Comparta esta noticia

Emiliana, una joven de 20 años, siempre quiso cambiar su comunidad. Creció en un barrio donde los jóvenes tenían pocas oportunidades, donde los talentos se perdían entre la falta de recursos y la indiferencia institucional. Desde pequeña, soñó con impulsar proyectos de educación, emprendimiento, deporte y cultura para que otros jóvenes como ella tuvieran mejores oportunidades. Cuando supo de la existencia del Consejo Municipal de Juventudes (CMJ) en su municipio, sintió que por fin tenía una instancia para hacer realidad sus ideas. Se postuló con ilusión y, tras una campaña modesta, fue elegida. Estaba convencida de que podría hacer la diferencia.

En Colombia, los jóvenes cuentan con diversos espacios para participar activamente en la sociedad, gracias al Sistema Nacional de Juventudes, regulado por la Ley 1622 de 2013 y modificada por la Ley 1885 de 2018. Esta legislación garantiza los derechos de las juventudes entre los 14 y 28 años, fomentando su participación en la toma de decisiones a través de distintos mecanismos.

Uno de estos espacios son los Consejos de Juventudes, donde los jóvenes pueden ser elegidos mediante voto popular para representar a sus comunidades. Asimismo, existen las Plataformas Municipales de Juventudes, donde organizaciones y colectivos se articulan para proponer iniciativas y proyectos. Además, pueden incidir en sus territorios a través de instancias como la Comisión de Concertación y Decisión, Comité Integrado de Planeación Territorial -CIPT y Presupuestos Participativos, herramientas que les permiten gestionar recursos para mejorar sus comunidades.

Estos mecanismos buscan fortalecer la construcción de políticas públicas y la transformación social en los territorios. De esta manera, el Estado y la sociedad trabajan en conjunto para garantizar que los jóvenes no sólo tengan derechos, sino también herramientas reales para ejercerlos y generar cambios significativos.

Pero la emoción inicial pronto se vio empañada por la frustración. Las primeras reuniones del CMJ fueron caóticas: sin una agenda clara, sin presupuesto definido y con poca voluntad de los funcionarios locales para escucharlos. “Es importante que participen”, les decían, pero cada propuesta presentada terminaba en un archivo olvidado. Mientras tanto, la realidad en su territorio no cambiaba. Los jóvenes seguían sin acceso a educación de calidad, sin oportunidades de emprendimiento y sin espacios para el deporte o la cultura.

Con cada reunión vacía de soluciones, Emiliana veía a sus compañeros perder la motivación. Algunos dejaron de asistir, otros se conformaron con la burocracia. Pero ella no quería rendirse. Fue entonces cuando conoció a Julián, un líder social con años de experiencia en trabajo con los jóvenes. No hacía parte del CMJ, pero había visto a muchos jóvenes perder sus sueños por falta de apoyo. Al escuchar la historia de Emiliana, sintió que debía ayudarla.

Julián le enseñó lo que no estaba en los manuales del CMJ: a gestionar recursos, a negociar con la Administración y a buscar aliados fuera del gobierno. Juntos, organizaron encuentros con comerciantes locales, docentes y líderes barriales para recaudar fondos. Emiliana, con su energía, y Julián, con su experiencia, lograron que más personas se sumaran a la causa.

Además, identificaron sectores juveniles organizados y los convocaron para fortalecer el movimiento. Involucraron a colectivos culturales, grupos deportivos y asociaciones estudiantiles, creando una red de apoyo más amplia. Usaron redes sociales para visibilizar la problemática, compartiendo testimonios y evidencias de la falta de acompañamiento. También convocaron a la prensa local, lo que permitió que su voz llegara a más personas y generara presión social.

Con cada acción, demostraban que las juventudes no sólo exigían cambios, sino que estaban dispuestos a construir soluciones. Poco a poco, fueron ganando reconocimiento y generando un impacto que la Administración Municipal ya no podía ignorar. No se quedaron esperando respuestas: las exigieron con organización, estrategia y un respaldo cada vez mayor.

Sin embargo, la lucha no fue fácil. Tuvieron que enfrentarse al desinterés de algunos funcionarios y a la falta de confianza de muchos jóvenes que, tras años de promesas incumplidas, habían dejado de creer en los procesos de participación. Había días en los que Emiliana dudaba de si valía la pena seguir, noches en las que pensó en abandonar. Pero Julián siempre estuvo ahí para recordarle que cada paso, por pequeño que fuera, sumaba.

Después de meses de insistencia, lograron su primer gran triunfo: la asignación de un espacio físico para desarrollar diferentes actividades. No sólo consiguieron el espacio, sino que lograron que se destinaran recursos específicos para su funcionamiento, asegurando que no quedara en el abandono. Fue una batalla difícil, llena de reuniones interminables y promesas que parecían no concretarse, pero la persistencia tuvo su recompensa.

Con el apoyo de comerciantes y voluntarios, comenzaron a transformar aquel lugar vacío en un verdadero espacio que denominaron (Casa de las Juventudes). Pintaron las paredes con murales llenos de color, instalaron mesas para talleres de emprendimiento y educación, adecuaron una cancha para deportes y gestionaron apoyo para eventos culturales. Cada detalle del espacio reflejaba la lucha y el compromiso de quienes no se rindieron.

El impacto fue inmediato. Jóvenes que antes no tenían rumbo encontraron en estos espacios una oportunidad para aprender, crear y soñar. Algunos emprendieron pequeños negocios gracias a talleres de formación en habilidades para la vida y salud mental, otros descubrieron su pasión en el arte y la música, y muchos encontraron en el deporte una vía para alejarse de la desesperanza. Las iniciativas que antes parecían sólo buenas intenciones comenzaron a dar frutos reales.

Con el tiempo, uno de los logros más significativos fue la realización de sesiones conjuntas entre el CMJ y el Concejo Municipal, un espacio que no fue fácil de conseguir. Emiliana y otros jóvenes insistieron en múltiples ocasiones, argumentando que se trataba de un derecho respaldado por la normativa vigente. En estos encuentros, los jóvenes pudieron presentar y defender sus proyectos directamente ante los concejales, logrando la aprobación y cumplimiento de la Política de Juventudes. Estas sesiones demostraron que, cuando se les brinda la oportunidad, los jóvenes pueden ser protagonistas del cambio y generar una incidencia real en la administración pública.

Emiliana entendió que el verdadero cambio no siempre llega desde las instituciones, sino desde la acción colectiva. Aprendió que los Consejos Municipales de Juventudes son una herramienta poderosa, pero sólo si quienes los integran están dispuestos a luchar más allá de las barreras burocráticas. Y, sobre todo, comprendió que el trabajo en equipo, con personas como Julián, puede marcar la diferencia entre el fracaso y el impacto real.

Hoy, la Casa de las Juventudes es un símbolo de resistencia y organización. Emiliana sigue trabajando, ya no sólo como una representante del CMJ, sino como una líder que inspira a otros jóvenes a tomar acción. Su historia demuestra que, con persistencia y organización, es posible lograr cambios. La clave está en fortalecer estos espacios con herramientas reales de incidencia. Las juventudes tienen mucho que decir, pero necesitan canales efectivos para ser escuchados. De lo contrario, los CMJ seguirán siendo una gran idea atrapada en el papel y un adorno en la ciudad de todos.

Lea también: Buenos Aires, Andes: paraíso escondido

Comentarios
Comparta esta noticia