Por: Laura Quiñones
Colectivo de Periodismo El Suroeste – Ciudad Bolívar
Ser joven es el mejor complique de la vida, es apenas aprender a respirar, hacer desde víctimas hasta victimarios de situaciones que en ocasiones resultan ser lo más tonto del mundo. Todos los días son experiencias, son caídas y levantadas, son regaños, consejos, lloriqueos, decepciones amorosas de las cuales nos damos cuenta más tarde que no son más que locuras pasajeras.
Puede parecer un poco rebelde lo siguiente, pero muchas veces hace falta ese poquito de libertad para chocarnos como debería de ser y aprender que en la vida no hay errores sino grandes lecciones; libertad para escoger lo que queremos, más allá de estar en un puesto escolar sentados 6 horas obligatoriamente esperando simplemente que nos califiquen un pensamiento. Somos más que notas.
Tantas veces como lo deseamos hacemos parte del todo y la nada. Olvidamos que apenas estamos terminando de ser unos muchachitos dejando los juguetes que antes significaban para cada uno la vida entera y nos lanzamos al abismo como unos viejos sabelotodos, preocupados más por ese mañana que el hoy que estamos simplemente respirando. Olvidamos que la vida es como un reloj y no tiene vuelta atrás; como locos empedernidos cambiamos de ánimo creyéndonos unos niños y hasta adultos con el fin de obtener lo que queremos.
Ser joven se parece a una piñata llena de sorpresas: cantamos, bailamos, buscamos entre el mismo arte que ya somos como humanos, la cultura. Juventud es estar en el punto menos indicado para aprender lo que ni un viejo sabio imagina que pasará, es aprovechar estos cortos instantes con tanta calma o enfado posible; es hacer críticas sobre la política de la cual nos creen ignorantes. La juventud significa ganar y no creerse el mejor, perder y no creerse el peor. Es protestar, volver el mundo un revuelco bonito, ser auténticos. Nuestra voz no tiene por qué estar muda y la risa debe ser el mejor grito.