Si no hay aire de cambio en esta época del año es mal síntoma. Cambiar es necesario y urgente en todos los tiempos. En contravía de lo que muchas personas desean en sus mensajes de whatsApp y redes sociales, ese “nunca cambies”, debe ser todo lo contrario: sigue cambiando, sigue mejorando. El ser humano no puede llegar a un estado de plenitud porque es incompleto e imperfecto.
Afortunadamente hay la percepción que el aire de cambio se respira por todos lados. Aires livianos, frescos, y lamentablemente, otros pesados, con sensación a humedad. Los cambios son buenos en términos generales, y nada mejor que generen transformaciones de fondo. Los malos cambios son los que se hacen de manera aparente, cambios engañosos que crean falsas expectativas y resultan ser mecanismos para disuadir, para esconder, para dar la sensación de verdades. Todos anhelamos los buenos cambios de aire, pero muchas veces, en medio del camino se descubre el engaño, no hay tal cambio y terminamos asumiendo con desdén el sentimiento de traición, al tener que aceptar que después de todo el cambio anhelado, nos encontramos con una realidad manifiesta bien contraria.
La esperanza de cambio en lo público se renueva en cada jornada electoral. Y esta vez coincide este hecho con la proximidad del cambio de año. Está la idea que esta vez sí será mejor y que la decisión tomada al momento de votar resolverá todos los problemas de los que nos quejamos. No es así; tantos problemas sociales, tantas carencias acumuladas no se solucionan en cuatro años, pero sí se pueden agravar si no contamos con una administración acertada y ajustada a las necesidades más sentidas.
La llegada de nuevos alcaldes y concejales a las administraciones municipales genera sensaciones de cambio y redireccionamiento del poder público, se siente aire renovado; aires de cambio, hayan ganado o no nuestros candidatos.
Deberíamos tener claro que la responsabilidad del desarrollo de una comunidad o de una sociedad, no puede recaer en alcaldes y concejales, gobernadores, diputados, congresistas, ministros o presidentes. Las necesidades y los problemas no los puede resolver el Gobierno por sí solo. Si las esperanzas sólo quedan en la institucionalidad y los funcionarios de turno, estamos muy equivocados. Los primeros en cambiar debemos ser los ciudadanos, con actitudes encaminadas a aportar, no sólo a criticar; ser propositivos y proactivos.
El cambio se requiere. Bienvenidos los cambios, los cambios que mejoren, que cualifiquen, que generen desarrollos y transformaciones para que el resultado sea de felicidad y bienestar para todos.
Y finalmente, gracias a los que permiten que cambiemos, a los que ayudan a cambiar, a los que exigen cambios, a los inconformes, a los que presionan los cambios, y sobre todo a los que ayudan en esas transformaciones desde actitudes positivas, sanas y bien intencionadas.
Legado de nuestro director Álbaro Valencia Cano (+2016).