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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)
Ciudad Bolívar

Tal vez lo más atractivo de un lugar pequeño y alejado de las grandes ciudades es que sus gentes pueden conservar todavía la sensibilidad suficiente como para apreciar de una manera más auténtica las cosas que parecen intrascendentes; cosas que, a pesar de ser sencillas y humildes, adquieren ante sus ojos, sin saber cómo ni por qué, una dimensión, un significado o una importancia que para los extraños resulta con frecuencia incomprensible. En las grandes urbes, sus gentes, inmersas en escenarios en los que abundan el ruido, los constantes acontecimientos más asombrosos y que pueden ser testigos de grandes espectáculos a la vuelta de cada esquina, han ido perdiendo la sensibilidad para sentir y disfrutar las pequeñas maravillas que depara la naturaleza en la vida diaria: la belleza de una flor que se mece colgada del barranco o de un añoso tronco; el leve sonido del arroyo que corre por el tupido bosque, en armonía con el trino de las aves y el suave susurrar del viento; el eco lejano de las risas y los gritos de unos niños que, al ocaso del día, juegan en la quebrada y hasta el sonido misterioso de los animales que deambulan en la noche a la luz de la luna y las estrellas. Son maravillas de la naturaleza que para las gentes de las grandes ciudades parecen pertenecer a mundos desconocidos, desaparecidos hace ya mucho tiempo, pero que para quienes han nacido y han crecido inmersos en el universo de lo natural, es parte habitual de su entorno.

Es razonable, pues, que el contacto estrecho con la naturaleza y su mensaje de belleza genere en los habitantes de estas regiones, gracias a Dios todavía existentes, una mayor predisposición para reconocer en la humildad y la sencillez de los seres de la vida diaria la grandeza que, tal vez de manera inconsciente, emana de ellos, sin que para ello no haya razones diferentes a la de su forma de ser. Sucede, de manera especial, con algunos seres humanos que han nacido y crecido a su lado y que, por razones tan elementales como su forma de vivir la vida y su forma de relacionarse con los demás, se han sabido ganar un cariño que va más allá de la normal simpatía que se siente por alguien con quien se tienen lazos de familia o de una especial amistad. Seres que se caracterizan por la sencillez de su personalidad, por la transparencia de su espíritu y por una gran capacidad de servicio. Uno de esos personajes fue Carlos (Carlitos) en San Gregorio. Pero hay algo más que facilitó esa empatía. ¿Qué fue?

Carlitos, el inolvidable personaje que con su sencillez y disposición para el servicio se ganó el cariño de todos los sangregorianos. (Foto tomada de Facebook, Historia corregimiento de San Gregorio)
Carlitos, el inolvidable personaje que con su sencillez y disposición para el servicio se ganó el cariño de todos los sangregorianos. (Foto tomada de Facebook, Historia corregimiento de San Gregorio)

Quizás la respuesta esté no solo en la sencilla personalidad de este hombre, sino también en el alma de la misma comunidad, en la forma como ésta (la comunidad) reaccionó ante la bondad, la transparencia y la alegría de un ser vulnerable, despojado de toda malicia y capaz de darlo todo sin esperar nada a cambio. Digamos entonces que entre Carlitos y las personas de este corregimiento, incluida su familia inmediata, hubo una mutua interacción que se retroalimentó constantemente en una especie de círculo virtuoso que cada vez crecía y se fortalecía más. Igualmente, parte de esa respuesta podría estar en que nuestro personaje no hizo nada diferente a ser auténtico, sin pretensiones, sin odios, despojado de la malicia que tanto daño nos hace a los que vamos por el mundo creyéndonos privilegiados y superiores a muchos de nuestros semejantes; un hombre dispuesto al servicio, seguramente muchas veces sin esperar recompensa alguna diferente a la de un “que Dios se lo pague”.

Y es que Carlitos, más que un personaje folclórico alrededor del cual se pueden tejer historias y leyendas, fue el ejemplo de una vida llevada en toda la máxima sencillez y desprendimiento posibles, con una felicidad que emanaba de todo su cuerpo cuando podía expresarlo, que encontró en los habitantes de San Gregorio una familia extendida que lo acogió dentro de su seno en un clima lleno de afecto, sin el cual tal vez él no hubiera podido ser lo que fue: el caminante que iba por los caminos sin más adornos que la paruma, el viejo carriel, el poncho, el sombrero, un par de alpargatas y un canasto a la espalda donde cargaba todo tipo de productos agrícolas que llevaba a las casas a donde entraba para recibir una palabra cariñosa, un tinto, o el pago por algún “mandado”  o servicio que estuviera a su alcance. Porque, además del baile al que era profundamente aficionado (no se perdía ninguna fiesta en la que hubiera baile), ayudar era tal vez uno de los actos que más sentido y felicidad le daban en su humilde forma de vivir.

No podemos decir que nuestro sencillo personaje haya sido una especie de Diógenes de Sinope, pero, como el filósofo griego, que convirtió la pobreza en una virtud y la renuncia a todos los bienes materiales en su principal razón de su existencia, también Carlitos nos enseñó que dar y recibir afecto es todo lo que se pude necesitar para llevar una vida feliz como fue la suya. Y esto, que a simple vista parece tan sencillo y tan ordinario, mirado más a fondo, dice mucho también de la capacidad de una colectividad como la de San Gregorio para demostrar que la solidaridad, el cariño y la capacidad de amor para con las personas más débiles y vulnerables es una parte normal del diario convivir.

 

Carlos Bedoya Présiga, “Carlitos”, quien fue hijo del señor Carlos Alberto Bedoya y la señora Heliodora Présiga, familia procedente de un sitio denominado Uinter (no sé si esté bien escrito) y establecida en nuestro corregimiento siendo sus hijos aún muy pequeños, conformó su hogar con la señora Mercedes Ángel, con quien procreó dos hijas: Noralba y Diana. Murió a los 78 años de edad. Entre los aspectos que más lo caracterizaron, además de su gusto por el baile y el de participar en todo tipo de actividades sociales del corregimiento, incluida la pertenencia a la junta de acción comunal, a la que, al parecer, estuvo ligado durante toda su vida de adulto, fue su dificultad para hablar, lo cual hacía, como se dice en San Gregorio, “a media lengua”. 

 

Nota

Este escrito está basado en la información verbal suministrada por el señor Oscar Bedoya Urán y la señora Luz Mery Guerra, a quienes les expreso por ello todo mi agradecimiento.

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Por Rubén Darío González Zapata
Nacido en la vereda La Lindaja
Corregimiento Alfonso López (San Gregorio)

 

 

 

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