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Cuento

Una realidad viva vestida de cuento

Estimados hermanos humanos; hoy se me ha cedido este espacio a mí, Sócrates, el buey filósofo, para echarles este cuento; un relato de esos que contaban los abuelos en las veladas de las noches estrelladas.

Cuentan mis tátara ancestros que hace muchos años había una pequeña y hermosa aldea, rodeada de grandes cordilleras, ríos, quebradas, montes y cafetales, con abundancia de aves y animales de monte. Aquella aldea estaba habitada por mujeres, hombres y niños que amaban su tierra y trabajaban con esmero para sacar de ella el sustento diario para la familia, así como para poder darse igualmente ocasionales y sencillos placeres como un estrene anual en la Navidad o disfrutar de frecuentes veladas familiares en las que, a la luz de una vela, rondaban historias de seres legendarios y se entonaban bellas y románticas melodías. Ello hacía que la dura rutina de la vida diaria fuera alegre y llena de felices espacios. Pero llegó un momento en el que la vida tranquila de aquella aldea se tornó incierta y desoladora debido a odios inexplicables, que hicieron que la convivencia entre sus integrantes perdiera en gran parte su belleza y alegría. Momentos en los que las horas de la noche llegaban cargadas de presagios atemorizantes y los caminos, en otras circunstancias escenarios de belleza adornados por el canto de las aves se transformaron en senderos cargados de peligros que sólo ofrecían amargura y soledad.

Paradójicamente, aquellos también fueron momentos en los que entre nuestros ancestros y los humanos se estrecharon los lazos de la convivencia. El perro era un amigo que advertía sobre un eventual peligro y las gallinas proveían de alimento cuando, por temor, ocasionalmente no se podía ir a hacer mercado. En general, los animales de la finca se convirtieron en parte de la familia extendida que les daba consuelo a los humanos en los momentos de incertidumbre; una familia en la que podían confiar, porque los animales, a diferencia de ellos, somos inmunes a los odios, nuestra lealtad no tiene límites y siempre, sin importar las circunstancias, por adversas que estas sean, estamos listos para el trabajo con la misma alegría y el mismo ánimo de siempre, algo de lo que los humanos tomaron atenta nota. Fue así como en una de aquellas noches de desvelo y después del Rosario, la última oración del día, una abuela cargada de la sabiduría que dan los años, les hizo notar a todos el comportamiento tan peculiar de los animales. Por ejemplo, el perro siempre se mostraba alegre y dispuesto a acompañar a su hermano amo al arado cuando este salía con el azadón al hombro. Un ejemplo de perseverancia –dijo ella– del que todos deberían aprender.

–¡Claro! No lo habíamos notado; y si los animales pueden hacerlo, ¿por qué nosotros no?– Se dijeron los humanos. Había llegado el momento de cambiar, pero el punto era que nadie se atrevía a dar el primer paso o no sabía cómo hacerlo. Entonces, uno de aquellos humanos, joven, trabajador incansable, se puso de pie y dijo: –Yo propongo que juntemos todos nuestros esfuerzos y hagamos actividades que, además de ser una manera de entretenernos, sean una oportunidad para poner a prueba nuestra capacidad para asumir los desafíos que nos ponen las circunstancias. Hay mucho por hacer: no tenemos carretera, ni energía eléctrica para todos, ni siquiera acueducto y alcantarillado y la escuela es apenas algo muy rudimentario–. Esto animó a otro de los humanos que vivía en esa lejana ciudad que se decía era la capital de todos los pueblos conocidos, donde vivía desde hacía tiempo, a liderar la creación de una organización a la que llamó Colonia, para apoyar esas propuestas y otras más en el campo del deporte (¿por qué no una competencia de ciclismo, por ejemplo?) y en la salud. Propuso además crear una festividad que sintetizara la identidad de aquella aldea, un Festival de la arriería.  Salieron otras propuestas, entre ellas la creación del Día del campesino. La idea era, en síntesis, que entre los que vivían en el pueblo y los que ya se encontraban lejos se llevara a cabo un trabajo mancomunado para hacer de ese lugar un sitio desarrollado, con buen nivel de cultura y buena calidad de vida.1 En resumen, inspirados por nuestros ancestros, los humanos habían descubierto, tal vez sin darse cuenta, la fuerza de los liderazgos y todo lo que se podía hacer con la energía que de ella se desprende, una característica que nosotros, los animales, por el contrario, no poseemos.

Las ideas y proyectos se fueron sucediendo; muchos de ellos se realizaron y otros quedaron en proceso de maduración, entre los cuales estaba el del Festival de la arriería. Un primer intento que llegó incluso al recinto de los humanos llamado Concejo Municipal, no pasó de la etapa de estudio inicial. Pero una lideresa que no se había olvidado de la idea y que formaba parte de aquel Concejo, decidió retomar la idea, aunque con un nombre diferente al que inicialmente se había pensado y logró que este finalmente fuera aprobado. Así, pues, se hizo realidad la idea que había nacido hacía varios años y, con ello, también se nos hizo un justo reconocimiento a nuestra contribución como especie animal y vegetal a nuestro aporte a su progreso, porque este se llamó el Festival de la Mula y el Café. 2 Así, las semillas sembradas por los humanos y por nuestros ancestros animales en esas épocas lejanas, y gracias a los diversos liderazgos que han ido apareciendo, habían dado sus frutos en la tierra de la bella aldea: fueron los frutos de una experiencia de vida que fructificaron en esa aldea llamada San Gregorio. Y aquí termina mi cuento.

 Notas

  1. La colonia de San Gregorio nació bajo el liderazgo del señor Róguell Sánchez y un grupo de hombre y mujeres de San Gregorio que vivían en Medellín. Su personería jurídica fue aprobada por la Gobernación de Antioquia mediante Resolución No. 35976 de junio 14 de 1988. Su objetivo fundamental consistía en: “Impulsar el deporte, la educación, programas de salud y todas las actividades que mejoren el nivel de vida y propendan por el desarrollo y progreso del municipio” (Róguell Sánchez, documentos inéditos).
  2. El proyecto fue presentado ante el Concejo por la señora Isbelia Sánchez A., concejala en esos momentos. En la exposición de motivos llama especialmente el siguiente fragmento: “… se necesita sacar al corregimiento Alfonso López del ostracismo en el que se encuentra. Darlo a conocer por su historia y tradición arrieril, que es la base de la grandeza antioqueña” (Documentos inéditos suministrados por el señor Róguell Sánchez).
  3. El Festival de la Mula y el Café fue aprobado por el Concejo Municipal hacia el año de 2018, impulsado por la señora Luz Adiela Guerra en su etapa como integrante de ese organismo.

Foto: afiche promocional del Festival de la Mula y el Café, versión 2025.



Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 


Lectura recomendada

La mula, el café y el buey filósofo

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