Donde lo imposible resulta ser posible
Estoy convencido de que una de las palabras más asombrosas, por el poder de su contenido y la fuerza conceptual que encierra dentro de sí, es PARADIGMA. ¿Qué es eso? Para el Diccionario Consultor Espasa, esta expresión significa: “Cada uno de los esquemas formales a que se ajustan las palabras, según sus respectivas flexiones”. Una definición gramatical que, a primera vista, no dice mayor cosa. Sin embargo, cuando uno escarba un poco más allá de este significado simplista, encuentra que dentro de la misma se esconde un significado mucho más profundo. En efecto, al abordar el análisis de la expresión con una mente abierta y desprovista de prejuicios limitantes, uno encuentra que este concepto es una puerta abierta a lo que me gustaría llamar el universo infinito de las posibilidades humanas. ¿Por qué?
Empecemos por decir que todos nosotros hemos crecido, hemos sido educados y vivimos dentro del marco de unos supuestos, de unas creencias y de unos métodos de vida que nos han sido impuestos por un sistema y que, por ser parte de la vida diaria, hemos terminado por mentalizarlo y aceptarlo como la forma normal de existir. Pues bien, ese marco mental es a lo que los que estudian el comportamiento humano han terminado por llamar paradigma; algo que en sí mismo no es malo, siempre y cuando ese marco no esté fundamentado en supuestos y creencias erróneas, limitantes y destructivas.
La buena noticia, sin embargo, es que cambiar de paradigma en nuestra condición de individuos, de pequeña colectividad o, incluso, de país, es más fácil de lo que uno generalmente cree, por cuanto los seres humanos hemos sido dotados por la naturaleza de una capacidad ilimitada para asumir modelos de vida que nos permitan alcanzar nuestro potencial de desarrollo y lograr cada vez mayores y mejores niveles de felicidad. Pese a lo enormemente difícil que parece una tarea como esta, todo se reduce a un acto increíblemente sencillo: tomar la decisión.
Y esto me lleva al propósito de este artículo: hablar de la decisión de unos grupos de hombres y mujeres que un día decidieron cambiar de paradigma y tuvieron la osadía de crear lo que ellos han dado en llamar una aldea feliz; especie de colectividades en las que, como individuos y familias, han construido un estilo de vida basada en los principios de la mutua cooperación, la protección del medioambiente y la comunidad de bienes; una experiencia que existe ya en muchos países del mundo, incluido –quién lo creyera– nuestro país, Colombia, en donde existen ya dos de estos modelos de vida. En otras palabras, grupos de hombres y mujeres que han construido pequeños pueblos en los que los parámetros de la convivencia son valores muy diferentes a los acostumbrados en las sociedades modernas, especialmente los de las grandes ciudades, en donde prima la competencia, el afán desbocado por la acumulación de riquezas y la depredación del medioambiente. Dentro de un clima como el de una aldea feliz se fomenta el crecimiento del potencial humano en los campos del arte, el de la ciencia (incluidas las ciencias ancestrales), el cultivo ecológico de la tierra y la producción y consumo responsable, de acuerdo a una filosofía basada en el respeto mutuo y la solidaridad. ¿Qué tiene esto que ver con el contenido de esta entrega? ¡Mucho! Porque este es un ejemplo de que todo es posible cuando tomamos una decisión.
En mis años de infancia, muchas veces imaginé un pueblo en el que su paradigma era parecido al de una aldea feliz, que se regía por unos valores humanos que en aquellos años me parecían increíblemente geniales. Se trataba de un pequeño caserío en el que, sencillamente, sus habitantes podían ser felices. Un pueblo en el que se habían creado las condiciones para que cada quien pudiera lograr el desarrollo pleno de todo su potencial como ser humano. No puedo decir en detalle cómo era el sistema organizacional de esa colectividad, simplemente porque, para esos momentos, carecía del nivel del desarrollo intelectual suficiente como para poder deducirlo, pero allá en el universo de mi imaginación todo era posible. Ese pueblo tenía un nombre: se llamaba San Gregorio.