Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) Ciudad Bolívar
Ya no somos los mismos de ayer
Algún día los colombianos tendremos que dar un cambio en la forma de hacer política en las campañas electorales. Si bien a nivel nacional, especialmente en las campañas para la presidencia, el debate debidamente organizado a través de los medios de comunicación frente a un público en el que hay personas bien informadas y con criterio suficiente para separar el grano de la paja, viene siendo un recurso cada vez más utilizado de una forma más o menos racional, la realidad es que en la generalidad de las campañas políticas lo que sigue predominando en Colombia a la hora de salir a pescar votos es la estrategia de la propaganda, con el uso de todas las herramientas que ofrece la moderna tecnología para dorar un mensaje basado con frecuencia en generalidades obvias, apto para ingenuos o para quienes se mueven llevados, no por el análisis frío y objetivo de un proyecto político sino al vaivén del discurso emocional al calor de un sancocho, de una ayuda oportunista o de la expectativa del favor que por los votos recaudados habrá de devolverle el elegido al gamonal de ocasión. Y ni hablar de la compra descarada de conciencias y de votos.
Sin embargo, los colombianos de hoy, al menos una cantidad muy importante, ya no son los de hace 40 o 50 años; su nivel educativo general ha mejorado — aun aceptando que la calidad promedio de la educación en Colombia sigue estando muy por debajo de la de los países desarrollados —; poseen acceso prácticamente ilimitado a toda clase de herramientas de información y están en condiciones de evaluar el mensaje político de una forma madura y con mejores elementos de juicio de los que se poseían en décadas pasadas. Pese a esta nueva realidad, sin embargo, uno tiene la sensación de que la clase política, anclada a un pasado ya obsoleto, sigue concibiendo a los votantes como una masa pasiva que se deja conducir mansamente a las urnas con la estrategia del megáfono, sin la suficiente conciencia alrededor de una ciudadanía que, por poseer precisamente un mejor nivel promedio de educación y estar mejor informados, pueden ser más racionales y selectivos a la hora de tomar una decisión de voto. Es lo que se llama “el voto de opinión”.
Hoy la niñez y la juventud de las zonas rurales tienen la posibilidad de tener un mejor acceso a la educación desde edades muy tempranas. (Escuela de la vereda Punta Brava).
Tomemos el caso, por ejemplo, del corregimiento de San Gregorio en C. Bolívar. Allá por los años 60 y parte de los 70 del siglo pasado esta población contaba escasamente con una escuela y apenas se empezaba a implementar el bachillerato; el porcentaje de alfabetismo, por tanto, era mucho más bajo que el de hoy y el nivel de formación académica con toda seguridad era muy deficiente; algo que hoy ha cambiado. Con toda seguridad, si no todos, al menos una cantidad muy importante de los adultos menores de 50 o 60 años ha pasado por las aulas de bachillerato del colegio y muchos son hoy día profesionales exitosos, mientras que la juventud tiene, al menos en teoría, la posibilidad de hacer el bachillerato completo. Sin embargo, uno encuentra aquí que los liderazgos no están aprovechando estas nuevas condiciones para crear un ambiente propicio para el debate público, en el que, por ejemplo, las propuestas de los diferentes candidatos a la alcaldía y concejo municipal puedan ser discutidas, contrastadas y enriquecidas por una población que es más consciente de sus derechos y, especialmente, de su potencial como dueña de la decisión de voto. Con excepción de la información que conozco de la señora Luz Adiela Guerra, candidata al concejo municipal de C. Bolívar, quien amablemente me envió la lista de los frentes de trabajo en los que piensa actuar si sale elegida, no ha sido posible, para alguien del común que, como yo, ha estado interesado en el tema, conocer las propuestas de la generalidad de los candidatos, por medios diferentes a los de la propaganda convencional. ¿Se han llevado a cabo reuniones con los ciudadanos, al menos con aquellos que sienten un interés genuino por el futuro del municipio, en las que las propuestas de los candidatos sean analizadas o discutidas con algún nivel de profundidad? ¿Se han llevado a cabo sesiones de trabajo no para echar el consabido discurso de las promesas electorales sino para que los candidatos tomen nota acerca de lo que, en opinión de los votantes, es lo fundamental en el proyecto de gobierno? ¿Se les ha reunido a los jóvenes para conocer cuáles son sus expectativas futuras? ¿Se les ha dado a éstos la oportunidad de manifestar cuál es el municipio que quieren dejarles a sus hijos y nietos a la vuelta de tres o cuatro décadas? ¿Se les ha escuchado sobre sus ideas, sus miedos y sus esperanzas? ¿Se les ha dado a los ciudadanos (hombres, mujeres y jóvenes) la posibilidad de que sus aportes e ideas sean un insumo fundamental para el plan de gobierno? Francamente, no lo creo o, por lo menos, no he tenido la oportunidad de verlo.
Todo lo anterior para concluir que:
En primer lugar, es de vital importancia reconocer que la educación, entendida ésta no solo como la adquisición de unos determinados conocimientos, sino como la formación de seres humanos pensantes, capaces de decidir por sí mismos y de manera consciente sobre su futuro en su condición de individuos y de comunidad, es el bien más importante que el Estado está en la obligación de proporcionar a sus ciudadanos, especialmente a la infancia y la juventud. Es, de hecho, la ruta crítica de cualquier proyecto estratégico político con visión de largo plazo, elemento que debe ser tomado en cuenta en todo plan de trabajo político con una determinada población.
En mis años de infancia, esta escuela era un sueño imposible para un niño como yo. (Escuela vereda La Lindaja).
En segundo lugar, una población educada, bien informada y consciente de su potencial ya no puede seguir siendo tratada por la clase política como una masa maleable, crédula y sumisa. Eso obliga a pensar en estrategias de trabajo político mucho más creativas, maduras, y a tomar a la población votante como un actor que está en capacidad de participar de una manera activa en el diseño de su propio futuro y no como una materia pasiva a la que se le puede dar determinada forma de acuerdo con unos intereses de coyuntura.
En tercer lugar, la experiencia en el mundo indica que una comunidad bien educada está en mejores condiciones de tomar conciencia sobre su propio poder, que finalmente es lo que significa la palabra democracia. Conciencia de que, en últimas, es ella misma la responsable de decidir sobre su propio futuro y, en concordancia con esta convicción, decidir por sí misma quién es el agente político (hombre o mujer) mejor calificado para asumir la responsabilidad de tomar en sus manos el mandato de los ciudadanos y responder por su ejecución.
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)