Hay una palabra muy bella, que es testigo, viene del griego que significa mártir. La palabra mártir se ha desvirtuado, y llamamos mártir a una actitud pasiva y casi que masoquista, de sufrir y sufrir por sufrir.
Mártir significa ser testigo. Dar la vida por una causa de la que estamos convencidos. Una causa noble, bella, justa, por lo que vale la pena exponer lo más precioso que es la vida.
Hoy el siglo XXI reclama mártires, reclama testigos que con su forma de vivir, su forma de ser, de actuar, su forma de pensar, de interactuar en su ambiente, sean testigos de que Dios es amor.
Se reclaman hombres capaces de emprender tareas, nobles y altas al estilo de Jesús. Hombres que rompen el esquema cerrado de su yo egoísta, y se lanzan a horizontes bellos, para darle vida a su gente, a sus vecinos, a sus comunidades, por eso hoy hablamos de un testigo del amor de Dios. Nuestro querido Álbaro fue un testigo. Testigo de que vale la pena vivir para amar, que vale la pena vivir para servir.
Álbaro vivió el amor fraterno y la hospitalidad. Hospitalidad es dar acogida al otro; es dar posada. Hoy es muy difícil dar posada a la gente en la casa, porque pueden alzar con el equipaje y amanece uno con la casa vacía. Pero sí hay que dar posada en el corazón, hay que abrir el amor para todos los hermanos; hay que acoger, abrir camino y espacio a todos los seres y a todas las criaturas.
Álbaro supo dar hospedaje de amor en su proyecto de vida a las causas de Amagá: el Hogar Juvenil Campesino al que le entregó mucho de su vida, de su talento, de su tiempo, de su espíritu emprendedor, es una prueba de hospitalidad: pensar en que hubiera hogar, alero, techo, pan y escuela de vida, para nuestros jóvenes campesinos y mineros. Eso es pensar en amor fraterno.
Álbaro es testigo, como Juan Bautista, que le mostró al pueblo de Israel horizontes de caminos rectos, horizontes de simplicidad, de una vida austera, sobria, sin arrogancia, sin lujo, despojado y desprendido; pensando no tanto en llenarme sino en dar a otros y llenar las manos, las vidas y las expectativas de mis hermanos que sufren.
Álbaro fue así. A través del periodismo, de las letras, de los medios de comunicación, pensó en llenar las expectativas de su pueblo, en dar respuestas alternativas, jalonar proyectos que le mostraran a Amagá y demás municipios, que hay otras cosas; que hay cosas bellas, nobles, altas, dignas por las cuales vivir.
Las miras de Álbaro fueron siempre bellas: la literatura, la política entendida en el buen sentido, en el servicio a la gente. La solidaridad social. Ese emprendimiento, esa entereza paisa que aprendió de su padre y su madre campesinos. Esa pujanza de alma que no lo dejaba estar quieto, sino siempre pensando, buscando en el cofre del corazón qué hacer por mi gente. Cómo darle calidad de vida a mi gente.
¿Cuántos jóvenes a la sombra de Álbaro, se enamoraron de las letras, de la poesía, del periodismo, de las cámaras, de los medios de comunicación? Salieron de las conchas cerradas por el ego y se abrieron a su pueblo. Álbaro despertó el amor en muchos por la humanidad. Por eso Álbaro, es un testigo de que vale la pena vivir para amar y para servir.
Esto nos permite reflexionar en qué momento nuestra vida abre caminos bellos para los demás. Qué cosas bellas podrías sembrar en tu alrededor. Hay que dejar el mundo mejor de lo que lo encontramos. Hay tanta gente que necesita tu amor. Nacimos del amor.
Estas fueron las palabras del maestro espiritual Francisco Orozco en la eucaristía del primer aniversario de nuestro fundador el viernes 3 de febrero en Amagá. Y aquí estamos, no ha sido fácil, pero hemos avanzado.
En febrero 3 de 2016 nuestro fundador murió, pero los sueños y el empeño de este prohombre del periodismo comunitario no han muerto. Es un honor para sus hijos y su compañera, el resto de sus familiares y amigos, su equipo de trabajo y sus pupilos del Colectivo de Periodismo, que nos haya entregado su legado, nos haya hecho parte de él, mientras anduvo por esta tierra, soñando y creando, proyectando y cosechando, luchando y amando. Y es un privilegio continuarlo, dar testimonio de sus enseñanzas, de la sencillez en la forma, rasgo de transparencia, luz para el entendimiento de todos, y de la calidad del mensaje, ecuánime correspondencia entre lo que se dice y se hace.
Un día, un hombre, Álbaro de J. Valencia Cano, tuvo una idea, realizar sus sueños y lo consiguió y lo compartió. Y lo hizo con tal fuerza y convicción que trascendió la muerte y seguirá existiendo. El Periódico Regional EL SUROESTE, así nos enseñó; es un medio para vernos en él, para escucharnos todos desde el maravilloso ejercicio de la lectura del acontecer regional; es un medio para la democracia, todos somos partícipes, todas las opiniones cuentan para construir desde la reflexión.