- El 15 y 16 de septiembre, la Unidad de Búsqueda entregó de manera digna
el cuerpo de Gildardo de Jesús Restrepo Arango, quien desapareció en el
2006. - Gildardo fue asesinado en Santuario, Risaralda, en abril de 2013. Su
cuerpo regresó al municipio del que huyó desplazado en 2001 por
amenazas del Frente Suroeste de las AUC. - En el Suroeste de Antioquia hay un universo de 1.642 personas dadas por
desaparecidas.
A Willy* le hubiera gustado preguntarle si sintió por él un amor de padre; preguntarle por qué se fue, por qué no lo buscó, por qué se fue de su vida sin más, si apenas era un
niño. Su padre desapareció por diecisiete años y ahora lleva su cuerpo en un cofre hacia la iglesia de Titiribí, en el Suroeste de Antioquia.
¿Sentiste amor de padre por mí?, se preguntó muchas veces durante casi dos décadas. Se lo preguntó de nuevo el 16 de septiembre, en una mañana soleada, mientras subía con el cofre una calle que podría ser premio de montaña en una carrera de ciclismo.
Un día antes, Willy se enteró de que su papá se fue en el 2001 de Titiribí. Su nombre estaba en una lista del Frente Suroeste de las AUC, que amenazaba con la muerte y el destierro a los consumidores de drogas. Su papá, Gildardo de Jesús Restrepo Arango, huyó para salvarse.
En la huida cortó los vínculos con sus hermanos, sus padres, el pueblo al que nunca volvió
con vida y, sobre todo, su hijo, el niño de entonces que ahora es un hombre de 32 años, que camina solitario y en silencio ante los ojos expectantes, sosteniendo en sus manos anchas como palmas, el cuerpo del padre del que quisiera escuchar una respuesta: ¿me amaste, padre?
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Volver a nombrar a Gildardo
El dolor por la muerte regresa como oleada, a veces calma, a veces como mareta.
Las hermanas de Gildardo lloran al verlo en una foto, entonces joven, de cabello negro y ondulado, en el parque de Titiribí. Hace tres semanas se reunieron de nuevo: vinieron de Cali, de Entrerríos, de Venecia, de Bolombolo y de Titiribí para enterrar a un hermano asesinado en el municipio vecino de Venecia.
Ahora se reúnen de nuevo en el Hospital de Titiribí, a 57 kilómetros de Medellín,
para despedir a otro hermano, Gildardo. El coro es oleada. “Soy hermana, fui madre de Gildardo, porque me tocó levantarlo desde pequeñito. Yo no vengo a enterrar a un hermano, vengo a enterrar a un hijo.” “Estoy contenta porque lo encontré, y triste porque lo encontramos muerto.” “Era mi hermano preferido. Hice todo para buscarlo. Empezamos un proceso y la Unidad de Búsqueda terminó de encontrarlo.”
La huida de Gildardo
Cuando preguntan cómo era Gildardo, de inmediato responden que era igual a Willy. Él, que esperó muchos años el regreso de su padre, sabe tan poco de su vida que, solo ahora cuando le hablan de él, puede comprender parte de la historia que no le contó su familia materna.
Gildardo se separó de su madre semanas después de nacer. Danny no recuerda la última vez que lo vio, no sabe si se despidió cuando su nombre apareció en una lista del grupo paramilitar que estaba en el pueblo. En casa le dijeron a Gildardo que se fuera. Eso hizo. Ante la amenaza dejó las minas de carbón, dejó de recolectar café en estas montañas como paredes y se fue desplazado para Ciudad Bolívar, otro pueblo de la región, al otro lado del río Cauca. El desarraigo lo alejó de los suyos.
Cada tanto Gildardo llamaba a casa, preguntaba cómo estaba la familia y él se
refería a la finca donde recogía café. Pero entonces, en octubre de 2006, su padre
fue a visitarlo y no lo encontró.
Le dijeron que se había marchado para el Quindío con una de las cocineras de la finca. Nunca más se comunicó con la familia, su madre murió esperándolo, sus hermanos no volvieron a verlo, no regresó a Titiribí por miedo y su hijo dejó de ser un niño e hizo una vida llena de preguntas sin respuesta.
En el auditorio del Hospital de Titiribí la familia caminó sobre unas siluetas que simulaban los pasos de Gildardo desde que se desplazó del pueblo hasta que regresó sin vida a su pueblo. Los pasos eran verdes y rojos, como los granos de café y se encontraban en el cofre, en su cuerpo hallado sin vida en abril de 2013 en el municipio de Santuario, Risaralda, en donde era recolector.
Fue víctima de un grupo paramilitar surgido luego de la desmovilización de las AUC. Su cuerpo fue inhumado en la bóveda 486 del municipio de Apía y su lápida marcada como
“NN. Abril 14-2013”.
En 2020, una hermana de Gildardo le pidió a la Unidad de Búsqueda que buscara a su hermano. Fueron ella y Willy quienes aportaron sus muestras de ADN que luego permitieron confirmar la identidad de Gildardo. El proceso de búsqueda llevó a los investigadores hasta Risaralda. La necropsia que hizo Medicina Legal dice que Gildardo tenía 43 años, vestía un jean café talla 32 y unas botas de caucho negras, talla 39.
Cargaba dos candelas, una roja y otra azul; y una pipa artesanal. Gildardo murió de forma violenta a causa de dos impactos de proyectil de arma de fuego.
Tras el proceso de investigación humanitaria, en mayo de 2022, Medicina Legal recuperó el cuerpo en el Cementerio San José de Apía para continuar con el proceso de identificación, que confirmó lo que esperaban los investigadores: Gildardo regresaría con su familia.
En la iglesia de Titiribí, Willy deja el cuerpo de su padre frente al altar. Sus tías ocupan las bancas delanteras y él se aleja, se va hacia atrás y se sienta en silencio, apoya sus codos sobre las rodillas y agacha la cabeza. El sacerdote dice que la entrega de Gildardo debe llenar de esperanza a la familia porque la búsqueda fue exitosa. Más que un cuerpo, agrega, es la memoria de Gildardo que seguirá viva en el corazón de los suyos. Toda vida, concluye, cualquier vida, merece ser respetada.
A Gildardo le decían Tolosa. Willy ya sabe que su padre está en el osario 108 del pabellón San José del Cementerio Ángel del Silencio de Titiribí. Volverá con las mismas preguntas:¿pensaste en mí cuando te fuiste? ¿Me quisiste como un hijo? ¿Me dejaste con la esperanza de volver algún día?
Al reunirse con sus tías, Willy dijo que no juzgaba a su padre. Se enteró en la conversación de que compartieron varias veces mientras era niño, que existe una foto en la que están los dos, que su padre huyó de Titiribí por miedo a que lo mataran, que un año antes de que se fuera del pueblo desaparecieron a su tío Jesús y que la familia aún lo busca, que no pudo regresar al pueblo, que se enteró a la distancia de la muerte de su madre, que lo asesinaron. Encontró algunas respuestas, otras nunca podrá hallarlas. Tiene la certeza, entonces, de que su padre muerto regresó a Titiribí y que la foto que lloró la familia al reunirse de nuevo, ahora estará con él. Tal vez sea lo único que pueda atesorar del padre al
que no dejará de preguntarle: ¿acaso me amaste?
*Nombres cambiados por seguridad.
Fuente: Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas