Tal vez una de las tragedias más grandes que subsisten en nuestro país sea la de creer que la delincuencia, y la violencia colateral que se desprende de este fenómeno, es el resultado de la decisión de unos cuantos bandidos que, deliberadamente, han optado por entrar a formar parte de grupos delincuencias u organizaciones armadas ilegales. Por otra parte, para muchos de los colombianos y colombianas que piensan de esta forma, la solución al problema de la inseguridad es una cosa increíblemente sencilla: apresar a todos esos bandidos y meterlos a una cárcel estilo Bukele y dejarlos allí a que se pudran; o, inclusive, como lo propone algún abuelo emberracado o algún tigre de papel, darles plomo, lo que en el lenguaje coloquial colombiano significa, pura y sencillamente, darles muerte. Cuando se reflexiona sobre este tipo de enfoques al problema de la delincuencia tan escalofriantemente simplistas e irracionales, uno no puede menos que sorprenderse de que aun tengamos un país medianamente viable; de que aún no nos hayamos matado entre todos.
Ahora bien, cada uno de nosotros, como ciudadanos comunes y corrientes, podemos aportar nuestro punto de vista con la esperanza de que este se convierta en un instrumento útil que contribuya al esfuerzo por construir una nueva sociedad en la que podamos vivir en paz, si es que antes no nos autodestruimos. ¿Por qué no? Al fin y al cabo, yo soy dueño de una decisión de voto y conmigo, con toda seguridad, hay colombianos que piensan de manera similar; colombianos cuyos votos sumados pueden ser el gramo adicional que incline la balanza a favor de un proyecto político basado en una premisa como esta. Es una forma de decirles también a los tigres de papel, a los abuelos emberracados y a los políticos que no alcanzan a ver más allá de sus respectivas narices, que hay ciudadanos con una visión diferente de lo que debe ser Colombia y que queremos hacer valer el derecho a que nuestro pensamiento sea escuchado y sea tenido en cuenta.
Un pensamiento que se basa en la experiencia que da la vida, más una actitud mental que no se contenta con la simple observación pasiva de los hechos, sino que, por el contrario, lo lleva a uno a reflexionar sobre ellos y, de alguna manera, a pensar en que para este mundo enrevesado tienen que haber otros caminos razonables de salida, solo que hay que buscarlos, identificarlos y hablar sobre ellos. Pues bien. Ubicado dentro de este marco conceptual, creo tener derecho, como cualquier otro ser humano que piensa y se preocupa, a hacer mi propio análisis sobre la situación que vivimos y, finalmente, vislumbrar algún camino de salida.
Empecemos por decir que asumir la delincuencia y la violencia subsecuente como el problema en sí mismo y no como el síntoma de un problema estructural que yace en sus orígenes a la manera de caldo de cultivo, es un error fatal, que ha llevado a los gobiernos sucesivos a establecer estrategias de solución equivocadas, con enorme desperdicio de recursos representados en vidas humanas, en medios económicos y tiempo, que si hubieran sido empleados con un criterio diferente, con toda seguridad le habrían traído una mejor suerte al país que hoy tenemos. Esto lo que significa es que si la sociedad hubiera enfocado todo su esfuerzo, desde los años 50 por ejemplo, de manera sistemática y constante, en la erradicación de las situaciones de atraso, pobreza, falta de una educación de buena calidad y ausencia de servicios básicos que garantizaran una calidad de vida con justicia social, de manera muy especial en las zonas más deprimidas del país, inclusive dentro de sus mismas ciudades, fenómenos como las guerrillas, la violencia paramilitar, la violencia del mismo Estado y la delincuencia común, inclusive el mismo narcotráfico, habrían terminado por carecer de las fuentes que les han proporcionado retroalimentación.
Hay otro fenómeno que se ha convertido en un foco adicional de perturbación muchísimo más lamentable, si se tiene en cuenta que proviene de la degradación ética de la misma sociedad tomada en su conjunto -desde luego con excepciones importantes, pero, al fin y al cabo, excepciones- que la han llevado a un estado de postración inaceptable. Son los fenómenos de la corrupción, la politiquería (la política mal utilizada) y la avidez por el dinero fácil. Tan profundo ha llegado a calar esta lacra social que inclusive la izquierda, una de cuyas banderas por las que, supuestamente, tanto ha luchado, terminó contaminada por este fenómeno, como se ha visto en el gobierno actual. Lo increíblemente grave de este fenómeno es lo que eso significa en términos de autoridad moral. ¿Con qué autoridad, por ejemplo, la sociedad le pide al juez que castigue al ladrón callejero que roba un celular si esta misma tolera e incluso funciona dentro de un marco de valores en los que todo es válido cuando están de por medio los beneficios personales?
Después de mirar todo esto, me pregunto si no es hora de que los colombianos todos tomemos la decisión de hacer un pare, reconocer que como sociedad nos hemos equivocado, establecer un nuevo punto de partida y buscar un nuevo camino que nos permita construir un país justo en el que podamos vivir en paz. Estas elecciones serían una excelente oportunidad para ello.
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar
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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar


