En una mañana tranquila y silenciosa en Angelópolis nos encontramos con un lugar detenido en el tiempo: una fonda que parece más un museo. En cada rincón hay historia; objetos que hablan de oficios, personajes y memorias del pueblo. Se trata de la Fonda Los Paisitas, la fonda museo de don Héctor de Jesús Ochoa Álvarez, un angelopolitano de 80 años.
Don Héctor nos recibe con bastón y paso firme. Nos muestra su negocio con entusiasmo: hay cámaras antiguas, espejos, botas, sombreros, cuadros de personajes ilustres del municipio y del país. Aquí cobra sentido el dicho “pregunte por lo que no vea”. Cada cosa tiene una historia, que él recuerda con precisión y humor. Al lado de la fonda está su casa, amplia, de corredores largos, con vista a Amagá y Fredonia. Allí también guarda cosas, su hogar es una extensión del museo, otro espacio para contar historias.
Nacido en 1945, don Héctor ha sido testigo de la transformación de Angelópolis. Creció en un ranchito muy malito, tal y como él lo menciona, en una casa arrendada por su padre, un zapatero trabajador pero dominado por el licor. Su madre venía de una familia acomodada, y el matrimonio no fue fácil: las diferencias políticas y el carácter de su padre marcaron la infancia de don Héctor. “Tuve cinco hermanos, pero hoy todos están muertos. Estoy solo… sin papá, sin mamá, sin hermanos”.
A pesar de las carencias, su vida se llenó de sentido con la familia que formó. Tiene cuatro hijos profesionales: Margarita María quien es médica; Ana María, abogada de profesión; Juliana Marcela, ingeniera agrónoma y Mauricio, diseñador gráfico. Y dos nietos que lo llenan de orgullo: Juan Martín y Macarena. Vive solo, pero se siente acompañado. “Mis hijos viven en Medellín por trabajo, mi esposa también vive allá. Vivimos aparte, pero sin problemas. Me llaman todos los días y si pueden me visitan los fines de semana, ya que Angélopolis está muy cerca de Medellín”.
Don Héctor siempre ha vivido del rebusque. A los 15 años se fue de la casa a cuidar caballos a una finca. Luego, un alcalde le consiguió una beca para estudiar en San Jerónimo, donde se graduó como Técnico Agropecuario. Trabajó en Cali, Barranquilla y Segovia, hasta que decidió volver a Angelópolis. Allí se casó con Ligia Ester Saldarriaga y comenzó una nueva etapa.
De su pasado tomatrago, dice, quedó una anécdota que marcó un antes y un después. “Un Viernes Santo se me olvidó el trago. Desde ahí sólo tomo en ocasiones especiales, tres o cuatro traguitos”.
Un 11 de septiembre de 2001 se enteró de que un local en Angelópolis estaba desocupado. Pidió las llaves, consiguió dinero y, con la ayuda de su hijo, montó la fonda Los Paisitas. Usó mesitas viejas, cajas de cerveza y gaseosa. “Les cuento que inicialmente este lugar iba a llamarse Mil Huevonadas, pero una profesora me regaló un aviso de una actividad escolar, y así se quedó”.
En Los Paisitas vende licor, tinto, gaseosa, aromática… y recuerdos. Su horario va de 8 a. m. a 11 p. m., y sólo cierra si debe ir al médico o a Medellín. “Allá en la ciudad se me va todo, aquí cualquier centavito sirve«. Aunque su familia no comparte mucho la idea del negocio, don Héctor insiste: “El sueño mío era no tener patrón. Ser independiente y sacar adelante a mi familia. Y eso lo logré”.
La fonda es punto de encuentro para amigos, visitantes y vecinos. Llega gente de Caldas, Sabaneta, Itagüí… a conversar, a tertuliar. No hay bulla. Don Héctor pone música según la edad de sus clientes: a los jóvenes, con Alexa; a los mayores, con canciones de antaño: Margarita Cueto, Tito Guízar…
También conserva una memoria viva de los pueblos que ha visitado. A Támesis le tiene un gran aprecio; vivió allá, cerca del parque, y guarda buenos recuerdos. En Amagá tuvo muchos amigos que aún recuerda, en Segovia fue carnicero y en Angelópolis está su vida. De Titiribí habla con cariño. Menciona amigos de la región: Aníbal Vélez, Héctor Restrepo, Paco el exalcalde… Habla del corregimiento La OtraMina, de La Meseta y los paisajes que se asoman al río Cauca. Todo lo describe con detalle, como si lo estuviera viendo en ese instante.
Cuando le preguntamos por el mejor regalo del Día del Padre, responde con sencillez: “que nadie se me emborrache en la casa. Y el entendimiento con la familia. Eso es lo más importante. Lo demás, cualquier cosita es cariño”.
Don Héctor es mucho más que el dueño de una fonda. Es memoria oral, es patrimonio cotidiano, es un testimonio vivo del valor de la sencillez y el arraigo. En Angelópolis, su presencia es un faro de historias.
Nota. Entre los muchos objetos que conserva, don Héctor guarda plastificado un recorte de una publicación del Periódico EL SUROESTE del año 2027. Fue una gran sorpresa para nosotros encontrarlo entre sus recuerdos.