Una calle lleva su recuerdo
La noche fría y oscura ha avanzado. Son alrededor de las 2 de la mañana y ya ni siquiera se escucha el croar de los sapos y de las ranas; tal parece que los animales de las sombras están ahora descansando después de haber ofrecido un intenso concierto nocturno en las primeras horas de la naciente oscuridad. Los espesos nubarrones le han cerrado el paso a la luz de las estrellas y la luna misma hace ya hace mucho rato suspendió la tenue luminiscencia que extendía sobre los verdes cafetales y las altas copas de los piñones. El sonido monótono de la pequeña quebrada que desciende de la cordillera no hace más que acentuar la tenebrosa sensación de silencio que reina en aquel escenario casi irreal, en el que un frío intenso que cala los huesos lo invade todo. Es esta una noche normal, característica de las temporadas invernales de la inmensa e inquietante Gulunga, la vereda de Salgar más próxima a San Gregorio.
En esta oscura noche, sin embargo, la monotonía es rota por el sonido de los cascos de dos mulas que, silenciosamente, avanzan con paso lento pero seguro por estos caminos surcados de profundos canalones, chapoteando con sus patas los charcos de agua que la lluvia ha dejado estancados en sus recovecos. Dos silenciosos personajes cabalgan sobre sus lomos. ¿Quiénes serán los misteriosos jinetes? ¿Qué asuntos tan urgentes los han llevado a interrumpir el tan necesario descanso de la noche y el suave calor de la cama del hogar para arriesgarse por estas trochas? Debe tratarse, sin duda alguna, de un asunto de mucha importancia.
Al escrutar con cuidado las siluetas de los desconocidos, lo primero que se descubre es que quien va adelante es alguien que, por la experiencia y conocimiento de aquellas rutas, dirige el desplazamiento, evitando algún socavón traicionero y orienta cuidadosamente a los animales para que estos no vayan a resbalar por alguno de los desfiladeros tan comunes en aquellos parajes. Quien sigue sus pasos es, sin duda, alguien de sexo femenino; se sabe por la forma de cabalgar de medio lado, que es la manera como lo hacen por aquí las mujeres; para ello utilizan unas sillas de montar especialmente diseñadas, algo que para quienes no conocen estas costumbre resulta increíblemente incómodo y peligroso, especialmente a la hora de subir al animal y al momento de apearse, además de que para ello deben ponerse sobre su vestido habitual una falda ancha que va de la cintura hasta los pies, debido a que la falda normal las dejaría expuestas al hacer las maniobras necesarias para subir al animal, porque los pantalones (algo tan lógico a la hora de usar un caballo como medio de transporte) es algo muy mal visto por las mentes pacatas de estos tiempos y expondría a quien lo hiciera a los rayos y centellas del sermón dominguero en la Misa Mayor.
Pero ¿Qué hace una mujer por estos sitios y a estas horas de la noche? La respuesta es evidente cuando queda claro que esa mujer es Tulia Agudelo. En efecto, al hogar de una familia de la vereda le llegó la hora de recibir un nuevo integrante y para hacerlo sin correr riesgos se necesitaba de la mano experta de alguien que no solamente conoce a fondo el oficio de partera, sino que, además, asume su trabajo con un sentido de compromiso que está por encima de cualquier asunto personal, así sea el de poder tener una noche de tranquilo descanso después de una larga jornada de trabajo en su botica. Nada extraño tratándose de la señorita Tulia, la enfermera, médica práctica, boticaria, consejera de familia y, desde luego, partera, que para una población que no cuenta con una infraestructura elemental de servicios de salud por parte del Estado, es una especie de ángel protector que el Destino puso a su disposición a finales de la década de los años 40.
Es por esto y en honor a esta mujer que, a petición de la comunidad de Alfonso López (San Gregorio), la vía urbana más antigua de San Gregorio, esa misma donde se encuentra ubicada la que fuera su casa y botica, a partir de noviembre de 2024 lleva su nombre por decisión del Concejo Municipal, nombre que quedará expuesto de manera pública cuando una placa que será ubicada en un sitio estratégico de la misma, les diga a todos los sangregorianos y a quienes visiten el corregimiento que esa es la CALLE TULIA AGUDELO y que esa es la forma como los habitantes de este, el que fuera su pueblo y su razón de vida por alrededor de cuatro décadas, le rinde homenaje por sus servicios y su calidad humana.
La hora ha avanzado y la leve claridad de la incipiente aurora delinea a lo lejos las siluetas de Cerro Bravo y la pirámide natural del Cerro Tusa, creando un bello espectáculo natural ante el cual Tulia, luego de agradecerle a Dios por haber podido prestar el servicio de recibir un nuevo ser humano que llega a este mundo, siente que ha cumplido una vez más con su deber. Ahora deberá descansar sólo por unas pocas horas, porque en el primer piso de su casa, la botica la estará esperando para atender alguna nueva necesidad de salud. También yo le doy gracias a la vida porque siento que con la asignación de su nombre a la calle principal de San Gregorio se le está haciendo justicia a quien es mi personaje inolvidable.
Por Rubén Darío González Zapata Nacido en la vereda La Lindaja Corregimiento Alfonso López (San Gregorio) - Ciudad Bolívar