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Terrorífica fascinación de una leyenda

(Cuento)

Eran los primeros días del mes de abril de aquel año, cuando la Semana Santa estaba cerca; el cielo, revestido de negros nubarrones, hacía que las sombras de la noche fueran aún más oscuras y que los sonidos y ruidos de los animales nocturnos pareciesen misteriosos e intimidantes mensajes provenientes de la ultratumba en la que habitan, según decían los adultos, los espíritus de la oscuridad. Nuestra pequeña casa, escasamente iluminada por la leve llama de una vela, era un escenario por el que desfilaban horrendos personajes cuya existencia era tan real para mi imaginación como el mismo quicio del corredor en el que, absorto, escuchaba relatos tan asombrosos, como la historia de aquel tahúr que, mediante un pacto con Satanás, le había sido concedido el poder de la invencibilidad en el juego a los dados y quien, en una noche tormentosa de regreso a casa, se encontró con un extraño sujeto que lo esperaba al borde del camino. Era el Demonio: el tiempo para disfrutar del poder concedido había terminado y ahora su alma, por derecho propio, le pertenecía: ¡había llegado la hora de marchar con él al Infierno!

Pero de todos estos relatos, el que sobrecogía con mayor estremecimiento mi mente asustadiza era el de El ánima sola. Cuentan –decían los adultos– que en los tiempos en los que las cordilleras y praderas de Bolívar, San Gregorio y los municipios vecinos eran todavía en gran parte selvas inhóspitas, sólo con algunos claros con sembrados de maíz, fríjol, algún incipiente cafetal y potreros para unas cuantas reses y mulas de trabajo, un hombre desconfiado, avaro y desconsiderado, pero hábil para los negocios, logró amasar una inmensa riqueza consistente en muchas monedas esterlinas de oro, las cuales mantenía enterradas en un lugar oculto e inaccesible, fuera de la vista de sus vecinos, inclusive de la vista de su esposa y de su numerosa familia. Sucedió sin embargo que ese hombre enfermó y murió sin haber podido –si es que lo hubiera querido hacer– informar a su familia sobre la existencia de aquel entierro.

Estando así las cosas, sucedió que una noche –de Viernes Santo, por cierto– y siendo las 12, una pequeña y extraña luz de color azul claro se le vio avanzar lentamente a una altura como de metro y medio sobre el nivel del suelo que, partiendo desde de las riberas del río San Juan ascendía en dirección, según todo parecía indicarlo, hacia las montañas de la Gulunga y, al llegar al filo de la cordillera, desaparecía; esto llenó de asombro y mucho miedo a los habitantes de San Gregorio. La misteriosa luz no volvió a aparecer hasta el Viernes Santo del año siguiente, también a la media noche y lo mismo sucedió durante varios años consecutivos. Como sólo se veía una única luz, los habitantes de la comarca dicidieron llamarla El ánima sola,laque, según decían los abuelos, vagaba errante atormentada por haber dejado algún entierro y no descansaría hasta que alguien, lo suficientemente valiente, diera con él para desenterrarlo. Pero, ¿quién podría ser el hombre capaz de emprender semejante tarea?

Sucedió también que, por esos días, un hombre de características muy especialesse encontraba de paso por Concordia. Una especie de aventurero, capaz de internarse por las selvas más densas, cruzar a nado los ríos más caudalosos y hasta de desafiar a una pelea al mismísimo Satanás para hacerlo huir a planazos. Como llegó a ser tan famoso y conocido por su osadía, la gente terminó por llamarlo Juan sin Miedo. Estando, pues, en este pueblo, Juan se enteró de lo que estaba ocurriendo en San Gregorio y vio en ello la oportunidad de su vida. Tomó entonces la decisión de encontrar aquel espectro y seguirlo.

Llegado el día, Juan sin Miedo, ya en el sitio señalado,vio cómo una leve y pequeña luz emergía de una especie de tumba camuflada en un apartado sitio, precisamente cerca de las riberas del río San Juan. Con mucha aprensión empezó a seguirla. Llegados a un determinado punto, la luz se detuvo por unos instantes, para luego continuar su avance internándose en un espeso monte hasta un lugar en donde se detuvo definitivamente. Juan sin Miedo, y luego de esperar unos minutos,se acercó hasta estar cerca de aquella terrible aparición: —en nombre de Dios Todo Poderoso, dígame que es lo que quiere— le preguntó, con los pelos de punta por el terror que sentía. Luego de un silencio que a Juan le pareció una eternidad, una voz que parecía salida de una profunda caverna se escuchó: usted ha sido el único que fue capaz de seguirme para saber dónde dejé mi entierro, pero tiene que saber que este es un tesoro maldito, porque fue acumulado mediante engaños e injusticias para con las gentes que creían que yo actuaba de buena fe y para con las personas pobres de las que me aproveché. Por eso mi alma no ha podido descansar, mi conciencia me atormenta desde que morí y sólo lograré la paz eterna si quien encuentre el tesoro lo utiliza para hacer el bien que yo no hice mientras viví—De rodillas, Juan, que ahora era presa de un profundo y reverente temor, luego de santiguarse, le prometió a aquella alma que ese dinero sería destinado en su totalidad a hacer el bien. –Entonces, a partir de ahora, sí podré disfrutar de la paz que tanto he anhelado, porque sé que usted cumplirá con su promesaDicho lo anterior, desapareció el espanto y una inmensa arca con monedas de reluciente oro apareció ante los ojos de Juan sin Miedo. A partir de ese momento, la misteriosa luz no volvió a ser vista.

Un tiempo después, un curioso hombre del que nadie sabía de dónde había salido, apareció por estas tierras buscando personas que aspiraban a hacer de su vida un ejemplo de trabajo honesto y justo, para ayudarles a sacar adelante sus proyectos de vida. Fueron muchas las personas que se beneficiaron con el trabajo de ese bienhechor misterioso, especialmente unas personas cuyos abuelos y bisabuelos habían sido víctimas de la codicia y mala fe de un negociante inescrupuloso que se había enriquecido, hacía ya muchos años, a base hacerles trampa para quedarse con sus bienes. A Juan sin Miedo tampoco se le volvió a ver por parte alguna.

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