Reconocimiento a nuestros difuntos

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“No es que hayan muerto, se fueron antes”


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com
lucilagonzalezdechaves.blogspot.com 
El triunfo de San Agustín, de Claudio Coello. Museo del Prado, Madrid.

El dos de noviembre, la Iglesia promueve el recuerdo de los difuntos porque necesitan oraciones y apoyo espiritual, que les permitan purificar sus culpas, para poder disfrutar de la felicidad eterna.

Es muy antigua esta conmemoración; ya en el segundo libro de los Macabeos está escrito:

“Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados”. (2 Mac. 12, 46).

Quienes hemos pasado tantas veces por el momento doloroso de despedir a muchos de nuestros familiares y amigos, reflexionamos:

Irse a la eternidad; dejar solos a los seres amados; ese desgarramiento del alma; los ojos sin luz, de donde desparecieron el amor y la ternura; la inmovilidad del cuerpo; el frío indescriptible que los cobija… a todo eso llamamos muerte.

La espiritualidad del ser humano, el anhelo de trascendencia, la fe en un Dios que nos creó, nos fortalecen en el viaje a ese estado que llamamos muerte: ella es el comienzo de una vida de luz, de intenso amor, de paz y serenidad. Es la puerta de entrada hacia el Sacro Recinto en donde el gran Señor de la Vida nos recibe con los brazos abiertos.

Los pensamientos nobles, la serenidad en el dolor, la certidumbre de que el amor y la asistencia de nuestros seres muertos no nos abandonan, nos llevan a sentir su ayuda y a percibir su presencia; a estar seguros de su mediación delante del Señor por todos nosotros. Y entonces, exclamamos con el poeta mexicano Amado Nervo, al perder a su esposa:

“No es que hayan muerto, se fueron antes…”

Nuestros muertos muy amados: quienes aún sentimos vuestra larga ausencia, sabemos que vosotros, viajeros misteriosos, no regresaréis jamás; pero, entendemos bien que un día habremos de seguiros por esos caminos arcanos. ¿Cuándo?

Quizás tan pronto, que vosotros no habréis descansado lo suficiente del viaje. Tal vez tan tarde, que ya se hayan borrado vuestras amadas huellas. Quizás, para entonces, las ráfagas del tiempo habrán cubierto vuestras pisadas con las arenas del olvido.

Sabemos con certeza que marcharemos un día en pos de vosotros. Haremos el mismo recorrido para alcanzar la Patria Celestial, en donde vosotros, muertos nuestros muy amados, estaréis esperándonos para alentarnos y confortarnos del largo peregrinar.

La invitación es a leer con amor y esperanza el bello texto sobre la muerte de San Agustín, obispo de Hipona:

La muerte no es nada. Yo solo me he ido a la habitación de al lado. Yo soy yo, tú eres tú. Lo que éramos el uno para el otro, lo seguimos siendo.

Llámame por el nombre que me has llamado siempre; háblame como siempre lo has hecho. No lo hagas con un tono diferente, de manera solemne o triste. Sigue riéndote de lo que nos hacía reír juntos. Que se pronuncie mi nombre en casa como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra.

La vida es lo que es, lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de tu mente, simplemente porque estoy fuera de tu vista?

Te espero… No estoy lejos, justo del otro lado del camino… ¿Ves? Todo va bien.

Volverás a encontrar mi corazón. Volverás a encontrar mi ternura acentuada. Enjuga tus lágrimas y no llores si me amas”.

(La sensibilidad agudizada por esta pandemia de 2020 y el estado de incertidumbre y miedo estimulan nuestra emocionalidad para leer este texto).


Por Lucila González de Chaves
lugore55@gmail.com
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