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Por Luis Javier Gómez Vélez

Se pronuncia a favor de los derechos civiles de la mujer a la educación; a ser tratada con dignidad, en igualdad de condiciones frente a la ley; a no ser considerada una propiedad o una esclava del marido.
La producción literaria de Magola Calle de Vélez recoge diferentes facetas de su vida, desde la infancia y la reflexión sobre sus antepasados hasta los últimos años de su existencia: de la inocencia al desengaño, sin abandonar la esperanza; su casa paterna, la relación con su madre y sus hermanas, y las salidas al campo con sus primas y sus amigas; la admiración por las gentes del campo, en especial, la mujer campesina, la maternidad, el sostenimiento del hogar, la educación de los hijos, la relación con su esposo y las faenas fuera de casa, como lavar la ropa a la orilla del río o atender los asuntos de la huerta, el jardín y la cosecha, comprar las viandas en la plaza del pueblo, o asistir a la Misa Mayor los día de fiesta con sus hijos.

El tema de la educación, la importancia de que la mujer se prepare adecuadamente para levantar su hogar, aconsejar y orientar a su esposo, educar a sus hijos y participar en los procesos electorales, contribuyendo a elegir gobernantes honestos; y todo lo anterior enmarcado en su gran amor por la naturaleza, sin abandonar el asombro que le suscita el misterio de la vida y la muerte, la importancia de la amistad, la preocupación por el mejoramiento humano y la superación de las desigualdades e injusticias que se cometen contra la mujer, los niños, las gentes del campo y los trabajadores en las ciudades; el progreso de su región y del país, las problemáticas de los centros urbanos y ese batallar interior a incesante con los sentimientos que en un diálogo circular permanente nos llevan de la tristeza a la esperanza; de la traición del amigo al amor que perdona y espera siempre lo mejor; de la presencia a la ausencia, entre otros muchos otros.

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Cuando se establece en Medellín, escribe para el periódico El Colombiano como colaboradora, en los años 30, bajo el seudónimo de Irene. Se pronuncia a favor de los derechos civiles de la mujer a la educación; a ser tratada con dignidad, en igualdad de condiciones frente a la ley; a no ser considerada una propiedad o una esclava del marido: a no depender la voluntad de este al momento de tomar sus propias decisiones económicas o sobre su vida; a decidir sobre la educación de sus hijos, y reclama el derecho a votar para escoger los gobernantes que más le convengan a la nación, según su propio criterio. Veamos algunas de sus opiniones:

El sufragio femenino (30 de mayo de 1935)

En este artículo reclama que en nuestro país se le reconozca a la mujer su derecho a votar, cuando a la fecha “ocho países han concedido a la mujer el derecho al sufragio”. Afirma que “muy caro en verdad, ha costado conquistar el puesto que en el mundo tenía derecho (la mujer) como creatura humana y no ha esquivado para salir de la postergación a la que se le tenía sometida, sacrificios de toda naturaleza”.

Reclama pues sus derechos civiles a la propiedad y a heredar, y políticos, a elegir; y académicos: a poder obtener una educación universitaria, para poderse dedicar a la ciencia y a la investigación. 

Sus opiniones en la prensa desatan contra ella ataques de parte de un escritor que se firma como J. Este cobarde y anónimo personaje pretende ridiculizarla y la trata de “Lisístrata beligerante”, evocando la obra del mismo nombre (Lisístrata) del comediante Aristófanes, como si Magola estuviese promoviendo, al estilo de muchas feministas modernas, una invitación a la huelga sexual y a la guerra de los sexos, cuando su propósito apuntaba a la necesidad de reconocer los derechos humanos y las libertades democráticas de la mujer, por fuera y dentro de la institución matrimonial, y no desde la perspectiva de los extremos a los que nos quieren arrastrar actualmente las posiciones más belicosas de la ideología de género, que pretende la destrucción tradicional de la familia.

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Pero no se detiene allí: la trata de “una mujer de letras descarriada”; descalifica sus fuentes y afirma que “no es erudita, pero sabe columpiar los vocablos y carece de tics gramaticales”. Pero es de advertir que algo debería estar haciendo bien Magola cuando la acusa de “proponer la preeminencia de su sexo y socavar ligeramente el régimen de la potestad marital (léase matriarcado: la mujer y los hijos eran considerados una propiedad del marido). Y cuando Magola, frente al oscurantismo reinante en su época, de una sociedad gobernada en los pueblos desde los púlpitos, propone que se adopten las ideas de la ilustración del Siglo de las Luces, sentencia este ignoto e ignaro escribiente una lamentable y terrible frase, que da cuenta de su, y en este caso sí, posición sexista: “Irene parece opinar que no hay ningún antagonismo entre el alfabeto y el sexo”. Es decir, la descalifica para pensar y escribir por el simple hecho de ser mujer, descalificando de paso estas facultades en todas las mujeres. Por eso no es de extrañar que califique el artículo de Irene de “artículo pestilente”. Y la verdad sea dicha, si algo olía mal en aquella época era la forma de pensar del columnista J.

Como el análisis a profundidad de este insuceso merece mejor suerte, dejo allí por el momento y les comparto uno más de estos artículos, intitulado: “SI TIENE DERECHOS”, publicado en el periódico El Colombiano, el 29 de agosto de 1934.

La mujer en su obra

Sus poemas sobre la mujer dan cuenta de los diferentes roles amorosos de la mujer: como madre, esposa, hermana, hija, amiga, amante y compañera. Siente una especial admiración por su madre, la maternidad y la mujer campesina. Nos deja diversos retratos de las diferentes etapas de su vida personal, como las descritas al inicio de esta nota: su niñez, su adolescencia, su vida adulta y su vejez, y los contrastes existenciales que emergen con el pasar de los años.

A lo largo de toda su vida se caracterizó por la sencillez y el amor por la vida, sus hijos y la naturaleza. Y nunca se dejó seducir por las prebendas, los elogios y las riquezas.

Uno de los poemas más bellos y conmovedores sobre la mujer es el que le dedica a su madre en “El retrato de mi madre” (1978). Un relato en el que nos cuenta que hacía mucho tiempo no contemplaba en el cuadro sobre la pared la foto de su madre, y avergonzada, rememorando el amor de su madre, algo de lo que hablaba con especial afecto y a la que consideraba también una mujer adelantada en su tiempo, le dice al final del poema:

“Perdóname mamá le dije atribulada

que del mundo en su ruin simonía

me olvidé de tu bendito amor.

Amor sin sombra inamovible y puro

que supera la muerte y perdura…

 

Sus labios de cartón me sonreían

y vi llorar sus ojos de papel.

La luz de la lucerna se extinguía

y en raudales de llanto,

nos sorprendió la noche confundidas

a mi madre y yo…”

Sensibilidad filial acrecentada por la nostalgia, de compartir con su madre un destino común y un amor que pasa de generación en generación. Este amor familiar también la llevará a escribirle un poema a su hermana Lucía, el día de su muerte: “La noche de Tahamí” (1983).

“Cuando la noche hundió puñales negros

sobre los campos verdes,

te fuiste hermana en brazos de la muerte, 

sin luchas ni regateos,

Y allí quedó tu cuerpo

con cicatrices de sueños

sobre tu lecho en Tahamí… 

Todo en tu vieja casa te reclama:

Cuando ya la mano febril del horizonte

dibuje la hoguera encendida de la tarde,

tus hijos gritarán tu nombre sin palabras

en las mudas alcobas de Tahamí”.

 En otro de sus poemas le canta a la maternidad así:

En un rito sublime

de dolor y alegría,

desgarrando mi carne

en transición triunfante

te llegaste a mis brazos.

 

De exultación colmada

jamás sentí en mi vida

igual a ese instante.

 

Quise implorar al mundo

que estuviera en silencio,

porque cerca de mi pecho

tenía un niño dormido,

criatura de mi ser.

 En el poema “¡Hija mía!”, encontramos una recopilación de algunos de los consejos que da a sus hijas. Veamos algunos apartes:

“Aprende a callar hija mía

si la diatriba a tus oídos llega;

no turbe tu paz la algarabía

de un mundo que al error se entrega.

 

Desprecia la lisonja y la riqueza

que al corazón le llenan de bajeza.

Huye del avaro, también del poderoso”.

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