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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 19

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Con cerca de 14 años a cuestas, mi vida ha transcurrido en compañía de mi madre y mis hermanos bajo la guía protectora del abuelo, quien con mano severa vela, a su manera, para que nosotros seamos el día de mañana unos buenos y honrados trabajadores. Mi casa, mi familia, la aldea de San Gregorio, con sus cordilleras, praderas, cafetales, montes y quebradas, son algo así como el nido dentro del cual he venido creciendo con mis hermanos, bajo la sombra amorosa de mamá Julia, quien se ha entregado por completo a nosotros, sin reservas, con una devoción sin límites y sin exigir para ella nada a cambio, nada diferente al amor, amor con el que le deberíamos corresponder, no siempre en la misma medida en la que ella lo hace para con nosotros, porque igualar el amor de una madre es una tarea imposible. Un amor que, inclusive, la ha llevado ya en algunas ocasiones a plantarle cara al abuelo cuando a éste se le ha ido la mano en el trato férreo para con algunos de nosotros. Ha sido en momentos como esos en los que la mujer, usualmente tímida, sumisa y resignada, que ha sido mamá Julia, ha mostrado la faceta de la madre dispuesta a todo cuando ha sido necesario fijarle a éste los límites hasta dónde puede llegar en el trato para con sus hijos.

Pero nuestra vida acaba de dar un giro inesperado, precisamente como resultado de la situación de violencia en la que estamos inmersos. Porque a mi hermano Fáber, quien lleva ya algún tiempo casado, lo ha tocado esa especie de plaga podrida y hedionda que es el odio y ha recibido una nota amenazante, en la que se le advierte que debe irse ya del sitio donde ha vivido y crecido. Como por estos días mi hermana Ofelia y Pablo están de visita en casa, pues ellos desde hace ya un tiempo largo habían emigrado a un pueblo de Caldas que se llama Belén de Umbría, estos le ofrecen a mi hermano la posibilidad de irse a vivir con ellos a la finca en la que viven en aquel lugar. La decisión se toma rápidamente, así que Fáber y Orfilia (su esposa) empacan sus corotos y se alistan para viajar. Por una razón que no tengo claro por qué se dio, se decidió que yo los voy a acompañar y permaneceré un tiempo indeterminado en aquel sitio.

Mis años en San GregorioDe esta forma y por primera vez dejo, aunque temporalmente, el que ha sido hasta ahora mi hogar. No será por un período de tiempo muy largo, tal vez unos seis u ocho meses, pero lo suficiente como para tomar conciencia de que me enfrento a una nueva realidad, y no precisamente por una decisión personal, sino por razones trágicas ajenas a mi voluntad. Tampoco se trata de un desarraigo profundo, pues esta experiencia se da en el hogar de mi hermana Ofelia, a quien sigo considerando como mi segunda madre, además de que voy a estar en compañía de mi hermano y de Orfilia.

¡Belén de Umbría! Ya sobre este pueblo había oído hablar muchas veces a mi hermana en algunas de sus visitas a la casa. En aquellas veladas y recostado sobre su costado (algo que me llenaba de una profunda sensación de afecto y calor humano), la escuchaba embelesado hablar de enormes y productivos cultivos de café y plátano; de anécdotas curiosas, como la de una extraña anciana que vivía sola en una casa enorme a la orilla de la carretera — ¡qué secretos ocultaría esa mujer! –, así como de la forma como se ha relacionado con las gentes de aquel lugar, con costumbres tan diferentes a las nuestras y que a nosotros nos parecían seres extrañamente lejanos. Nota

Después de un penoso viaje (por una varada debimos pasar la noche en la carretera cerca a Caramanta, con un frío que calaba los huesos) llegamos por fin a Belén. La finca (el Faro) a donde llegamos, se encuentra vadeada por dos carreteras: una que lleva a un sitio que se llama Umbría y otra que conduce a otro que se llama Columbia. Algo muy diferente a San Gregorio, en donde ni siquiera hay carretera para el caserío. La vivienda es una casa de dos pisos con corredores en redondo, desde donde tengo a la vista todo un panorama de praderas sembradas de café — con ocasionales y pequeños espacios para potreros — y cuyas casas, muchas de ellas pintadas de un hermoso color naranja, contrastan bellamente con el verde esmeralda de los cafetales. Los bosques que se alcanzan a ver parecen haberse ido alejando cada vez más y han ido quedando relegados a pequeños espacios en las riberas de ríos y quebradas o en lejanas cordilleras. De estos días quedaron en mi memoria los recuerdos de gentes amistosas y el descubrimiento de la belleza del bolero, esa música llena de romanticismo que tanto placer llegó a causarme.

Sin embargo, no habían transcurrido aún los tres meses desde mi llegada, cuando me llegó una nota. Recuerdo aquella hoja de papel en cuya letra reconocí inmediatamente los rasgos inconfundibles de mi madre. — ¿Qué habrá pasado? –, me pregunto. Con gran ansiedad procedo a leerla: “M´hijo, si no viene pronto tal vez no nos vuelva a ver, las cosas por aquí están muy mal”. Ese mismo día y sin dudarlo ni por un segundo, consigo una caja de cartón, empaco mis cosas y, luego de despedirme de mis hermanos Ofelia y Fáber y de mis cuñados Pablo y Orfilia, me voy para Belén, donde en la madrugada del día siguiente, tomaría el transporte que me dejaría en el sitio llamado La Pintada ya en el departamento de Antioquia, lugar en el cual tuve que pasar la noche por haber perdido, estúpidamente, el autoferro que habría de llevarme a Bolombolo; al día siguiente y ya en ese lugar (Bolombolo), tomaría la línea me dejaría en el sitio llamado La Piedra, listo para emprender el repechaje que me conduciría finalmente a mi destino, con el sol abrasador del medio día a mis espaldas.

Imposible olvidar aquella dramática madrugada a las 5 de la mañana saliendo de Belén. La tenue luz que emiten las bombillas que iluminan sus calles no hace sino acentuar esa sensación de desamparo que lo aplasta a uno cuando el futuro es una cosa incierta. Me aterraba tener que admitirlo, pero en el fondo de mí mismo sentía que, tal vez, no volvería a ver a Belén, ni a mis dos hermanos y cuñados. Tal vez, ni siquiera alcanzaría a llegar y encontrar vivos a los de mi familia.

Pero ya en San Gregorio y entrando a la plaza — es domingo –, mi abuelo, que ha alcanzado a verme, me deja perplejo: con una hermosa sonrisa en su rostro viene a mi encuentro, algo que jamás había siquiera imaginado en él. Encuentro así que, detrás de esa aparente dureza y frialdad que siempre muestra, en papá José se esconde también la personalidad del abuelo que ama y sufre como cualquier mortal. Luego de saludarme con una amabilidad que me llena de alegría y de preguntarme cómo me fue, me dijo, señalando hacia El Remanso: Pedro está allí, se va a alegrar mucho cuando lo vea. Después de una ausencia de casi tres meses, reunirme de nuevo con mis abuelos, mi madre y mis hermanos, me causa un profundo sentimiento de amor que no había experimentado antes de una forma tan vívida, mientras que de Belén me queda el recuerdo de su música y de la belleza de sus praderas.

Para consternación de mi parte, sin embargo, tengo que constatar que el despeñadero de San Gregorio hacia la violencia ha seguido su siniestro curso. El ambiente relajado y alegre de las gentes de mi pueblo ha ido quedando solo como un lejano recuerdo del pasado y en el ambiente se nota preocupación, la que se ve agravada con toda clase de comentarios. Me sorprende ver igualmente que los habituales policías que eran parte del panorama normal del caserío han sido reemplazados por otros agentes con botas de cuero hasta las rodillas, espuelas y sombrero, que usan unas armas muy diferentes a los fusiles mauser a los que estábamos acostumbrados a ver. Me dicen que se llaman carabineros, que son policías rurales y por eso van a caballo por todos los caminos, lo que me da cierta tranquilidad. Mi madre me pone al día sobre los casos de violencia, que han incluido nuevas amenazas a papá José, con la misma respuesta de este ante las exigencias de los forajidos: una vez más se negó a darles dinero a esos individuos que causan toda clase de daños, incluidos incendios a algunos beneficiaderos de café. Las cosas llegaron a niveles tan preocupantes que incluso mi abuelo estuvo a punto de emigrar, pero lo detuvo la valentía de mi madre, que decidió que no se iría pese a los riesgos que corría su vida.

Con gran desconsuelo me pregunto si alguna vez San Gregorio volverá a ser la aldea que conocí aquel domingo (lejano ya), cuando solo tenía cinco años.

Nota:

Por alguna razón que nunca me he podido explicar, los departamentos de Caldas y el Valle tuvieron siempre para nosotros en aquellos tiempos un extraño atractivo, y cualquiera en San Gregorio que se preciara de ser un viajero experimentado, había estado alguna vez trabajando en el Valle o en Caldas. 


 

Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir»

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6: «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela»

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 9: «Mis años en San Gregorio –El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»

Entrega 10: «Mis años en San Gregorio –El rostro avieso de la muerte»

Entrega 11: «Mis años en San Gregorio – Violencia y política»

Entrega 12: «Mis años en San Gregorio – El aprendizaje no termina»

Entrega 13: «Mis años en San Gregorio – ¡Y llegó la navidad!»

Entrega 14: «Mis años en San Gregorio – ¡Oh, el amor!»

Entrega 15: «Mis años en San Gregorio: El inquietante mundo de lo invisible – Miedos que agobian»

Entrega 16: «Mis años en San Gregorio – Una lección de valentía»

Entrega 17: «Mis años en San Gregorio – ¡Están atacando a San Gregorio!»

Entrega 18: «Mis años en San Gregorio – ¡Sombras en la noche!»

 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar
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