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De regreso a mi tierra volví a mis lares,

cabalgando a lomo de mis lejanos recuerdos.

Y al volver, otra vez,

en mi mente quedó grabado,

en mi mente quedó grabado

el paisaje azul de la edad primera.

(El regreso, Bambuco. Efraín Orozco)

Qué distante está aquel lejano 1962, cuando, con una caja de cartón al hombro en la que cargaba mis escasas pertenencias, con el corazón pleno de un mundo de ilusiones y siendo apenas un adolescente de 16 años recién cumplidos, le daba el adiós a mi familia y a San Gregorio, la aldea donde había nacido. Atrás quedaban los recuerdos de cafetales, praderas y quebradas, en medio de los cuales había vivido mis primeras experiencias de niño. Allí había soñado con lejanos mundos, paraísos fabricados por mi imaginación y había vivido algún bello e imaginario amor que, junto con otras experiencias de vida, hermosas unas, tristes (muy tristes) otras, y algunas más envueltas en un halo de un misterio aún por descifrar, constituían todo el bagaje del que había hecho acopio en la, hasta ese momento, corta existencia mía. Camino a La Piedra, la que, en la ribera del caudaloso río San Juan, era el punto definitivo de partida hacia mi futuro, no pude evitar volver mis ojos hacia las lejanas y azules cordilleras tutelares de mi tierra, los Farallones del Citará, cargados de miles de ensoñaciones, que parecían darme también un último y postrer adiós. ¿Regresaría algún día?

Pasaron los años y nuevos momentos se han ido sumando al inventario de mi existencia: éxitos, fracasos, aciertos, errores, conocimientos y nuevos sueños, han enriquecido el pequeño bagaje con el que salí en aquel lejano año, y hoy forman parte de todo aquello con lo que los humanos vamos construyendo nuestra propia realidad. Pero de pronto, como por un giro urdido por lo que Manuel Sans Segarra llama Conciencia Universal, mis ojos volvieron a la Ciudad Bolívar de hoy y esa parte de su territorio que es San Gregorio (Alfonso López). No es que durante todos esos largos años en los que he vivido fuera de mi patria chica no la haya visitado ocasionalmente. He estado allí en varias oportunidades y desde hace aproximadamente siete años he estado en contacto permanente con personas de mi pueblo y sobre esto me he dedicado a escribir, pero la visita que acabo de hacer y sobre la que escribo aquí, se dio en circunstancias muy particulares, por haber sucedido en el entorno de un hecho que, sinceramente, no había esperado: la publicación del libro Con la mirada en el porvenir. Memorias de Ciudad Bolívar, Antioquia. En una de sus entrevistas, este médico español, catalán para más señas, ha dicho: “Nada sucede por casualidad. Todo tiene una causa”. Fue exactamente lo que sentí y ello me indicaba que este viaje tenía que tener un significado especial. Era, en cierta forma, el viaje a un pueblo distinto al que dejé hace 62 años, pero con un propósito que iba más allá de la satisfacción de una nostálgica ilusión: ¡Los sentimientos encontrados eran muy grandes! Al reflexionar sobre esto, no podía dejar de pensar en el regreso, ese bello bambuco de Efraín Orozco: “En mi mente quedó grabado el paisaje azul de la edad primera”.

Dentro de esta atmósfera de grandes expectativas inicié pues mi preparación mental. ¿Cómo se iría a dar el encuentro personal con líderes, lideresas, instituciones, jóvenes o sencillos habitantes del corregimiento, con varios de los cuales mi comunicación hasta ahora se ha dado solo a través de la línea telefónica, alguna reunión virtual o en el terreno de las redes sociales? ¿Cómo se dará el encuentro con escritores de Ciudad Bolívar, de quienes he tenido noticia sólo a través de algunos de sus escritos y, ocasionalmente, a través de las reuniones virtuales que fueron parte del proceso de edición del libro? ¿Con qué otros personajes relacionados con San Gregorio diferentes a los ya virtualmente conocidos, voy a tener oportunidad de reunirme personalmente y qué nuevos lazos de cooperación se establecerán a partir de esos momentos?

Ya cercana la fecha y para gran satisfacción de mi parte, mi familia de Belén de Umbría (Ofelia, Pedro, Maruja, Socorro y parte de mis sobrinos), tomó la decisión de reunirse conmigo en San Gregorio para llevar a cabo un acto simbólico de catarsis y limpieza espiritual en el lugar en donde habíamos compartido, junto con mamá Julia, nuestros primeros años de vida. ¡Imposible pedirle a la vida, a la Conciencia Universal, a Dios mismo, un motivo de mayor satisfacción! ¿Qué sentimientos –pensaba yo—irán a invadir mi espíritu cuando me encuentre en el sitio en el que una sencilla casa rodeada de jardines fuera un día nuestro nido familiar?

La primera parada fue el hermoso y encantador Medellín (¿es este otro país?) en donde me reuní con mis primeros contactos: mi sobrino Rubén Darío –en cuya casa me hospedaría durante una noche en mi viaje de regreso– y cuyo desayuno, no sé por qué, me recordó tanto a La Lindaja; Róguell Sánchez (sangregoriano de pura cepa) y su amable esposa María Helena, con quienes éramos ya “viejos conocidos” a través de la línea telefónica y el Whatsapp. Su información y orientación fueron fundamentales para la logística del transporte y contactos potenciales en Ciudad Bolívar y San Gregorio. En cuestión de unas tres horas estaba ya en el colectivo rumbo a mi destino, al lado de dos amables señoras y un joven del que, a pesar de unos evidentes problemas de salud, emanaba una profunda determinación de no dejarse derrotar por la adversidad, todos en manos de un amable conductor, por cuyo sentido de responsabilidad le doy gracias a Dios. Lo demás, a lo largo de la carretera, fue una mezcla de viejos recuerdos (el mismo cerro Tusa, el mismo Bolombolo, el mismo inmenso y silencioso Cauca, el ya no tan ruidoso ni tan caudaloso, río San Juan), más esos paisajes, impensables hace 62 años, esculpidos por impresionantes vías y viaductos 4G.

Ya en Bolívar, al apearme y alejarme del taxi que me llevó de Medellín, descubrí con horror que no tenía conmigo mi teléfono celular, en donde se encontraba prácticamente toda la información indispensable para mi trabajo: contactos, reserva de viaje de regreso, direcciones… En Bogotá esto hubiera sido una catástrofe, pero estaba en Bolívar y tenía la seguridad de que allí estas cosas serían más fáciles de resolver, lo que me dio por el momento una cierta tranquilidad. Así que me dirigí a la oficina de la empresa transportadora con la esperanza de que allí me ayudarían. De entrada, me sorprendió gratamente la manera tan en serio como las personas que se encontraban en el lugar se interesaron por resolver mi inconveniente. De inmediato aquella amable joven que me pareció ser la secretaria se puso en contacto con el conductor, quien informó que había encontrado el equipo y que pronto llegaría para hacerme entrega del mismo, lo que, en efecto, así sucedió. Pero, y esto fue lo más sorprendente, uno de los señores que se encontraban allí presentes quiso saber de dónde venía yo y para dónde iba. Rápidamente le expliqué que el punto más importante de mi destino era San Gregorio. Entonces me informó que él era de ese corregimiento y al preguntarle a qué familia pertenecía, su respuesta me dejó atónito. ¡Soy –dijo– de la familia Herrera, nieto de Miguel Herrera! Increíblemente, este Miguel fue el autor del relato de los primeros años de la existencia de San Gregorio, cuyo texto fue un documento fundamental para escribir mi historia sobre Alfonso López, uno de los capítulos del libro a cuyo lanzamiento asistiría dos días después. La Conciencia Universal o, si lo prefieren, Dios mismo, otra vez me notificaba que se encontraba detrás de los hilos de la urdimbre con la que se había tejido el proyecto que me había llevado a Ciudad Bolívar. Las sorpresas con esta familia, sin embargo, no pararon aquí. Pero sobre estas y sobre lo sucedido en San Gregorio y en el resto del viaje hablaré en mi próxima entrega.

Siempre que pienso en Ciudad Bolívar viene a mi mente esta bella entrada a su parque. Fotografía de la portada tomada de Facebook, C. Bolívar, Ant. Luz Botero.

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Por Rubén Darío González Zapata 
Nacido en la vereda La Lindaja 
Corregimiento Alfonso López 
(San Gregorio) - Ciudad Bolívar 



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