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San Gregorio y su entorno musical

El día gris, cubierto de negros nubarrones, desde muy temprano en la mañana presagiaba otra jornada de fuertes aguaceros, mientras el gélido clima de la altiplanicie obligaba al encierro; un escenario propicio para la reflexión y para meditar sobre las grandes realidades de la existencia. ¿Cuál será nuestro futuro frente a una naturaleza que, cada vez con mayor frecuencia, se muestra furiosa e impredecible? En medio de tales elucubraciones y pensamientos, es imposible no pensar también de dónde vengo; sobre las cosas (buenas o no tan buenas) que hemos recibido del pasado y qué deudas nos está cobrando ahora el presente. El entorno dentro del cual crecimos y entramos en contacto con las grandes preguntas existenciales que nos han acompañado, muchas de cuyas respuestas se muestran, aún hoy día y para muchos de nosotros, esquivas y misteriosas. Si bien es cierto que el pasado es algo sobre lo que no podemos hacer nada para modificarlo, también es cierto que lo que somos hoy se lo debemos en gran medida a las pasadas etapas de nuestra existencia y a la de quienes nos precedieron. Divagando sobre estas y otras realidades, en aquella reciente noche de desvelo, el sueño acabó finalmente por apoderarse de mí, para llevarme luego, en las alas del inconsciente que llevo dentro, a emprender un inesperado viaje.

Fue así como, de pronto y sin saber cómo, estoy inmerso en aquella aldea que, como un fantasma, emerge de las brumas de un remoto pasado. –Sí–, me digo a mí mismo, –¡este es San Gregorio!–. Me pregunto cómo es que llegué hasta allí y de dónde vengo. Una pregunta que, sin embargo, pronto deja de preocuparme porque mi interés está concentrado ahora en el escenario que tengo frente a mis ojos. El día (un típico domingo) es soleado y son tal vez las diez u once de la mañana. En mi conciencia sé que se trata de un sueño, pero parece tan real que inclusive trato de hacer que la gente se percate de mi presencia, sin resultado alguno, pues todos pasan por mi lado sin mostrar signos de haberme visto. –Mejor así– me digo –de esta forma podré presenciarlo todo sin causar molestia a persona alguna. La figura de un hombre vestido con una túnica color negro que le llega hasta los tobillos, carriel terciado y cabeza cubierta con sombrero aguadeño, llama especialmente mi atención. Lo reconozco de inmediato: es el padre Ramírez. Después de la misa, el párroco hace un recorrido por las calles, tiendas y cantinas del caserío para recolectar limosna, lo que le permite mejorar un poco los ingresos necesarios para atender los gastos que demanda la parroquia, porque, seguramente, lo recaudado durante la misa (la mayoría de las donaciones voluntarias en ese momento, cuando mucho, no pasan de ser algunas monedas) no es suficiente. Es una estrategia inteligente: ¿con qué cara le puede negar al sacerdote una buena donación alguien que está sentado en una mesa llena de botellas de cerveza? Desfilan ante mis ojos de igual manera las figuras de mi abuelo, mi madre, mis hermanos, amigos y conocidos y hasta yo mismo me veo de pie en el corredor de la casa tienda de Francisco Sánchez, con la mirada puesta en el paraíso mágico de los Farallones del Citará.

Algo en el ambiente, sin embargo, reclama de manera especial mi atención: ¡la música! Desde las cinco cantinas que funcionan habitualmente en el caserío, los sonidos emitidos por los tocadiscos y la rockola (también llamada piano) del Remanso crean un curioso ambiente en el que sentimientos y encontradas emociones se entrecruzan en una especie de sancocho melódico del que se alimenta la cultura musical del corregimiento: tristezas, desencantos; resentimientos con un leve barniz de romanticismo, que afloran al calor de la euforia pasajera que proporciona el licor. Una mezcla de sensaciones que lleva a los espíritus de quienes actúan en esta especie de teatro imaginario a sentirse viviendo en un mundo irreal en el que las preocupaciones de la vida diaria pasan a ser, por unas pocas horas, una realidad inexistente o, en el menor de los casos, asuntos de poca monta que podrán ser atendidos en algún otro momento. Uno de esos sentimientos es especialmente visible: el que tiene que ver con fenómenos como la tristeza por un amor perdido o la herida por supuestas traiciones de una mujer; la desdicha de no tener viva a la madre o la de no ser amado por ser pobre. Resentimientos que salen a flote y por los que tantas de las canciones culpan casi siempre a la mujer, con respecto a la cual los hombres se sienten superiores. En una de esas canciones se dice textualmente: “Yo valgo más que tú porque soy hombre, aunque tenga mi traje remendado”. Es la naturaleza de la llamada música popular o de despecho, portadora de mensajes profundamente negativos, legado de una forma de pensar que se alimenta de un machismo irracional proveniente en gran medida de la cultura mexicana. Curiosamente y aunque en su gran mayoría son temas musicales cuyos mensajes van en contra de la mujer, muchos de ellos son interpretados por cantantes del sexo femenino, lo que parece darles una mayor fuerza emocional.

Inmerso en este escenario al que me ha conducido mi sueño, pienso con preocupación que este es el entorno musical dentro del cual hemos crecido tantos colombianos, especialmente en la región paisa. De hecho, muchas de estas melodías despertaban en mí en aquellos tiempos también profundas sensaciones contradictorias: de placer y romanticismo, por un lado por la sencilla belleza melódica de muchas de ellas, al tiempo que hacían que afloraran sentimientos de desencanto y hasta de rechazo, por los mensajes llenos de pesimismo, resentimiento, machismo y hasta de odio que emanan de esta clase de música.

Una vez despierto, pienso que, sin embargo, el San Gregorio actual tiene que haber cambiado. Sé que hoy día esta comunidad dispone de servicios públicos y vías de comunicación que no se tenían en aquellos remotos años. Existe también un colegio y probablemente más medios para la educación, así como mejores servicios de salud. Sin embargo, en mi mente una pregunta no me abandona: ¿qué papel sigue jugando la música como herramienta de desarrollo cultural e, igualmente, como instrumento de progreso y bienestar social, en el San Gregorio de los años dos mil?

Portada: San Gregorio en la actualidad. (Foto bajada de Facebook, Lily Tobón, mayo de 2013).

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Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 



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