Por Andrés Chica Londoño @andreschicalondono
En cada mochila va un mensaje claro: la infancia importa, y no está sola.
En Colombia, donde muchas veces la infancia ha sido marginada por el conflicto, la pobreza o la falta de oportunidades, las políticas públicas suelen llegar tarde o con poco impacto. Por eso, cuando una estrategia como la Mochila Atrapasueños 2025 del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar -ICBF aparece en escena, es necesario mirarla con atención: por lo que significa, por lo que promete y, sobre todo, por lo que puede construir.
Esta no es una mochila cualquiera. Contiene materiales educativos, herramientas para el juego, libros y elementos simbólicos. Pero, más allá del objeto, lo verdaderamente importante es lo que representa: una apuesta institucional por reconocer y fortalecer el trabajo de organizaciones comunitarias que, en los territorios más afectados por la violencia y el abandono, han sostenido espacios de protección para niños, niñas y adolescentes.
Estas experiencias fueron escogidas entre miles de postulaciones y buscan fortalecer entornos protectores mediante el arte, el juego, la educación, el deporte y la expresión cultural. Son iniciativas construidas desde la base, desde la comunidad, por personas que muchas veces no tienen presupuesto, pero sí tienen convicción.
Además del apoyo económico, el ICBF entregó a cada colectivo el Abecé Mochila Atrapasueños 2025, una guía metodológica que permite implementar acciones con enfoque de derechos, pertinencia cultural y participación infantil. También promueve la prevención de riesgos como el reclutamiento forzado, la violencia sexual o la discriminación racial.
Esta estrategia tiene aciertos: reconoce lo comunitario, pone la infancia en el centro, escucha a los territorios y brinda herramientas reales. Pero también debe enfrentarse a un reto estructural: que no se quede en una política de ciclo corto ni en una acción simbólica. Porque si bien la entrega de mochilas es un gesto poderoso, la garantía de derechos exige mucho más: requiere continuidad, presupuesto, articulación interinstitucional y voluntad política sostenida.
El Estado no puede limitarse a premiar iniciativas locales. Debe aprender de ellas, replicarlas, apoyarlas con recursos permanentes y reconocerlas como parte esencial de su arquitectura de cuidado. Lo que hoy hacen cientos de colectivos con muy poco, el Estado debería hacerlo con todo su poder y su estructura.
Según el propio ICBF en las versiones anteriores del programa participaron más de 2.500 iniciativas, y en 2024 se logró prevenir el reclutamiento de más de 122.000 niños, niñas y adolescentes en riesgo gracias a estas estrategias comunitarias (ICBF, 2024).
Esa cifra no sólo demuestra impacto: muestra que estas mochilas no están vacías, y que las organizaciones locales no improvisan, sino que son parte clave del tejido social que sostiene a miles de familias.
La Mochila Atrapasueños 2025 no debe ser una isla, sino una plataforma. Una señal de que lo simbólico y lo estructural pueden caminar juntos. Que los sueños de la infancia no se atrapen solo en una mochila, sino que se siembren en políticas públicas que den frutos duraderos. Porque un país que cuida a su niñez no reparte promesas: garantiza derechos. Y eso, más que una mochila, exige compromiso.
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*Fotos cortesía