en realidad, es casi que el homenaje a un amigo cercano. Ese amigo (directo o indirecto o más o menos cercano) de los Restrepo, los Trujillo y los otros apellidos cercanos y sucesivos, que fuera Simón Bolívar. La importancia de esta conclusión es tanto más significativa cuanto que un nombre, en este caso el nombre de nuestro municipio, debe ser una fuente de inspiración y de motivación, que llena de orgullo a quienes son sus portadores.

Cosa diferente ocurre con el apelativo, ya mencionado, de Ciudad. En el capítulo aquí citado, Martínez Vélez tampoco aporta información concreta que ayude a conocer las razones por las cuales el diputado Pedro León Puerta impulsó el proyecto de cambio de nombre, aparte de la conveniencia de que nuestro municipio no fuera confundido con otros pueblos que llevan la misma denominación de Bolívar. Me pregunto si, aparte del de Ciudad, nuestro diputado barajó con la gente otros nombres o si se limitó a seguir su propia inspiración; sobre eso tampoco nos habla nuestro escritor. El asunto es que la palabra ciudad no le da un valor agregado significativo al nombre de Bolívar. En primer lugar, por tratarse de un topónimo genérico que le cabe a cualquier otra población y, en segundo lugar, porque no le añade una característica especial que haga énfasis en lo que nos hace únicos e irrepetibles –de cara a otros pueblos llamados Bolívar–; aquello que nos da identidad. Las razones de esta parte del nombre de nuestro municipio, por consiguiente, no están, en mi opinión, expuestas en parte alguna, al menos en los pocos documentos a los que he tenido acceso.

Eso me lleva a hacer una reflexión sobre la importancia de los nombres, en este caso, los nombres de los sitios en donde habitamos y habitarán nuestros descendientes. Es evidente que son muchas las denominaciones de un determinado lugar que nacen espontáneamente, casi por inercia, ya sea por razones topográficas o por algún acontecimiento especial o por simple y llana costumbre; nombres muchas veces absurdos, extraños y hasta desagradables. Pero también, yo diría que, en todos los casos, si nos lo proponemos, los nombres pueden ser, en primer lugar, el resultado de una decisión consciente de las personas del lugar, siempre buscando que este sea tal que tanga un sentido inspirador, como, por ejemplo, el homenaje a un personaje que haya sido muy importante para el lugar o el resultado de algo que da identidad: una característica geográfica, étnica o histórica. En segundo lugar, y en la medida en que ello sea viable o razonable, que suene bien. Desde luego, eso no siempre es fácil pero sí es posible.

Tulia, algún día esta calle llevará tu nombre. (Foto Jorge Mario Londoño).

Recordatorio:

Aprovecho esta oportunidad insistir en una propuesta que he venido impulsando desde hace varios años, en el sentido de que la calle principal de San Gregorio –Alfonso López– adopte, a través de los medios legales del caso o por aclamación de la misma población, el nombre de CALLE TULIA AGUDELO, un personaje que fue fundamental para el corregimiento en el campo de la salud, durante aproximadamente 40 años. En la citada calle, la “señorita Tulia” (su nombre popular) tuvo su botica y vivienda, inmueble que aún sigue en pie. Ciudad Bolívar nos dio el ejemplo, porque la calle tercera lleva el nombre de uno de sus líderes más reconocidos: Pedro P. Puerta Restrepo. En el caso de Tulia Agudelo, el haber salvado la vida de tantos habitantes del corregimiento y haber recibido con sus manos milagrosas a tantos de los hijos de San Gregorio que llegaron a este mundo, es algo que le da los méritos más que suficientes para recibir un homenaje como este. Con todo y lo razonable que es la propuesta, esta sigue aún sin tener la acogida suficiente; sin embargo, no pierdo la esperanza.

Nota:

Foto de portada: plaza de C. Bolívar. Facebook, Antonio Martínez J.

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Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 

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