Por: Carlos Uribe de los Ríos
“El diálogo es hoy una necesidad de la humanidad”: Estanislao Zuleta.
Es un mar la cantidad de mensajes sobre la firma del Cese al Fuego bilateral entre el Estado colombiano y las Farc en La Habana. No es para menos.
En este tema, es la noticia de la vida, nunca he conocido la paz en mi país. Desde niño me tocó de cerca la ola de violencia que se desató en los 40 y que se incrementó con el asesinato de Gaitán.
Durante los 50, en mis años de escuela, vi muertos por doquier, duelos diarios, crímenes sin nombre ni olvido. Fue terrible esa sensación de desasosiego y de miedo, a veces.
En la imagen: Carlos Uribe de los Ríos con sus padres y sus hermanos.
Después, de joven me tocó el desarrollo de las Farc, desde los bombardeos del querido general Matallana a Marquetalia. Y fui testigo además de la indiferencia de gobiernos sucesivos, hasta Belisario Betancur, que miraban a las guerrillas -ya eran varias- como grupúsculos insignificantes que operaban sin mayor resonancia en zonas alejadas de la civilización.
Y de resto fue la guerra en forma, así algunos digan que nada, que eran terroristas, maleantes, bandidos. Porque creyeron esos muchos que refiriéndose en los peores términos a los guerrilleros los iba a odiar la población y serían presa fácil de las armas del Estado prepotente.
El resto lo hemos vivido todos los colombianos, desde distintas orillas o desde el enfrentamiento mismo, en carne y hueso, desde el río de sangre de campesinos, soldados y rebeldes muertos en combates sin término, o desplazados a la muerte en vida en cordones de miseria en las ciudades.
La firma de La Habana es un aire nuevo que nos toca, una brisa cálida que nos da esperanza, una decisión que aplaudimos muchos colombianos -espero que la mayoría- y el punto de partida del país que queremos, necesitamos y anhelamos.
El fin de la guerra es una maravilla. Viendo la ceremonia me fue inevitable sollozar en solitario, sonreír agradecido, respirar de nuevo con alivio y esperanza.
Foto de portada: Política Exterior