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Por Melisa Giraldo González
Magister en Educación
Investigadora del grupo interuniversitario Historia de la Práctica Pedagógica en Colombia
melisagigo@gmail.com

El 26 de junio de 2021 The New York Times publicó un artículo en el que se refiere a la situación de la educación en América Latina y el Caribe, en el marco de la pandemia global que nos viene afectando desde el 2020. En ella se presentó el caso de una familia de escasos recursos de Soacha-Colombia, compuesta por una madre soltera -Gloria de 33 años-, dos hijos y dos hijas. Este caso nos viene bien para ilustrar los efectos de la pandemia y de las medidas sanitarias tomadas en lo educativo, particularmente para el caso de las niñas y mujeres jóvenes. 

Karen, la hija mayor de la familia, con 14 años, asumió los roles de cuidado del hogar y sus miembros, mientras su madre se desempeñaba como empleada en un motel local, ganando un salario apenas suficiente para el sostenimiento material de la familia. El artículo relata que Karen en cierto momento abandona los estudios, entre otras, porque la tablet que le habían facilitado en la escuela para estudiar remotamente se le rompió, así mismo, describe un episodio en el que Karen escapa de casa por unas horas, abrumada por las tareas que tiene en casa desde el comienzo de la pandemia. Como esta, son centenares de historias las que recorren los territorios de nuestro país, que aún, fuertemente anclado a estructuras patriarcales, pone a las niñas y mujeres jóvenes en roles tradicionalmente femeninos, restándoles tiempo y capacidad para acometer otros proyectos de vida, entre ellos el académico. 

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De hecho, la educación superior no está exenta, en mi experiencia como profesora universitaria he perdido la cuenta de las ocasiones en las que estudiantes me informan que no han podido realizar sus actividades académicas porque deben hacerse cargo de hermanos, sobrinos, padres, abuelos e incluso hijos pequeños. Y si bien es cierto que un par de veces los relatos me han llegado también de estudiantes varones, son casos excepcionales. No puedo siquiera imaginar, si los casos que tengo en mente se me escapan ya de numeración, cuántos más hay que se pierden en el silencio. Y aunque el objeto de este texto no es la educación superior, con lo anterior quiero ilustrar que el género es un asunto transversal, y de la mayor importancia si queremos revisar los efectos de la pandemia en la educación. 

Cuando hablamos de la situación de las niñas y las jóvenes en la educación, uno de los frentes de análisis es el acceso, preguntarnos por los obstáculos, limitaciones y alcances de este. Si consideramos la estructura jurídico-política de nuestro país, encontraremos que ninguna norma impide el acceso a las niñas a la educación formal, al contrario, podemos dar cuenta de normativa que plantea perspectivas inclusivas y que mencionan a la equidad de género en sus principios. Entonces, ¿cuáles son las razones que explican las diferenciaciones de género en la educación formal? Los dos últimos años nos han permitido ver de forma clara algunas de esas razones, y esto tiene que ver con el hecho de que la pandemia del Covid-19 permitió la visibilización de una serie de desigualdades de orden estructural. Desigualdades que se han profundizado en el caso de América Latina y el Caribe.  

Las medidas sanitarias como confinamientos y cierres presenciales de las escuelas profundizaron brechas educativas entre las áreas urbanas y rurales. El hecho de tener que continuar las prácticas educativas desde casa y con mediación de tecnología, puso en condiciones más desfavorables a territorios que ya contaban con escasos recursos, y para los cuales la escuela era el único escenario con condiciones relativamente adecuadas para la formación. 

El confinamiento aumentó las tareas de cuidado, y estas, que tradicionalmente se han asignado a las mujeres, quedaron a cargo (como en la historia de Karen) de niñas y adolescentes, especialmente en familias con madres solteras o de niveles socioeconómicos bajos, en los que los padres no podían permitirse la opción del trabajo desde casa. Esto, en muchos casos, afectó el acceso de niñas y jóvenes a la educación formal y generó un rezago en su desempeño. Encontramos entonces que las niñas más afectadas por estos hechos son niñas de clases sociales más desfavorecidas y de contextos rurales. No en vano, Unesco afirmó que más de tres millones de niños y niñas de América Latina no volverían a la escuela, incluso cuando estas reabrieran sus puertas.

Adicionalmente, hay factores de desigualdad de género que se encuentran en todas las clases sociales y los territorios, como es el caso de la violencia machista. Las medidas sanitarias no tuvieron una perspectiva de género, por lo cual, muchas niñas y mujeres quedaron recluidas en entornos familiares en los que ya existían relaciones violentas y abusivas, que escalaron y tuvieron incidencias directas sobre los cuerpos femeninos. Mónica Novillo y David Aruquipa de la Campaña Latinoamericana por el Derecho a la Educación publicaban en noviembre de 2020, entre otras, el aumento de embarazos no planificados, algunos producto de violaciones, -incluso- por parte de miembros de las familias. Sobra decir que los embarazos en edad escolar son causales de deserción que afecta únicamente a las mujeres. 

¿Cuáles son entonces los llamados que podemos establecer a partir de este panorama? 

En primer lugar, en la medida en que haya -aún en nuestros días- riesgos para el acceso o la permanencia en la educación diferenciados por razones de género, clase social, etnia o territorio, el Estado, a través de su política educativa, tiene aún mucho trabajo por hacer. Pues, en clave de derecho a la educación, debe eliminar cualquier obstáculo para la educación que pueda ser explicado por estas razones. En segundo lugar, la apertura reciente de las escuelas, aunque en sí misma es una conquista, no basta para corregir lo que a nivel de brechas de desigualdad se acentuó en los últimos dos años. Se requieren una serie de diagnósticos y estrategias que respondan a ellos, lo suficientemente precisos y potentes, para que el sueño de una educación para todos sea una realidad. 

Finalmente, hasta que la educación no sea un espacio completamente abierto y seguro para las niñas y mujeres jóvenes; hasta que nuestras intervenciones políticas no dejen de pasar de largo los asuntos de género, habrá muchos pendientes en esa misión que los pedagogos han encargado a la educación: ser la plataforma que cambia al mundo. Una lucha por la equidad de género en educación es aún necesaria, y debe ir más allá del acceso.


Edición 188 

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