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Creo que no salí del closet; más bien entré en el proceso, a lugares de mí que necesitaban ser explorados, incomodados, liberados. 


Por Juan Manuel Jaramillo Vélez

Desde Amagá

Soy un joven como cualquiera, nací en un pueblo, estudio para ser abogado, me divierto con mis amigos, convivo el día a día con mi familia e intento buscar mi lugar en el mundo, cada cosa que hago, cada cosa que soy podría reputarse de normal a excepción de una pequeña característica, que a mis ojos es absolutamente irrisoria, pero a ojos del mundo puede significarlo todo. En un segundo ignoran todo lo anterior que les acabo de decir, lo que soy, lo que hago y lo que aspiro. Esa característica, que sofoca mi identidad también ha traído al mundo crisis sociales, ha sido la causa de genocidios y asesinatos en masa, está revolucionando el mundo y causa una ola de estupefacción en los seres humanos que ni siquiera yo me puedo explicar todavía. Soy gay. 

Somos bastantes los que estamos aquí, estuvimos, estamos y estaremos. En la historia de la humanidad hemos sido pintados como demonios, blasfemos, hechiceros, corrompedores de la juventud, violadores y reclutadores de almas inocentes, pero al final, la realidad es un poco más aburrida: somos personas normales con trabajos y rutinas. 

Desde mis primeros años de vida se me educó como a cualquier niño, para ser un varoncito, un hombrecito, que debía diferenciar las cosas que eran para las niñas y las cosas que eran para los niños, pronto comencé a ver a mi corta edad un sistema de reglas implícito que era demasiado tonto a mi parecer ¿Por qué estábamos obligados a hacer unas cosas y otras no? Y más aún, si esas cosas que no debíamos hacer nos gustaban, nos llamaban la atención. La respuesta en ese entonces era tajante: “te haces menos hombre” y eso era inadmisible, pues debes ser un hombre en toda la extensión, debes ser un varón hecho y derecho o sino serás una vergüenza y todos se burlarán de ti. 

Ilustración por Camilo Vélez Gonzáles desde Amagá

@camilovelez.g

Por mi parte y como es común en mi persona, me fui en contra de la corriente, me gustaba jugar con muñecas, me gustaban los vestidos, el cabello largo, el maquillaje, todo lo que un niño no debía hacer, todo lo que un niño no debía ser, inmediatamente me lo prohibieron, sin explicación, sin argumentos, solo había rechazo. Pero tampoco nos confundamos, esto para mí no tenía nada que ver con ser gay pues yo ni sabía qué era ser gay, solo hacía lo que me gustaba y actuaba como espontáneamente era, sin forzar nada, sin embargo, para la sociedad y a pesar de mi inocencia sí tenía que ver todo con ser gay. Los niños y las niñas no son machitos y mujercitas: son niños y niñas.

Nota/Recordatorio: ser hombre y ser mujer no es solo tener genitales de macho y hembra. En cada cultura ser hombre y ser mujer es diferente. Por ejemplo: no es lo mismo ser hombre en Colombia que ser hombre en Japón. Incluso hay países y culturas que tienen otros géneros contemplados para nombrar personas intersexuales (personas que nacen con variaciones cromosómicas y por ende sus genitales tienen variaciones también) y ocupan otros roles en la sociedad. De hecho, varios estudios nombran que ese espectro entre “macho y hembra” es muy amplio, hay muchas variaciones genitales, genéticas y la interpretación científica ha sido muy binaria (ha contemplado solo al macho, a la hembra y a todo lo que varía le llama intersexual, cuando hay muchas variaciones distintas).

Debemos reconocer que ser hombre y ser mujer es una construcción simbólica y en ese sentido no hay forma correcta de serlo, sino, más bien, hay una constante exploración y es absolutamente válido no sentirse identificado con esa construcción simbólica (con lo que significa, en mi cultura, ser hombre o ser mujer). Estos términos son tan variables que no fue lo mismo ser hombre en 1833 que en el 2011 en un mismo país, por ejemplo. 

Lamentablemente la respuesta de la sociedad ante mi comportamiento salido del patrón establecido, fue inmediata, automáticamente en mi guardería y en preescolar me comenzaron a llamar con un nombre del que no sabía nada y que pensaba inocentemente se refería a una persona que era vagabunda o que era muy cool: gay, lo escuchaba una y otra vez pero no me sentía ofendido, solo después de preguntarle a mi mamá qué significaba fue que descubrí lo que era realmente “un gay es aquel al que le gustan los otros hombres”.

¿Por qué los niños me decían gay si no sabían realmente si me gustaban los hombres? Cosa que ni yo sabía en ese momento ¿Cómo a un niño podría gustarle alguien siendo tan pequeño? No tenía las respuestas en ese momento. Más grande me di cuenta de la verdad fundamental detrás de esos comportamientos, los niños no me decían gay porque me gustara alguien en específico, era por mi comportamiento que se calificaba como afeminado, que se salía del patrón, que no seguía el código de reglas y que al parecer no solo me hacía menos hombre sino también gay. 

Aunque los niños no hablaban por sí mismos, solo repetían lo que sus padres ya les habían dicho, perpetuando el patrón de estigmatización. Pero claro, un niño de seis años jamás haría un análisis de ese tamaño, así que solo decidí seguir con mi vida, ignorar los comentarios e intentar cambiar mi comportamiento para que no me dijeran niña o gay (conceptos que empecé a asociar como algo malo para mí, cosas que yo no quería ser) ¿Que si fue duro? Claro que lo fue, ser rechazado, apartado, discriminado y molestado por algo que no era mi culpa, algo que venía en mi esencia no era nada justo y no lo merecía, me sentía aislado, sentía que le estorbaba a todo el mundo, sentía que no pertenecía a ningún lugar y así como esa fue mi historia, hay muchísimos niños que son discriminados cada día y sufren.

Me comencé a acercar a la adolescencia, aguantaba como podía y pasé una niñez relativamente feliz a pesar de todo, siempre fui de esas personas que podían ver las cosas buenas, creo que por eso pude aguantar gran parte, pero lo que no sabía es que todo empeoraría. Cuando crecí lo suficiente, comencé a experimentar ciertos cambios y características que me diferencian de otros niños, nunca me gustó realmente ninguna niña y por eso no hablaba de ninguna que me gustara como hacían los otros y si lo hacía era para que no me molestaran. No me gustaba el fútbol, ni lo jugaba cuando todos lo hacían, ya que me parecía extremadamente aburrido y por último lo peor: comencé a sentir cosas, cosquillas, calor, sensación de vacío en el estómago cuando veía a cierto niño que me parecía atractivo.

La verdad por mucho que lo intentara no entendía por qué no podía ser normal o por qué era diferente, intenté reprimirlo por algunos años, intenté ser como ellos para ser aceptado, pero al final siempre seguía siendo yo por más que intentara no serlo. Sentía miedo, vergüenza, pánico, ira y no se lo podía decir a nadie por temor a lo que me harían como se lo hacían a los otros gay de mi entorno. Me odiaba por decepcionar a mi familia, por decepcionar a todo el sistema de creencias que me habían inculcado, lo negaba y lo negaba una y otra vez, no quería estar en un mundo donde fuera discriminado, donde fuera la burla de todo el mundo, me sentí muchas veces en un pozo muy profundo que no tiene salida, siempre intentamos convencernos de que somos heterosexuales y que lo que estamos sintiendo es pasajero y desaparecerá, algunos incluso se intentan convencer de esto durante toda su vida, se casan, tienen hijos y aun así siguen intentando convencerse en vano, porque a fin de cuentas nadie puede escapar de quien es. 

Afortunadamente ese no fue mi caso y bendita sea la vida por eso. Cuando estaba en los inicios de mi adolescencia mis gustos eran cada vez más fuertes, el despertar sexual apremiaba y yo me enfrentaba a una encrucijada vital: o me seguía rechazando e intentaba ser un chico normal (cosa que sabía que no funcionaría, pues ya lo había intentado y no me hacía feliz), o aceptaba y asumía de una vez por todas que era gay, me rendía a mis instintos naturales y me dejaba llevar por lo que sentía.

Solo puedo decir que escogí bien. Pronto la culpa, la desesperación y el dolor se convirtieron en felicidad, en la cálida sensación del amor propio que solo puede dejar la autoaceptación, dejé de reprimir mis sentimientos y era feliz, pero aún faltaba lo peor, lo que debemos hacer después de que nos aceptamos, revelarlo por fin a la gente, poner el pecho, la cara, enfrentarse al mundo entero: salir del cómodo closet. Y yo justo me enfrentaba a ese dilema mucho más difícil que el anterior, y aún peor, justo por esa época tuve a mi primer amor, algo demoledor que hizo tambalear mi mundo y me hizo querer con más fuerzas ser libre.

Mi curiosidad de saberlo todo, también ayudaba, vi, oí y leí historias de chicos parecidos a mí que decidían aceptar ante el mundo quienes son, supe de historias de homofobia, de rechazo, pero también vi historias de amor y de libertad. También me di cuenta de que se estaba llevando una lucha a escala mundial por los derechos gay, derechos como el matrimonio o la adopción, me di cuenta de que hay países donde nos persiguen, nos encarcelan, nos sentencian a cadena perpetua y pena de muerte, solo por amar. Tal vez haya algunos que crean que ser gay ahora es sencillo, pero he de decir que no todos corremos con la misma suerte, pues en el mundo somos perseguidos y acosados, hasta el punto del suicidio y la pena capital y eso, acudiendo a los principios rectores del derecho, no es igualdad, sino crueldad ante aquello que es diferente, temor a lo diferente, a lo diverso y eso no lo podemos aceptar.  

Entonces un día simplemente pasó, como un retoño que florece en medio de la lluvia o un aleteo de mariposa que crea un huracán decidí liberarme por fin, decidí que era hora de mostrar quién era en realidad, de enfrentarme al mundo, a mi familia, a mis amigos, a las autoridades con el solo propósito de que por una vez en la vida se me dé el derecho a decidir quién quería ser y no un maniquí que sigue patrones establecidos y se contenta con complacer lo que acostumbramos a ver como moralmente correcto.

Para mi persona, la moralidad es relativa al consenso argumentado de todos los seres humanos y ese consenso se está alcanzando sobre temas como la homosexualidad, con base al principio básico: por más que nos duela, la homosexualidad no hace daño a nadie y la  homofobia es imposición de un estilo de vida que se obvia es correcto. Cuando el asunto no se trata de estilos de vida ni de elecciones; ni yo, ni otros como yo escogimos ser gay pero sí tuvimos que descubrirlo en medio del miedo y la estigmatización causada por decisiones de otras personas. Créanme, si fuera un asunto de decisión nadie sería gay en un mundo como este. 

Entonces, le conté a mi mamá, a mi hermana y de a poco a mis amigos y amigas, al final, respuestas muy parecidas que puedo resumir en dos palabras: ya sabía. Seguí con mi vida y alrededor todo parecía igual, pero algo en mí había cambiado. Creo que no salí del closet; más bien entré en el proceso, a lugares de mí que necesitaban ser explorados, incomodados, liberados. 

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