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Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro


Entrega 21

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

¿Es posible que, en un momento dado, una persona, unas palabras, una sugerencia, un consejo o, tan solo, la visualización de una idea tal vez ilusa, le puedan dar un giro total a una vida? Creo que sí. Creo que esa clase de milagros existe. Algo me hace pensar que la naturaleza nos ha dotado de los recursos internos y del potencial necesario para – tan solo con un pequeño empujón del Destino hacer cosas que habíamos creído siempre incapaces de hacer, o lograr objetivos que suponíamos posibles solo en el campo de la imaginación. Ese utópico milagro era, en mi caso, la posibilidad de estudiar; un milagro que, pese a desearlo con todas mis fuerzas, aparecía cada vez más lejano y esquivo.

Pero aquella tarde, camino de mi casa hacia San Gregorio en compañía de mi amigo Roberto Vélez, surgió el tema: ¿qué se siente tener muchos conocimientos? ¿Qué se siente poder entender la forma como funciona la lógica de los números? ¿Conocer los misterios que esconde la naturaleza? ¿Cómo es vivir en un sitio en donde todo está organizado para estudiar? De alguna manera yo tenía la certeza de que este amigo, que había terminado ya su bachillerato en el seminario de Jericó, tenía las respuestas o, al menos, parte de las respuestas a esos interrogantes tan vitales para mi mente inquieta; así que insistía en obtenerlas. De repente y como el destello de un rayo que brilla fugazmente en la oscuridad, Roberto detiene su caminar. — ¿Qué pasa? — me pregunto.

–Usted puede estudiar si lo desea — Me lo dijo así, como quien acaba de hacer un gran descubrimiento.

–¿Yo? ¿Y cómo?

UNA VOZ AMIGA CAMBIA MI DESTINORoberto Vélez, siendo ya sacerdote años más tarde

¡Estudiar, el gran sueño de mi vida! Pero en estos momentos eso supone que debo terminar, en primer lugar, el resto de años de una primaria elemental de la que solo poseo los dos únicos grados existentes en la escuela: primero y segundo; una posibilidad inviable en estos momentos, no solo porque en San Gregorio no existen los grados restantes de primaria, sino porque a la edad de los casi 15 años (la mía actualmente) eso ya no parece posible. Por otra parte, pensar en asistir a una escuela en Salgar o Bolívar tampoco está a mi alcance, porque mi madre carece de los recursos económicos para asumir ese gasto, aparte de que para mi abuelo la actividad intelectual es, prácticamente, la puerta de entrada al abismo de la holgazanería. Así se lo expliqué a Roberto.

–No hablo de San Gregorio, ni de Salgar, ni de Bolívar; hablo del seminario de Jericó — me respondió.

Lo primero que pienso es que Roberto no está hablando en serio.  Entrar directamente a primero bachillerato en Jericó es, desde todo punto de vista, una auténtica utopía. ¿De qué forma voy a llenar los vacíos que tengo para poder estar al nivel de un estudiante de primer grado de bachillerato? Pero este hombre no se da por vencido; en su opinión, soy un chico con las habilidades suficientes para lograr la nivelación estudiando por mi cuenta, con su ayuda y orientación y, posiblemente también, con la ayuda del profesor José Rúa. Él posee textos de estudio que puedo utilizar. Lo dice con una convicción tal, con tanta seguridad, que ya no me cabe la menor duda: ¡sí, está hablando en serio! ¿Y los costos? ¿Y la dotación para el internado? — Bueno, esas son cosas que se irán solucionando por el camino — comenta mi amigo.

Es difícil explicar el efecto que esto produjo en mi espíritu, pero una fuerza incontenible se ha apoderado de mi voluntad y me lleva a aprovechar todos los momentos disponibles que tengo, luego de cumplir con las labores de trabajo en la finca, para estudiar, con una dedicación que jamás había imaginado. La parte más difícil son las matemáticas, porque las bases que tengo son muy frágiles; a duras penas sé sumar, restar, multiplicar y dividir, pero lo que no entiendo lo aclaro preguntándoselo luego a Roberto cuando me encuentro con él. Las otras materias no son tan difíciles y dos de ellas, la historia y la geografía, son verdaderamente apasionantes. Paso largas horas leyendo sobre tamaño e historia de ciudades y países en cuanto libro llega a mis manos. Es urgente obtener la mayor cantidad de conocimientos que sea posible para poder pasar, de una vez, a primero de bachillerato en el seminario, y para ello solo dispongo de unos cuantos meses, tal vez unos siete u ocho, porque la entrada deberá llevarse a cabo en febrero del año siguiente (1962).

Esta etapa de preparación termina con un examen que me hace el profesor de la escuela, José Rúa, luego del cual éste expide una especie de certificado en el que se dice algo así como que “Rubén Darío González es un buen estudiante y aprende con facilidad”.   Con este documento viajo, en compañía de Roberto, a Jericó, en donde lo presento al sacerdote que me hace la entrevista. De manera increíble, en el seminario se me dice que puedo ser recibido a partir del año próximo. ¡Apenas lo puedo creer!

El paso siguiente es reunir los recursos necesarios para comprar el ajuar necesario: colchón, cobija, dos o tres juegos de cama y algo de ropa apropiada, cosas que obtengo gracias a la habilidad de mamá Julia para coser y quien, por lo demás, no cabe en sí de la dicha. Los libros y los demás elementos  de estudio más  el valor de  la matrícula,  los financio en  parte con la  herencia  de trescientos pesos que me quedó luego de la muerte de mi padre y que, hasta el momento, han estado depositados en manos de Eleazar Londoño. La sotana – con los arreglos que le hace mamá, porque me queda muy grande — y otras cosas adicionales propias del seminario las obtengo, en calidad de préstamo, de parte de Roberto. Con esto y con algunos recursos adicionales que logra reunir mamá Julia, puedo asegurar el valor de la pensión de ciento cincuenta pesos mensuales al menos por los dos o tres primeros meses. ¿Qué pasará cuando ese dinero se acabe? No lo sabemos, pero algo se nos habrá de ocurrir.

Y llegó el día de mi ingreso al seminario, algo impensable hace apenas unos meses. ¿Cómo pudo mi vida haber tenido semejante cambio, de un día para otro? En compañía de Roberto y luego de despedirme de mamá Julia, de mamá María y de mis hermanos (mi abuelo no se prestó para despedirme) salgo con mis corotos al hombro y una profunda dicha en el corazón. Ya hacia las 2 de la tarde aparece ante mi vista el pequeño valle en el que se encuentra Jericó; desde el sitio por donde vamos en ese momento, una especie de cúpula plateada que refleja los intensos rayos del Sol de aquella tarde, llama especialmente mi atención: es el techo de la capilla del seminario del que pronto seré uno de sus estudiantes. Por primera vez siento que me enfrento al proyecto con el que tantas veces he soñado. ¿Seré capaz con el estudio? ¿Lograré adaptarme a un ambiente tan diferente a aquel en el cual he vivido y crecido, lejos de mi familia, de mis compañeros y de los paisajes de mi pueblo? No puedo evitar que una sensación de incertidumbre y de temor invadan mi mente. Pero la suerte está echada. Ya no hay vuelta atrás.

Son aproximadamente las 3 y 30 de la tarde y me encuentro, ¡por primera vez!, a las puertas de un establecimiento educativo: el seminario de Jericó. La sala de recibo de aquel edificio, que se me hace enorme, bulle de muchachos de toda clase y en el piso se amontonan libros, cajas, maletas y colchones. En medio de una gran algarabía, todo el mundo habla, los amigos se saludan y charlan animadamente, pero yo estoy en el rincón apartado en donde me dejó Roberto, quien ya debió tomar el camino de regreso a San Gregorio, mirando con ansiedad este escenario tan ajeno para mí: nadie me habla, nadie me pregunta quién soy ni de dónde vengo. ¡Jamás me había sentido tan solo! Solo, pero con la decisión de afrontar este desafío que el Destino ha puesto ahora en mis manos.


Entrega 1: «Mis años en San Gregorio: Un futuro por construir»

Entrega 2: «Mis años en San Gregorio: El nido familiar».

Entrega 3:  «Mis años en San Gregorio: Mirador de cielos y cordilleras»

Entrega 4:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), vistos por el niño que llevo dentro»

Entrega 5:  «Mis años en San Gregorio (Alfonso López), Encuentro con el mundo de la religión»

Entrega 6: «Mis años en San Gregorio – Domingo en San Gregorio» 

Entrega 7: «Los aprendizajes ya no son un juego–Comienza la escuela»

Entrega 8: «Mis años en San Gregorio – Música y leyendas»

Entrega 9: «Mis años en San Gregorio –El duelo de Cosiaca y el guapo del pueblo»

Entrega 10: «Mis años en San Gregorio –El rostro avieso de la muerte»

Entrega 11: «Mis años en San Gregorio – Violencia y política»

Entrega 12: «Mis años en San Gregorio – El aprendizaje no termina»

Entrega 13: «Mis años en San Gregorio – ¡Y llegó la navidad!»

Entrega 14: «Mis años en San Gregorio – ¡Oh, el amor!»

Entrega 15: «Mis años en San Gregorio: El inquietante mundo de lo invisible – Miedos que agobian»

Entrega 16: «Mis años en San Gregorio – Una lección de valentía»

Entrega 17: «Mis años en San Gregorio – ¡Están atacando a San Gregorio!»

Entrega 18: «Mis años en San Gregorio – ¡Sombras en la noche!»

Entrega 19: «Mis años en San Gregorio – Lejos del nido»

Entrega 20:«Mis años en San Gregorio – Laberinto del miedo»

 

Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar
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